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Basta un mensaje de texto de unas pocas líneas para que la vida dé un vuelco. El nombre de una madre, su fecha de nacimiento, la palabra positivo por covid. En la mañana del lunes 11 de enero Begoña Rodríguez, Alicia Brogeras y Aizea Busto ... Adán recibieron ese mensaje. «No sabía nada. Ni que habían hecho pruebas PCR, ni nada. Pensaba que era un error», cuentan al unísono. Begoña Rodríguez se dio cuenta un poco antes de que estaba pasando algo raro. «Llamé al centro, donde tengo a mi hermano Antonio, de 61 años. Mi madre llevaba un par de días intentando hablar con él y no había podido. La persona que me contestó, que es muy educada, estaba muy nerviosa. Me dijeron que no podían atenderme en ese momento, que estaban 'recibiendo los resultados'», recuerda. A media mañana, la residencia Marcelo Gangoiti de Muskiz sumaba medio centenar de positivos entre sus mayores y pocas horas después supieron que había 93 dependientes contagiados ente los 103 internos. Llegaron a ser 97 y el virus infectó también a unos 35 trabajadores.
Los grupos de whatsapp donde se comunican los familiares echaban humo. «Mi madre, positivo». «Mi hermano, también». Mi amama, positivo». Había un gran enfado por la magnitud del brote y por haberse enterado de aquella manera. «Antes, siempre que les hacían una prueba, nos avisaban desde el centro, pero esta vez no», apunta Busto. La dirección recibió a los familiares y explicó que había habido un fallo informático en los envíos. Desde entonces, los comunicados han ido detallando la situación del brote. «Ha habido, al menos, cinco fallecidos hasta ahora», detallan los familiares. Una veintena de residentes fueron trasladados y algunos han podido regresar ya. Actualmente hay cinco mayores en Birjinetxe, uno en Cruces y 13 en Santa Marina. El resto permanece en Muskiz y la mayoría no tiene síntomas. De hecho, 41 mayores han superado ya la cuarentena y han abandonado el aislamiento. Los 6 internos que siempre dieron negativo están en un sector aparte, en la planta cero. Hoy les harán una nueva PCR.
Aizea Busto habla de su amama, Loli Mato, que tiene 78 años y un alzhéimer que la mantiene «en su mundo, que igual es más bonito en estos momentos». Begoña Rodríguez piensa en su hermano Antonio, al que un derrame cerebral dejó invidente y con problemas de movilidad hace una década. Alicia Brogeras habla por su madre, Alicia Otero, de 83 años, que lleva una década en Marcelo Gangoiti, desde que un infarto cerebral le privó del habla y le paralizó medio cuerpo. «Nosotras somos su voz».
La pregunta que todo el mundo se hace en Muskiz es cómo se pasa en diez días de 3 contagios a 93. Nadie parece tener una respuesta concluyente. «Se han tomado malas decisiones, como cerrar la planta cero. Se dijo que era por el covid, pero se concentró a los mayores. Se rescindieron contratos, se sobrecargó a los trabajadores», cuentan. Las tres se movilizaron por el cierre de esa planta baja, pero no sirvió de nada. «Quiero que pongas que no nos ha ayudado nadie. Estamos muy solos. No nos apoya la residencia, ni la Diputación, ni los sindicatos, ni el Ayuntamiento. Somos la única voz de nuestros familiares. Fuimos a manifestarnos a Bilbao la semana pasada y sólo vinieron la asociación Babestu y los pensionistas. Se lo agradecemos, pero sólo a ellos», apunta Rodríguez, dolida.
«Ha habido muchas medidas verdades y muchas mentiras. No sabes a quién creer. Lo único que me sirve es ver a mi ama y verla bien», asegura Brogeras. El resto asiente. «La última vez que la pude visitar fue el 31 de diciembre en la entrada de la residencia. Luego en cuatro o cinco videollamadas. Sólo podíamos verles en la entrada para no llevar el virus al centro, pero no ha servido de nada. ¿Por qué no han tomado más medidas antes? Ahora está todo cerrado, cuando ya da igual. Si lo hubieran hecho bien, no hubiera sido tan gordo. Si esto pasa en abril, lo asumes, nadie sabía nada del virus. Pero no entiendo que pase ahora», valora. A su juicio, «la residencia ha bajado en picado desde 2005. Hay dos gerocultoras y una gobernanta por las noches», lamenta. Aizea Busto Adán tiene 23 años y trabajó una temporada de gerocultura en Marcelo Gangoiti. «Estuve muy a gusto. Ahora, como familiar, no reconozco la residencia. La organización del centro es vital. Una de las primeras contagiadas ha dado cenas en las dos plantas. No se pueden mezclar. Así que cuando salen los positivos, están por todas partes».
Por el momento, estas tres familias han tenido suerte. Al igual que la mayoría de los residentes, sus allegados son asintomáticos. Pero lo están pasando mal. «Amama pasó mucho dolor muscular. Sólo la he visto sonreír una vez en las videoconferencias», cuenta Aizea Busto. Begoña Rodríguez relata que su hermano «ha perdido movilidad y casi no habla». Es la grave factura de la pandemia en los mayores, al margen del brote.
Brogeras y Busto coinciden en que es necesaria «una desinfección a fondo de las instalaciones y para eso hace falta llevar a los mayores a otro lugar mientras se hace, porque esos productos no se pueden respirar». Reclaman también que se habilite el centro de día para las visitas. «Las estamos haciendo en la calle, con frío y lluvia, para que se consideren paseos. Dentro sólo puede ir un familiar y fuera con este tiempo es imposible. Hemos escrito a la Diputación para que habilite ese espacio, hemos entregado más de 40 firmas de familiares y no nos hacen caso», lamenta Busto.
Hablamos también con Rosa, un nombre ficticio que protege el anonimato de una trabajadora de Marcelo Gangoiti. «Sinceramente, no sabemos lo que ha pasado. No lo podemos entender». «Estamos hundidas. Anímicamente muy mal. Hay unas 35 compañeras de baja. Entre las que han llegado para reemplazarlas hay contagiadas e incluso entre el personal no sanitario». La virulencia del covid en el centro no es fácil de comprender. «Sabemos que han venido epidemiólogos. En nuestros grupos la gente comenta que quizá haya algún supercontagiador o si puede ser la cepa inglesa, pero nadie sabe nada fijo».
«El centro está bien sectorizado. Hay carteles por todos lados. El problema entre plantas es que hay turnos en que hace falta más gente en una planta y hay que cambiar trabajadoras», apunta. «En general, hay poco personal. Se cumple la ley pero es que, cumpliéndola, podemos estar una tarde dos auxiliares para levantar de la siesta y dar de merendar a 50 mayores». La dirección -con la que este diario ha intentado contactar sin éxito- «hizo contrataciones al estallar la pandemia, había más gerocultoras y personal de limpieza, los Bomberos venían a desinfectar. Pero cuando mejoró un poco en mayo, todo se acabó». Luego llegó el brote y sus estragos.
El pasado domingo, 17 de enero, el balance de Acción Social confirmaba el segundo gran brote activo en el territorio, que afecta a la residencia Truiondo, en Zamudio. Alcanzó hace una semana los 56 mayores contagiados por un brote que apareció tímidamente en los registros oficiales el 2 de enero, con 4 positivos. Familiares consultados por este diario, que prefieren mantenerse en el anonimato, trasladan que «ha habido fallecidos en el centro en las últimas semanas, al menos cuatro». «Hay también muchos trabajadores contagiados y no entendemos por qué no se conoce nuestro caso», alertaron. En el balance del pasado jueves Truiondo mantenía 40 contagiados, aunque algunos mayores podrían haber sido derivados a centros sociosanitarios.
Muskiz y Zamudio son los dos brotes masivos que hay activos en estos momentos. Sin embargo, no son el mayor foco registrado en Bizkaia en esta pandemia. Txurdinagabarri llegó a alcanzar los 125 mayores contagiados en sus 220 plazas. Al menos 12 de ellos perdieron la vida. Del resto de residentes, la inmensa mayoría se ha recuperado y ya sólo quedan 4 positivos.
La Federación Empresarial de la Dependencia alerta de que «es imposible que todos los puestos sean totalmente estancos».
¿Cómo es posible que una residencia pase de 3 a 93 contagiados en diez días? Es la pregunta que trasladamos a Ignacio Fernández-Cid, presidente de la Federación Empresarial de la Dependencia. «El virus entra en las residencias de las zonas donde hay más afección y lo hace a través del personal, de nosotros, principalmente. No entra especialmente con los familiares, esto nos lo dicen los datos. Además, hay que tener en cuenta que en estos momentos hay cepas más contagiosas, como la inglesa. En la primera oleada la afección en los centros de Madrid, las dos Castillas, Cataluña o Aragón fue mayor. Eso fue muy negativo, pero ahora tienen una inmunidad importante y ataca más en otras zonas, en centros blancos». La propia actividad del centro hace que penetre. «Si duchas a una persona, le das de comer, le cambias los pañales, el contacto es muy estrecho. Hay mayores que se quitan la mascarilla o que en un momento se la quitan al trabajador, y esta no protege al 100%».
Todo eso explica cómo entra, pero no por qué se expande como la pólvora. ¿Si un centro está sectorizado, por qué afecta a todos? «Si es una gerocultora de un sector concreto, solo afectará a esa zona. Pero, ¿qué pasa si es una gobernanta, un 'fisio', una recepcionista...? Es inviable que todos los puestos sean estancos. ¿Y qué sucede si es asintomático? No puede darse cuenta y, cuando lo detectas, el virus está en todas partes». La mejor receta que plantea Ignacio Fernández-Cid es «la vacunación», de todos los mayores y del personal. En el conjunto de España calcula que andará ya en el 92% de los trabajadores.
Esta misma semana, compareció la patronal vizcaína Gesca. «Me gustaría saber por qué con los mismos protocolos, entra en un centro y no en otro. Sabemos lo que sabemos del virus y hay que ser humildes en esto. Si hay que movilizar a una persona mayor, no hay distancia. En las residencias no pasa nada que no suceda fuera. Se mantienen las medidas, pero hay momentos en que se traspasa ese límite. Si llega un familiar tras dos meses y toca a su madre, ¿qué hacemos? Si pretendemos que nuestro trabajo sólo se considere bien hecho cuando hay cero contagios, estamos acabados. No es así. Es importante no frivolizar, ni acusar. No es verdad que con más personal o con más medidas no sucedería», explicó su presidente, Carlos del Campo.
Desde el sindicato ELA, por su parte, consideraron que «ha quedado evidenciada la dejación por parte de las administraciones públicas» en las residencias y reclamaron, entre otras medidas. «PCR preventivas constantes y cribados, formación específica, doble taquilla y planes de contingencia en caso de brote». «Hace falta contratar a más personal y mejorar la ratio de atención directa. Las carencias se han agravado en la pandemia». Asimismo, pidieron el reconocimiento de «las bajas por enfermedad profesional a todas las trabajadoras afectadas».
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