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Cuando se habla de cambio climático y de cómo frenar el calentamiento global o se firman ambiciosos protocolos, los ojos de la sociedad miran a la industria, al transporte, a la desforestación, a los plásticos, al reciclaje... Pocas veces se posan sobre la sanidad. Sin ... embargo cada vez son más los agentes dentro del mundo de la Salud preocupados por reducir el impacto ambiental de su actividad. Porque la sanidad contamina. Y mucho. Los expertos aseguran que, si fuese un país, el sector sanitario sería el quinto más contaminante del mundo, solo superado por Estados Unidos, China, India y Rusia. Es por ello que en los últimos tiempos se han puesto en marcha diversas iniciativas para mejorar su eficiencia energética, aumentar el consumo de renovables o reciclar distintos materiales de uso habitual en centros sanitarios, caso de las mascarillas.
El hospital de Cruces ha dado un paso más. Su servicio de Anestesiología y Reanimación ha reducido a cero el impacto ambiental de los gases que emplean para dormir a los pacientes. Es lo que se ha llamado anestesia verde, como la ha denominado el Ministerio de Sanidad. El Gobierno central ha decidido crear un grupo de trabajo para estudiar y dar a conocer las mejores prácticas clínicas y hospitalarias para reducir la emisión de fluidos anestésicos a la atmósfera. Un campo en el que Cruces es pionero y referencia en el Sistema Nacional de Salud.
¿Pero qué es eso de la anestesia verde? No tiene nada que ver con emplear nuevas técnicas o fármacos para dormir al paciente. Nada de eso. Simplemente consiste en limitar o incluso eliminar por completo las emisiones que estos procesos generan sobre la atmósfera y el medio ambiente. En Cruces han medido las emisiones de gases de efecto invernadero realizadas por todo el hospital. El 60,3% corresponden a las liberadas por la planta de generación de energía térmica, la que alimenta el sistema de calefacción y agua caliente. En segundo lugar se sitúan los gases anestésicos con el 37,3%. Bueno, en realidad, se situaban, porque Cruces le ha puesto remedio. Ahora los retiene. ¿Cómo? Los capturan. Para entenderlo bien hay que conocer cómo funciona a grandes rasgos el mecanismo de anestesia inhalatoria.
35.800
intervenciones con anestesia general realizó el hospital de Cruces el último año.
Muchos de los fármacos que emplean estos profesionales tienen al líquido como su estado original. Posteriormente son transformados en gas y administrados por medio de un respirador al paciente a través de un dispositivo de vía aérea, como puede ser una mascarilla laríngea o un tubo endotraqueal. El usuario los elimina al exhalar y son recogidos por esta misma máquina, que los conduce al sistema de ventilación del quirófano y desde ahí se liberan a la atmósfera. Así funcionan en todos los hospitales y también era así en el de Cruces. Ahora ya no.
El centro ha instalado en todos los respiradores de quirófano una serie de cartuchos con filtros de carbón vegetal donde quedan almacenados todos los fluidos anestesicos tras su utilización. Este mismo sistema se ha colocado también en los respiradores ubicados en otras áreas donde puede ser necesario aplicar anestesia general al paciente (endoscopias, braquiterapia, hemodinámica...).
La cuestión no es baladí. Cruces realizó el último año 35.800 intervenciones en las que se durmió al paciente. Actuaciones durante las que ya no se emitieron gases de efecto invernadero a la atmósfera. Alberto Martínez, cuando aún era jefe de este servicio de Anestesiología y Reanimación antes de su nombramiento como consejero de Salud, explicaba a EL CORREO que para el enfermo no supone ningún cambio. Ni se da cuenta. El proceso para anestesiarle es idéntico, con la «misma seguridad y eficacia clínica» para el usuario. Lo que sí se evita es favorecer el calentamiento global al atrapar esos gases tras su uso.
Con estos cartuchos es posible además recuperar una parte de los antestésicos empleados para reutilizarlos de nuevo en el sistema sanitario. Por el momento existen dos empresas en Alemania y Austria especializadas en reintegrar estos productos en el circuito sanitario. Economía circular. La intención de Cruces es llevar allí estos dispositivos una vez entren en vigor en unos meses las autorizaciones precisas para transportar este material contaminante.
Para hacerse una idea del impacto ambiental que tienen los fluidos anestésicos vale un ejemplo. El desflurano, uno de los que emplean estos profesionales en su práctica diaria, «tiene 2.500 veces el poder del calentamiento global del CO2», advertía Amaia Valero, responsable de Gestión Mediomabiental en Cruces. No es cualquier cosa. El dióxido de carbono es considerado el principal gas de efecto invernadero por su capacidad contaminante y su alta prevalencia. El desflurano no solo es que sea más potente, es que permanece en la atmósfera durante 14 años. El óxido nitroso (N2O) hasta 110. Cruces, de hecho, ha optado por dejar de emplear este último compuesto para dormir a sus pacientes.
Otro ejemplo. La emisión de los hidrofluorocarbonos, familia a la que pertenecen algunos de los gases anestésicos más empleados, aumentó un 128% entre 1990 y 2005. Y para 2030 se espera que este incremento sea del 336%. No es poca cosa. Más aún si se tiene en cuenta que los fluidos que liberan todos los hospitales del mundo al año el equivalente a 3 millones de toneladas de CO2. Lo mismo que 600.000 coches circulando durante doce meses sin parar.
Cruces comenzó en 2020 a caminar por una senda que el Ministerio ha llamado ahora anestesia verde. Este 2024 -cuatro después- la Sociedad Estadounidense de Anestesiólogos la ha incluido en sus recomendaciones. Y la UE ha avanzado que desde 2026 los centros sanitarios tendrán que justificar tanto la utilización como la captación de los gases anestésicos. En el Sistema Nacional de Salud hay varios hospitales que se han puesto en contacto con Cruces para conocer qué es esto de las cero emisiones de gases anestésicos y cómo se hace. Galdakao lo está incorporando, La Paz (Madrid) ha instalado filtros en tres quirófanos y el Virgen del Rocío (Sevilla) «nos han llamado» y cuentan con un proyecto piloto. El último en interesarse ha sido Valdecilla (Santander). Antes de ser nombrado consejero Martínez estuvo explicando a sus colegas cántabros como pueden colaborar a reducir el calentamiento del planeta. «Lo primero es la seguridad del paciente, pero garantizándola hay cosas que podemos hacer mejor», sostiene. Y añade que «como médicos, ayudar a reducir la emisión de gases de efecto invernadero es una cuestión de ética profesional».
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