
Un momento estelar de la humanidad
Análisis ·
juan ignacio pérez
Domingo, 27 de diciembre 2020, 01:47
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juan ignacio pérez
Domingo, 27 de diciembre 2020, 01:47
Por la intensidad del esfuerzo realizado, número de participantes y grado de colaboración alcanzado, el diseño y producción de la vacuna de la Covid 19 ... es una proeza científica de primera magnitud, probablemente la más grande jamás lograda. Asistimos a un momento estelar de la humanidad. Por sus dimensiones, este proyecto solo tiene un precedente, aunque el logro no quepa ser calificado de estelar precisamente. El 'proyecto Manhattan' permitió a los norteamericanos disponer de la bomba atómica en tiempo récord. Durante cuatro años involucró a 130.000 personas y se le dedicó el equivalente a 70.000 millones de dólares actuales, aunque solo el 10% de esa cantidad se destinó al desarrollo y producción de las armas atómicas.
La historia breve de la vacuna para el SARS-CoV-2 empezó el último día de 2019, cuando responsables sanitarios de Wuhan (China) dieron cuenta de 27 casos de una neumonía desconocida. El 8 de enero se informó de que el causante era un nuevo coronavirus. Dos días después se publicó su genoma. A mediados de abril se supo que una vacuna china era eficaz con monos. En noviembre, varias farmacéuticas anunciaron haber conseguido sendas vacunas de gran efectividad. Todos los plazos han sido los más cortos que haya habido nunca. En vez de los, al menos, diez años utilizados en casos anteriores, en diez meses se ha conseguido empezar a vacunar a los más vulnerables, cumpliendo todos los requisitos exigibles de eficacia y seguridad.
En el mes de enero miles de especialistas en el mundo se pusieron manos a la obra. Lo hicieron compartiendo información mediante redes informales de una extensión nunca vista. Como consecuencia, once meses después, se habían publicado 84.180 artículos científicos relacionados con la Covid 19, a razón de 260 diarios. Para hacernos una idea de lo que significa esa cifra, el número total de los publicados en la historia sobre el cáncer de pulmón es de 350.000; el vih/sida, 165.000; o la gripe, 135.000.
Solo la administración de EE UU ha destinado 10.000 millones de dólares al diseño y producción de vacunas. Si a esa cantidad sumásemos lo invertido por China, Japón, Rusia y la UE, la inversión total se aproximaría quizás a la del 'proyecto Manhattan'.
La vacuna para el SARS-CoV-2 se ha beneficiado, además, de la investigación anterior para el diseño de vacunas para el SARS-CoV-1 y el MERS-CoV, lo que permitió omitir pasos preliminares. Los ensayos de fase I y II empezaron casi a la vez, adaptando procedimientos ya existentes. Los de fase III comenzaron después del análisis de los resultados intermedios de las anteriores, cubriendo etapas de ensayos clínicos en paralelo. Varias vacunas comenzaron a producirse a gran escala, asumiendo el riesgo de que no resultasen efectivas y se perdiese la inversión. Entretanto, las agencias públicas de medicamentos han hecho una evaluación continua de estas vacunas para contar con todas las garantías de eficacia y seguridad.
Sin todo ese esfuerzo no se habría llegado a la situación de hoy, pero ello no era, por sí solo, garantía de éxito. En 1971, el presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, firmó la National Cancer Act, una ley mediante la que se proponía acabar con el cáncer en una década, y destinó a ese objetivo el equivalente a 10.000 millones de dólares actuales. Han pasado 50 años desde entonces.
Llegados a este punto, falta citar un ingrediente esencial, la ciencia básica. Ese elemento fue, precisamente, lo que diferenció al 'proyecto Manhattan' de la 'guerra contra el cáncer'; la comunidad científica contaba con suficiente conocimiento de la estructura del átomo para abordar con éxito el primero, pero no tenía el necesario para acabar con el cáncer. La investigación básica realizada de mediados del siglo XX en adelante ha permitido desentrañar la estructura y comportamiento de los virus, y el funcionamiento del sistema inmunitario, además del desarrollo de poderosas técnicas biotecnológicas. He ahí una importante lección: investigaciones sin utilidad aparente se pueden revelar esenciales cuando ha de hacerse frente a riesgos para nuestra supervivencia. Sin ese conocimiento, el momento estelar al que asistimos no se habría producido.
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