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Lo de las mascarillas resulta increíble. Desde que empezó toda esta crisis las autoridades insisten en que no es necesario ponérselas, que no son eficientes. Sin embargo, cuando los chinos vinieron a Italia a ayudar a contener la epidemia se echaron las manos a la cabeza porque no entendían que en Europa desatiendan una medida preventiva tan básica y que ellos tienen tan interiorizada. Aunque algo de eso está cambiando. En República Checa y Eslovaquia ya es obligatorio su empleo para salir de casa. En Austria también se va a imponer a la gente que la use para ir al supermercado. Incluso Italia y Alemania se están planteando exigir este tipo de protección.
¿Cómo es posible que no haya un criterio científico uniforme en algo tan aparentemente fácil de determinar? Muy posiblemente, porque en las argumentaciones se entrecruzan otro tipo de condicionantes que no tienen nada que ver con la ciencia.
En principio, parece claro que cualquier tipo de protección debería ser buena. Ya corte el paso al 90% de los virus, o al 50%, siempre es mejor que nada. Y de esa opinión es Begoña Calvo Hernáez, catedrática de Farmacia de la Universidad del País Vasco, experta en Sanidad y profesora en Tecnología Farmacéutica. Ella ve fundamental el uso de mascarillas para reducir los contagios por el coronavirus y augura que será una imposición en varios países europeos. «Cada vez se están escuchando más opiniones de expertos que recomiendan su uso por la población general, opinión que yo comparto. Hasta ahora las autoridades sanitarias de nuestro país, basándose en las recomendaciones de la OMS, han recalcado repetidamente que la población en general no debe llevarla», recuerda.
¿Por qué esa actitud? ¿Por qué no hacer lo mismo que chinos y coreanos, que han logrado cortar los contagios, aparentemente, de un modo mucho más eficiente que nosotros? A juicio de la catedrática, el motivo no tendría nada que ver con la eficiencia real de este sistema, sino con el hecho de que es un bien escaso. Así que un acaparamiento por la población pondría en riesgo el suministro para quien más lo necesita, los sanitarios.
Además, Begoña Calvo da otro argumento para apuntalar su postura: no se trata sólo de proteger a quien lleva la mascarilla, sino a los demás de posibles contagios, porque uno puede estar infectado sin saberlo. Se trataría de que cada uno se quede con lo suyo, con esas gotitas de saliva que expulsadas al aire pueden mantenerse un pequeño tiempo en suspensión y luego contaminar todo tipo de superficie. De ahí que lo vital, también es cierto, es lavarse las manos.
En el otro extremo está Guillermo Quindós, catedrático de Microbiología de la UPV/EHU. Comienza explicando que las mascarillas más básicas, las de cirujano, o las caseras de tela, o incluso buffs o fulares, «dejan pasar entre el 25% y el 40% de los virus» que estén en el aire. No nos protegen del todo. ¿Y no es eso mejor que nada? Da dos argumentos para sostener que no: el primero, «las restricciones; si no las hubiera, no habría ninguna polémica con lo de las mascarillas». La segunda, el mal uso que se hace de ellas. «Veo a gente que se la baja a la barbilla, o se la pone en la frente, que se la toca con la mano y luego se la pone...». Así que, al final, más que un mecanismo de protección pasa a ser un mecanismo de propagación.
Pero, ¿los virus que llegan a la mascarilla no acabarían llegando igualmente a la cara o a la boca de quien la lleva? «Quizás, pero la mascarilla te da una sensación de seguridad que no es real», y puede hacer que la gente baje la guardia. ¿Y por qué no llevarla, aunque sea solo para proteger a los demás por si estuviésemos enfermos sin saberlo? A esto responde que no tenemos unos niveles de propagación suficientes que aconsejen esta medida.
Lo último. Si en Asia la utilizan y les va bien, ¿Por qué no les copiamos? «Allí son muy diferentes. La gente se las pone cuando está resfriada para evitar contagiar a otros. Nosotros no tenemos interiorizada esa manera de actuar». Además, concluye, salvo en lugares atestados «no hay virus pululando por el aire que supongan una amenaza».
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