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Por mucho que intenten ocultarlo, las palizas, los insultos, las amenazas y las violaciones dejan huella. Aunque ya no queden señales físicas de moratones, ni de desgarros, ni lágrimas, hay otro dolor que no pasa desapercibido para médicos y enfermeras. Tienen un radar hipersensible para ... detectar que una mujer está siendo víctima de violencia machista. Esa paciente de perfil más vulnerable que acude tantas veces a la consulta para pedir somníferos o antidepresivos o que se queja de dolores de cabeza o gastrointestinales inespecíficos, que tiene una mirada triste, que descuida su aspecto... ¿Cómo conseguir que se sincere? Los sanitarios están formados para hacer las preguntas oportunas incluso en momentos de 'shock', como cuando entran en Urgencias tras una brutal agresión sexual o quebradas por los golpes.
En el último año, los médicos vascos han activado los códigos por violencia machista en 1.676 ocasiones en los hospitales y centros de salud de Euskadi. Cuatro cada día. La mitad (860) en Urgencias y otros tantos (816) en los centros de salud. En Bizkaia, ese botón morado de alerta se apretó en 966 ocasiones; en Álava en 213, y en Gipuzkoa, en 495.
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Todos eran casos nuevos y supusieron un incremento del 33% con relación al ejercicio anterior, pero aun así «el número está muy lejos de la prevalencia estimada, sabemos que hay un infrarregistro», reconoce Maite Paino, subdirectora de Asistencia Sanitaria de Osakidetza y una de las redactoras junto con el médico Maxi Gutiérrez de un premiado protocolo que orienta a los profesionales sobre cómo actuar ante casos así y cómo reflejarlos en la historia clínica de las víctimas. Desde que existe, los registros han aumentado y el compromiso de los sanitarios, también.
«El sistema sanitario es la puerta de entrada. En las primeras personas que depositan su confianza es en sus médicos o enfermeras. No nos corresponde ni victimizar, ni hacer juicios de valor; tenemos que acompañar. La mujer tiene autonomía para denunciar o no y nosotros somos garantes de que la atención sea la misma haga lo que haga», explica Paino. «Lo importante es que somos un espacio de detección importante y si hacemos eso bien ya hacemos muchas cosas contra la violencia de género», añade Maxi Gutiérrez.
En las Urgencias, explican los expertos, hay que tener cuidado con las preguntas que se hacen cuando a esas mujeres sólo les separa una cortinilla de los pacientes de al lado o cuando puede que el atacante esté sentado junto a su cama. No es algo infrecuente. Tres de cada cuatro agresores son parejas o exparejas. Ejercen sobre todo violencia física y psíquica contra ellas, pero sirva como escalofriante muestra un dato: en seis de cada diez de las 188 agresiones sexuales contra mujeres atendidas el pasado año en los hospitales vascos, el abusador fue el mal llamado compañero o excompañero sentimental.
Con sumo cuidado se hace un parte de lesiones que se remitirá a los jueces. La siguiente misión es tratar de que la víctima siga en contacto con su médico de familia.
Frente al hospital, el personal de los centros de salud tiene la ventaja de la cercanía a la hora de pulsar las alarmas. «Tenemos una relación constante, conocemos a la familia», indica Gutiérrez. Entre profesionales comparten las sospechas. «También hay veces que son otros familiares los que piden ayuda», agrega Maite Paino. Y a eso se suman notas que chirrían en formularios, pruebas diagnósticas... Ponen el foco en colectivos más vulnerables como el de mujeres embarazadas, las migrantes, las personas con discapacidad, con trastorno mental grave, con problemas de adicciones, las residentes en pueblos pequeños, las mayores o las víctimas de explotación sexual.
Se trata de «ponerse las gafas de saber que esto existe», indica el médico de familia, e intervenir lo antes posible. Desde hace cuatro años aumentan las pacientes que cuentan lo que les ocurre antes. «Más de la mitad refiere menos de un año desde que se iniciaron los malos tratos», apunta la responsable de Osakidetza. «Pero aún son muchas las que dicen llevar más de diez años en esa situación».
El ojo clínico puede ayudar a una detección precoz. Hay cosas, como lesiones físicas que no coinciden con lo que la paciente les dice, cierto tipo de marcas, nerviosismo, baja autoestima, intentos autolíticos, problemas gineco-obstétricos, abuso de alcohol o drogas o aislamiento que deben alertar al profesional. La guía les ayuda a cómo interpelar con «extremado respeto». Una vez detectado el caso se establece un protocolo de actuación que pasa por escuchar, acoger, empatizar, valorar riesgos, lograr que la mujer vuelva a la consulta y derivarla a especialistas, servicios sociales, abogados o policías si es necesario. «Si hay una urgencia y está en juego su integridad se avisa inmediatamente al juez», agrega Paino. Todo queda registrado en la historia clínica de manera que si la paciente un día lo pide, pueda disponer de sus partes de lesiones.
El protocolo también explica cómo actuar ante casos de agresiones sexuales recientes e incluso cuando hayan pasado más de cinco días. Y aborda asimismo la cuestión de los hijos menores de edad, considerados también víctimas. Y esta es quizá la cuestión que más inquieta ahora a Osakidetza, indican los dos médicos. «Debemos hacer una atención integral», reivindica Maxi Gutiérrez, quien defiende también que se dé cobertura al maltratador.
Ante la ausencia de formación sobre violencia de género en las facultades de Medicina y Enfermería, este médico de familia se encarga de formar a residentes de todas las especialidades. «Deberían saber cómo intervenir desde mucho antes», critica también Maite Paino. Cada año 250 profesionales de Osakidetza asisten a cursos presenciales y otros 5.200 participan en talleres 'online'. «Cuanta más formación tengan antes podrán activar los códigos y ayudar». En estas clases, se trabaja también con la frustración. «Es muy difícil ver cómo a veces optan por seguir viviendo con su maltratador», reflexiona Maxi Gutiérrez.
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