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A John Bercow, el pequeño, combativo y carismático Speaker de la Cámara de los Comunes, de inmensa popularidad en Gran Bretaña gracias a sus enfáticos llamamientos al orden y a su inabarcable gestualidad, le costará mucho volver al anonimato a partir del próximo 31 de ... octubre tras una década presidiendo la añeja institución. A su esposa Sally, probablemente, bastante más. Y eso que nunca ha ocultado que odia con toda su alma las vetustas paredes del palacio de Westminster entre las que se ha visto obligada a residir, y que la arrojaron incluso, según declaró, a ser infiel a su marido.
Se diría que dos seres tan diferentes como ellos sólo podrían permanecer unidos por el pegamento de la fama. Cuando se casaron, en 2002, ella era una periodista volcada en el partido laborista que había hecho campaña por Tony Blair, mientras que él, encuadrado en el ala dura de los tories, bebía los vientos por las políticas thatcheristas y se alineaba con los postulados racistas de Enoch Powell. El político se mueve como pez en el agua en la pompa y circunstancia de la encorsetada alta sociedad británica, mientras que su mujer es un espíritu libre que no soporta el boato y el protocolo de la aristocracia inglesa. Y, en fin, como Carla Bruni -con quien la comparan- y Nicolas Sarkozy, ella es una cabeza más alta que él, lo que ambos parecen llevar con naturalidad: ni Sally ha renunciado a los tacones de aguja, ni John ha acudido al subterfugio de las alzas.
La primera gran salida de tiesto de la esposa de Bercow tuvo lugar en 2011, dos años después de que su marido pasara a ocupar el sillón de cuero verde que preside la Cámara Baja del Parlamento. Sally posó para el 'Evening Standard' desnuda, apenas tapada con una sábana y ante el palacio de Westminster, donde tradicionalmente residen el Speaker y su familia. «Nunca pensé que encontraría tan sexy dormir aquí, bajo las campanas del Big Ben», comentaba con desparpajo en el reportaje. «La política es afrodisíaca. Desde que mi marido es presidente, le tiran los tejos muchas más mujeres, pero no me pongo celosa, porque a mí también me pasa».
El escándalo fue mayúsculo, lo que no sorprendió ni pareció importar a Sally, que ya había anticipado en su cuenta de Twitter que su marido iba a montar en cólera. Él, de puertas para fuera, tragó. Como también lo hizo cuatro años más tarde, cuando el dominical de 'The Mail' publicó que Sally tenía un romance con el abogado Alan Bercow, también casado y, para más inri, primo de su marido. Ella admitió sin reparos la infidelidad -«Sí, soy una esposa terrible y siempre lo he sido, no merezco el perdón de John», declaró- y atribuyó su aventura a la «existencia solitaria» a que la condenaba vivir en el Parlamento. «Lo odio. Es como entrar en un túnel del tiempo, y hay funcionarios por todas partes». Aunque pensaba que su marido «estaría loco» si la aceptara de nuevo, él lo hizo. Así que Sally volvió a mudarse del lujoso piso común de Battersea a su aborrecido Westminster, donde seguirá hasta finales del próximo mes.
Aquel asunto siguió coleando durante meses en la Prensa británica con esporádicas contribuciones de la propia Sally, como cuando calificó públicamente de «loca» y «amargada» a la humillada esposa de su antiguo amante, que la había llamado narcisista.
Hay que admitir que lo es en grado extremo. A Sally le gustan más los focos que el té de las cinco. Activa periodista y bloguera, madre de tres hijos, el mayor de los cuales padece autismo, ha encontrado tiempo para desarrollar una irrefrenable actividad mediática. Ha saltado de un programa de telerrealidad a otro: del 'Gran Hermano VIP' británico, donde fue la primera expulsada, a 'Cuando Paddy encontró a Sally', en el que durante dos semanas intercambió su vida con un luchador; del concurso 'The Chase' al 'talent show' 'Big Star, Little Star', al que acudió con su hija Jemima... Y es que, como ella misma presume, «quiero una carrera en los medios, no lo voy a negar».
Tampoco ha tenido reparos en hacer campaña en contra del Brexit pese a que el cargo de su marido le obliga a mantener una impecable imparcialidad. Cuando los reporteros cazaron a John Bercow conduciendo un coche con una pegatina en favor de la permanencia de Reino Unido en Europa, tuvo que reconocer que el vehículo era de Sally. «La obligación de ser imparcial no se aplica a mi mujer, ella no es de mi propiedad», se justificó.
Lo cierto es que Sally siempre ha encontrado la forma de seguir metiéndole en líos, como cuando acusó al conservador Lord McAlpine de ser un pederasta y fue demandada. Pero a John no parece importarle. El lunes, cuando anunció su dimisión «para dedicar más tiempo a la familia», el aguerrido político no pudo evitar emocionarse, mientras Sally, desde el estrado de invitados, le observaba sonriente. Por fin podrá volar de su jaula de oro a orillas del Támesis.
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