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Pena de no tener un micrófono o altavoz, pero ya llegará», confía Anakoz Merikaetxebarria Magallón. Megáfono en mano, anima todos los días al vecindario desde un sexto piso de la calle Solokoetxe con espectáculos musicales y de «vedettes». A eso de las 20.20 horas, «desde el Día del Padre» y justo cuando se escuchan los últimos ecos de los merecidos aplausos a los sanitarios, Anakoz toma el relevo y abre de par en par la ventana de su habitación.
La gente ya le espera desde los balcones y miradores cercanos porque se anuncia desde primeras horas de la mañana en Instagram. Merikaetxebarria baja al trastero en busca de pelucas y vestuario y, gracias al chorro de su voz, sus temas llegan a Iturribide y Begoña, «e incluso hasta Prim», se felicita. Añade a sus espectáculos el ¡Azúúúcar! de Celia Cruz y arranca su festival con el «'Ay, no hay que llorar/ Que la vida es un carnaval/ Que es más bello vivir cantando'», interpreta mientras grita '¡Chicas, esto es maravillosoooooo!'.
Anakoz era una figura del transformismo -se subió con tacones por primera vez a un escenario a los 16 años para actuar junto a La Otxoa-, e hizo sus pinitos en el teatro hasta que se volcó en el maquillaje -es caracterizador del Arriaga- y la peluquería, con local en el Casco Viejo. Pasa estos días de miedo y angustia junto a su madre, Sagrario, la misma que ha ejercido de fotógrafa para este reportaje. «Yo no salgo a la calle ni a tirar la basura. Es mi madre, por aquello de estirar un poco las piernas, la que baja a comprar el pan y la comida y, por ejemplo, a tratar con la asesoría unos temas porque tiene una corsetería con tres empleadas. Pero es bajar y subir», advierte.
Anakoz tiene una sola cara, pero muchos rostros. Lo mismo se mete en la piel de personajes como Tutuka Caipiroba, Carmen la sevillana o Mertxe la de Arrankudiaga. «Me encanta el humor canalla, divertido y verde», relata. Y canta, sobre todo, temas que «conoce la gente mayor», hasta habaneras en euskera. «Yo he mamado de todo desde niño: óperas, zarzuelas, cuplés... Pero estas canciones no son muy modernas porque quiero que las pueda seguir casi todo el vecindario. E incluso dejo trozos para que los canten ellos», que se cuentan, por cierto, a cientos.
Al final de su show, que ronda los 20 minutos, agradece el reconocimiento del público. «Lo importante es que el vecindario se lo pase bien y nos echemos unas risas todas las noches de cuarentena. Nunca dejéis de reír», pide a su público.
Le pueden las ganas de «tocar y dar abrazos a la gente», pero hasta que llegue ese momento solo desea mejorar la calidad de su espectáculo «con ese deseado bafle» que espera recibir hoy. Eso sí, asegura que en cuanto abra el paquete procederá «a su total desinfección». Porque estos días solo le molesta «la cantidad de gilipollas que se saltan las normas de los sanitarios».
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