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pello zupiria
Martes, 22 de diciembre 2020, 01:26
Cuando uno piensa en las primeras noticias que se tuvieron de la Covid-19 a finales de febrero, recordará que la sensación general era que se trataba de algo ajeno que no iba a llegar. No pasó mucho tiempo para darnos cuenta de que se ... trataba de algo mucho más grave. Así rememoran los inicios de esta pandemia las trabajadoras de las residencias que ha reunido EL CORREO, a modo de homenaje a los colectivos que han estado y están en primera línea frente al coronavirus. Médicos, auxiliares, fisioterapeutas, cocineras, limpiadoras... cuentan cómo ha sido esta lucha sanitaria.
«Era algo que no te lo creías del todo. Como cuando pasó lo del ébola, nadie lo veía venir», cuenta María Martínez Pérez, enfermera de una residencia. Ojalá hubiese sido así, porque de un día para otro miles de centros tuvieron que cambiar radicalmente su forma de trabajo para defender del virus a las personas más proclives a pasarlo peor: los mayores. El médico Francisco Javier Espina Gayubo, del centro bilbaíno Olimpia, subraya la dificultad de no saber enfrentarse a la enfermedad. «No teníamos ni idea de la incidencia ni las consecuencias a las que nos íbamos a enfrentar», explica este profesional.
Unas de las armas más efectivas para contener la expansión del virus, como han insistido las autoridades sanitarias, han sido la limpieza y desinfección. Zoa Saénz de Santamaría, limpiadora en Sanitas Loramendi de Erandio desde hace 17 años, confiesa que el cambio fue «brutal». «Hasta entonces cada empleada se encargaba de una planta. En cuestión de días, tuvimos que reorganizar las rutinas, habilitar zonas preventivas, limpiar más a fondo cada espacio constantemente... La carga de trabajo se multiplicó por tres, porque no contrataron a nadie más», relata la profesional. En su caso, «se hicieron las cosas bien, y el virus no entró», pero actuaron en todo momento como si lo hubiese hecho. «Desde el primer momento ha sido muy duro. Hemos acabado agotadas físicamente y nunca desconectas, estás en casa con miedo de contagiar a tus seres queridos», resume.
Esa carga de trabajo e inquietud por llevar el virus al hogar ha sido general, según cuentan las protagonistas del reportaje, y ha derivado en muchas ocasiones a casos de «estrés y ansiedad». Todas las residencias prohibieron las visitas durante meses para cerrar las puertas al virus. «Ahí tuvimos que ser enfermeras, psicólogas, familia... Hemos vivido momentos muy duros, sobre todo porque estabas las 24 horas con miedo a coger el virus e infectar a los mayores», describe Goizalde Barreras, auxiliar de geriatría.
Los residentes han sido especialmente vulnerables en esta crisis porque a menudo eran pacientes con otras patologías. En la residencia Olimpia sufrieron un pico «grave» entre marzo y abril. «Como profesional me ha afectado la incapacidad para llegar a atender la demanda de todos los pacientes que lo exigían. Hubo momentos de desbordamiento por el número de casos, aunque la mayoría se recuperó. No obstante, convivir con la muerte y ver cómo se te va la gente es duro por muy preparado que estés», incide el doctor Espina Gayubo.
Echando la vista atrás, casi todas las entrevistadas subrayan que estuvieron «muy desprotegidas y olvidadas». Se refieren a la falta de material para evitar los contagios. La enfermera María Martínez relata cómo «unas señoras nos regalaron mascarillas hechas por ellas porque nos faltaban» o cómo se tuvieron que hacer ellas mismas los equipos de protección individual «con bolsas de basura». «Un día vino una ambulancia para llevarse a una residente con una infección respiratoria. El conductor, cuándo vio que no teníamos los EPIs adecuados, me dijo: ¿pero, qué haces? ¡Si es que no teníamos!», lamenta. Ahora, este colectivo será el primero en vacunarse contra el coronavirus cuando lleguen las primeras muestras. Hay respeto hacia el tratamiento, pero lo ven necesario. «Al principio éramos invisibles, ahora parece que somos esenciales», coinciden.
«VIves con miedo e incertidumbre. Al final estás rodeada de mayores con patologías, y están también asustados. Al principio casi no teníamos ni mascarillas».
«Como profesional me ha afectado el sentirme incapaz para llegar a atender toda la demanda que exigían los pacientes. Eso influye mucho a nivel personal».
«La pandemia ha sacado a la vista las carencias que arrastraban las residencias. El personal anda muy justo y el trabajo es el doble. Estamos muy machacadas».
«En la cocina se vive de otra manera, porque no estás tan en contacto con los residentes, pero impacta llegar de una libranza y saber que han muerto ocho en ese tiempo».
«No se ha reforzado en ningún momento el personal. Ha habido mucha carga de trabajo. Ver que no llegábamos a atender todas las necesidades da ansiedad».
«Hubo días en que las ambulancias venían seis veces al día. No nos esperábamos esta escalada. Muchos residentes nos daban ánimos cuando nos caíamos».
«Ha sido duro desde el primer mes, todas las prevenciones y asumir la realidad. Ahora se ha normalizado, pero tenemos claro que no hay que bajar la guardia».
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