Miriam y las ratas
El Piscolabis ·
JON URIARTE
Sábado, 18 de abril 2020, 01:59
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El Piscolabis ·
JON URIARTE
Sábado, 18 de abril 2020, 01:59
Están ahí. Agazapados. Como las ratas. Solo que estos seres de los que hablamos no salen de las alcantarillas. Sino de la puerta de enfrente .O de abajo. O de arriba. A saber dónde tienen la madriguera. Como buenas ratas, son huidizas. Y ... como tienen aspecto humano no hay forma de identificarlas. Miriam quería saber cómo se llamaba la rata que vive en su edificio. Con el paso de los días ya no lo tiene tan claro. Una cosa es descubrir que compartes las paredes con un animal infecto y otra tener que compartir ascensor o junta de comunidad con él mirándole a la cara. Porque eso es lo que le espera a Miriam. Aguantar o largarse. Y todo, por cometer el delito más grave jamás imaginado. Trabajar en un supermercado durante esta cuarentena. Al menos es la propuesta de una o varias de esas ratas que tienen el buzón junto al suyo y que le dejó una nota vomitiva al respecto. Y hasta aquí hemos llegado. Ella duda sobre investigar o no el origen de la misiva. Yo lo tengo claro. Quiero saber quién es.
Cuando Miriam contesta nuestra llamada está más tranquila. El enfado se ha tornado disgusto. Pero el ánimo ha mejorado tras las muchas muestras de apoyo. A nadie le gustan las ratas. Salvo a las de su especie. Por eso, saber que alguien le pasó esa nota bajo la puerta, nos ha revuelto las tripas al resto. Ni siquiera era una hoja pegada en el portal, como le pasó al doctor Jesús Monllor. Un médico en Alcázar de San Juan, en Ciudad Real, al que un vecino le hizo lo mismo. O esa sanitaria a la que alguien aspirante a terrorista le pintó en el coche que tenía aparcado en el garaje las palabras «rata contaminada». Curioso que utilice precisamente ese animal para señalarla. Se ve que no se ha mirado en el espejo.
En el caso de Miriam fue cuando pidió a su hijo Alejandro que trajera el móvil que había dejado en una de las habitaciones. Para llegar a él debía atravesar un pasillo y pasar junto a la puerta de la vivienda. Le extrañó que el niño tardara. Cuando llegó era un mar de lágrimas.-¿Nos tenemos que ir de casa?-le preguntó angustiado a su madre mientras le entregaba la nota. Miriam. «Somos tus vecinos y queremos pedirte por el bien de todos que te busques otra vivienda mientras dura esto, ya que hemos visto que trabajas en un supermercado y aquí vivimos muchas personas. No queremos más riesgo. Gracias«. Eso había escrito la rata. Imaginen la sensación. Y la rabia.
Inmediatamente ella respondió con otra nota. «Soy la vecina del 3º izquierda». Así arrancaba. Y la firmaría toda persona con un mínimo de decencia. Hay que ser muy canalla para presionar a una persona para que abandone su casa por tus mierdas, miedos y egoísmos. Por suerte es noticia. Quiero decir que no es lo habitual. Pero ojo. Las guerras están llenas de cobardes y miserables que señalaron a sus vecinos para salvarse ellos o, simplemente, por envidia. O porque les molestaba su simple presencia. Ratas hubo, hay y habrá. Pero tenemos que lograr que salgan a la luz. Que dejen de esconderse en el anonimato y que, si tienen lo que hay que tener, pongan su nombre y apellidos en sus crueles notas.
Cosa que hizo Miriam, por cierto. Una madre que saca adelante ella sola a su hijo y a su hija y que cada mañana sale a trabajar a un supermercado para que no nos falte de nada. Y que, como dice dolida en su respuesta, al terminar el trabajo y antes de besar o abrazar a sus hijos, se lava a fondo para evitar contagios. Por eso y por todo, Miriam es una vecina que me encantaría saludar en el portal. En cambio no quisiera tener cerca a las ratas como la que hizo llorar a Alejandro.
Por eso, te hablo a ti rata asquerosa, si tienes un mínimo de sangre en tus venas, ten lo que hay que tener y escribe tu nombre la próxima vez. Y ya de paso pon en qué y dónde trabajas. Veo que no cometes faltas de ortografía, a diferencia de la vecina a la que acosas. Lo mismo tienes estudios y todo. Y hasta un buen trabajo que no te obliga a estar en contacto con el virus. Pero necesito saber de ti. Para si tienes un comercio no pisarlo jamás. Si trabajas en una empresa, no consumir nada que lleve esa firma. Y si coincidimos por la calle, cambiar de acera. O si te veo en un bar, una tienda, un centro comercial o un parque contar a todos lo que escribiste. No te digo nada si coincidimos en un supermercado. Ese lugar que tanto temes. O en un hospital, donde hay virus para dar y regalar.
Quiero saberlo por si vienes a mi empresa a pedir trabajo y así darme el gustazo de contarle tus andanzas anónimas al de recursos humanos. Y si me entero de que pides una ayuda pública, te quejas de la sanidad, de la educación, del transporte, de las carreteras o simplemente de que se ha soltado una baldosa de la acera de tu calle poder decirte a la cara que no quiero que un solo euro mío llegue a tu bolsillo. Que te lo den el resto de vecinos que piensan como tú y no han dicho ni pío. Pero no cuando termine la cuarentena. Sino el resto de tu vida. Porque las ratas como tú me dan asco. De hecho solo tengo claro una cosa desde que nací. Y no es cosa de ahora. Sino de siempre. No quiero compartir con los de vuestra especie ni el aire que respiro. Es lo que me enseñaron mi padre y mi madre. Porque no hay nada más letal que una rata de dos patas.
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