Aspiración. «Sólo quierouna vida normalita», clama la guipuzcoana Bego Etxeberria. Iñigo arizmendi

Covid crónico, la pandemia continúa

Persistente. Al menos un 10% de los infectados tendrá que vivir para siempre con fuertes dolores que vienen y van, cansancio, taquicardias, insomnio... Cuatro pacientes vascos con dos años de tormento lo cuentan

Sábado, 19 de marzo 2022, 00:13

No habrá final de la pandemia para más de medio millón de ciudadanos españoles, entre ellos unos 30.000 vascos. Cuando las autoridades sanitarias internacionales y locales proclamen el cierre oficial de la crisis del coronavirus, 36 millones de ciudadanos del mundo -seguramente más- se ... mirarán atónitos y se preguntarán 'qué narices es lo que termina'. No tendrán nada que celebrar. Las graves secuelas que el virus deja para siempre en, al menos, el 10% de los afectados convertirá lo que se conoce ya como covid persistente o 'long covid' en el mayor desafío sanitario desde el estallido del sida en los años ochenta. Lo que está por llegar, coinciden los expertos, resulta aún inimaginable.

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«Estamos ante un grave problema social y una avalancha de salud pública. Una nueva pandemia está a punto de estallar. Lo viene advirtiendo la Organización Mundial de la Salud, pero las autoridades sanitarias siguen actuando como si nada pasara», advierte la especialista Pilar Rodríguez Ledo, vicepresidenta de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia, que trabaja en el hospital Lucus Augusti, de Lugo. Sabe bien de lo que habla porque ella fue una de las cuatro coordinadoras de la Guía Clínica para Atención al Paciente de Covid Persistente/Long Covid de España. «No se trata de meter miedo, que no lleva a ningún sitio», aclara. «La sexta ola ha dejado una marea de asintomáticos, que son terreno abonado para esta grave complicación».

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El covid crónico nada tiene que ver con superar una forma rebelde de la nueva enfermedad y quedarse con secuelas que se diluyen con el tiempo. La mayoría de los afectados son, de hecho, pacientes que afrontaron cuadros tan leves que muchos fueron asintomáticos. El virus, completo o en trazas, logró sobrevivir en ellos al envite del sistema inmune y quedó acantonado en el organismo para manifestarse luego de más de 200 maneras diferentes. Fuertes dolores de cabeza, un cansancio brutal, insomnio rebelde, taquicardias, niebla mental... todo tipo de complicaciones que cabe imaginar. Cuatro vascos que llevan ya casi dos años viviendo con la enfermedad lo cuentan para EL CORREO.

Juana Umaran | Gamiz, 66 años

«Hay que acostumbrarse, porque esto va para largo»

Los primeros días de la pandemia fueron un caos en los hospitales vascos. Al lógico desconocimiento sobre todo lo relacionado con el nuevo virus se unió la necesidad de tener que trabajar en precario, sin las medidas mínimas de protección personal. La cardióloga Juana Umaran, que estaba a unos meses de firmar su jubilación, fue el primer sanitario del hospital de Galdakao en infectarse. Cayó el 13 de marzo de 2020, la víspera de que comenzara el confinamiento domiciliario de la población.

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Superar la enfermedad le costó 43 días de reclusión en su habitación de Gamiz, donde reside. En realidad, creer que la había superado, porque fue un espejismo. En julio de aquel año, el verano en que por primera vez la sociedad creyó vencida la pandemia, el coronavirus regresó a ella no como infección aguda, sino crónica. En realidad, nunca se había ido.

«Estaba de vacaciones en el Pirineo y haciendo montaña tuve un rebrote de los síntomas, con fiebre, cansancio, mialgias (dolor muscular)... Me hicieron pruebas y vieron que tenía los parámetros de covid otra vez muy elevados», relata. Aquel episodio marcó «una frontera en mi vida». Juana cuenta de ella que era una persona sana que practicaba ejercicio de forma regular. Dolores de cabeza y musculares «muy frecuentes» acabaron de golpe con todo aquello.

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«Si una gripe es un camión que te atropella, esto es como sentirse arrollado por un mercancías»

Sufre insomnio «que nunca había tenido» y llegó a caérsele la mitad del pelo, aunque luego lo recuperó. «Mi vida de jubilada no me condiciona mucho, pero sé que si juego al golf o camino en llano una hora ya no duermo», explica. Vive resignada. «Son cambios en la vida que suceden...», se consuela. «Tenemos que acostumbrarnos a vivir con ello, porque esto va para largo. Los virus son complicados».

David Fulgueral | Vitoria, 48 años

«Subía cimas de 4.000 yno puedo pasear por un 600»

Deportista. El covid persistente ha limitado enormemente las facultades físicas de David Fulgueral.

«Estoy acostumbrado a las migrañas, y esto no tiene nada que ver. El dolor de cabeza que provoca el 'long covid' no crece paulatinamente a lo largo del día y se mitiga estando a oscuras. Su intensidad se mantiene constante desde que te despiertas hasta que te acuestas. Es como si tuvieras un pincho en el cerebro que quisiera estallar hacia afuera y sientes mucha presión detrás de los ojos».

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De esta manera tan gráfica explica el vitoriano David Fulgueral el impacto del dolor que le provoca el covid crónico. Su historia guarda mucho paralelismo con la de Juana Umaran. Técnico superior de imagen para el diagnóstico, cayó infectado, como ella, el 13 de marzo de 2020. También tuvo que permanecer en casa aislado durante unos 45 días, con fiebre y unos dolores articulares y musculares brutales, que no cedían de modo alguno. «Fue como una gripe multiplicada por cien», describe. «Si lo normal es sentirte como que te pasa un camión por encima, yo me sentí arrollado por un mercancías».

Amante del alpinismo y aficionado a la carrera de montaña ('trail running'), diez meses después de superar la infección se vino abajo. Salió «con un amiguete» al monte y sintió que le faltaba el aire, no podía respirar, se sintió cansado. «Antes subía cimas de 4.000 metros y ahora no puedo pasear por un 600». Su válvula mitral requería ser reconstruida. Se puso en buenas manos. «Me operó en Basurto Álvaro Ortiz de Salazar, uno de los mejores cirujanos cardiacos que hay en Europa. Sólo tengo palabras de agradecimiento para él».

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Pero desde aquel día en la montaña todo cambió para él. El insomnio se le ha cronificado, apenas duerme mal cuatro horas seguidas, vive cansado y sufre lo que los especialistas llaman niebla mental, vacíos de memoria y problemas para recordar acontecimientos recientes. Está tocado psicológicamente. «Es durísima esta incertidumbre... En este estado, ¿cómo preparo yo la OPE de Osakidetza?», se pregunta.

Bego Etxeberria | Rentería, 47 años

«Solo pido una vida normal, salir a la calle, tomar un café»

La residencia municipal de Rentería aguantó estoica el envite de la primera ola; pero la segunda, en noviembre de 2020, la arrasó. Fallecieron más de una treintena de residentes. Una de sus auxiliares, Bego Etxeberria, también se contagió. La infección le provocó una neumonía bilateral, es decir, de los dos pulmones, que obligó a su ingreso hospitalario. La neumonía se curó, pero como consecuencia del covid le quedó una taquicardia, que al mínimo esfuerzo le eleva el ritmo cardiaco a 160 pulsaciones por minuto. «Aparte de otros muchos síntomas», se explica.

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Tiene dificultades para respirar, los ojos secos, se cansa enormemente, sufre un constante picor de garganta, y se le ha desatado también hipotiroidismo, una complicación que le genera, además, sensibilidad al frío y alteraciones menstruales. También sufre niebla mental. «Me ha pasado querer ir a un supermercado y, sin saber cómo, aparecer en mi trabajo. Pero también conozco a quien se bloquea y se ve incapaz de andar», cuenta.

Está desengañada con Osakidetza. «Depende del médico que te toque te hacen caso o te obvian. Algunos -comenta- te dicen que no saben de esto, otros que no pueden hacer nada por ti y por parte del Gobierno vasco, ninguna ayuda. No están haciendo nada», protesta. «Hemos escrito al Ararteko, pero no hay apoyo de ningún tipo. Nos tienen olvidados», se queja. Vive con el covid crónico desde hace más de un año. «Solo quiero una vida normalita, salir a la calle y poder tomarme algo; pero me canso mucho. No puedo ni con mi alma».

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Isabelle Delgado | Getxo, 52 años

«Necesitamos investigación y que se nos tenga en cuenta»

Constancia. Isabelle Delgado se siente atrapada por el covid persistente, que ha cambiado su forma de vida. Pankra Nieto

«Ni vengas por aquí si tienes fiebre. No salgas de casa», ordenó a Isabelle Delgado su médico de cabecera. La mujer, residente en Algorta (Getxo) se encontraba ese día, el 8 de marzo de 2020, «muy mal». Tenía «una fiebre altísima, mucha tos, una faringitis enorme... Sentía como si tuviera «la garganta atravesada por cuchillos, me dolía todo el cuerpo como si me hubieran dado una paliza», relata. El coronavirus hacía su trabajo.

En abril, un mes después, al ver que no mejoraba, la paciente fue derivada al hospital. Comenzó a no poder respirar. La PCR dio negativa, pero ante la duda le ordenaron encerrarse en casa. Pasó 59 días sin salir de ella. Después de ese tiempo, la sintomatología continuó, incluida la febrícula. Una entrevista en televisión con una enfermera de Madrid le encendió una luz. «¡Covid persistente! Ahora lo entiendo».

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Isabelle lleva ya dos años viviendo con dolores articulares y musculares. Tiene dificultad para tragar los alimentos (disfagia), niebla mental, tos constante, le sube la temperatura todas las tardes, se cansa al mínimo esfuerzo. Su metabolismo también ha cambiado como consecuencia de la enfermedad. Pesa 20 kilos más que hace dos años. «Necesitamos reconocimiento», proclama.

Una amiga veterinaria le ha contado que los virus, una vez que se instalan en sus reservorios naturales, no se van. Lo ha visto en los gatos. Isabelle lo sabe: la suya es una enfermedad crónica. «Necesitamos que se investigue y se nos tenga en cuenta», demanda.

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