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José Ramón Navarro
Domingo, 3 de noviembre 2024, 01:41
Si la parte positiva de esta tragedia es que está sacando lo mejor del ser humano, como el aluvión de solidaridad que llena las calles ... de las poblaciones afectadas, la negativa es que también está aflorando conductas despreciables como el pillaje y la difusión de bulos. De estos dos últimos se puede hablar muy bien desde el centro comercial Bonaire, ubicado a las afueras de Aldaya y uno de los primeros lugares que sufrió la repentina crecida del barranco del Poyo.
Once de la mañana de ayer. Mientras recorremos las instalaciones totalmente destrozadas por la inundación -en esa imagen que se repite a donde vayas- Vicent se acerca a la entrada del centro comercial donde un guardia de seguridad le para y le pregunta en qué le puede ayudar. «Nada, vengo buscando mi coche que está en el aparcamiento subterráneo y me han dicho que los buzos ya han entrado y quería saber cómo estaba». Ante la pregunta, el guardia de seguridad le señala las rampas de entrada peatonal al parking, que están justo delante de ellos y le explica: «Ahí no ha entrado nadie, los de la UME están achicando agua desde ayer y mira lo poco que ha bajado». En efecto. El agua sucia, mezclada con barro, ramas y cientos de pequeños objetos identificables, se encuentra apenas medio metro por debajo del techo.
El guarda de seguridad explica que estaba trabajando el día de la tragedia y en cuanto el agua comenzó a subir tuvieron el tiempo justo para refugiarse en la primera planta. «Tuvimos que pasar allí la noche, porque nos quedamos totalmente incomunicados, pero no nos consta que nadie haya desaparecido». Un hecho que momentos después nos relata la responsable de marketing del recinto, que está coordinando las tareas de limpieza y desescombro. «No falta ninguno de los cerca de dos mil trabajadores, lo hemos comprobado. Con los clientes es más complejo, pero en principio unos seiscientos se refugiaron en el primer piso y todos están a salvo», explica. «Lo que no sabemos es lo que puede haber en el aparcamiento subterráneo», añade.
Desde luego, ese es el lugar crítico. Y el que más preocupa. Se trata de un recinto de 60.000 metros cuadrados, con 2.800 plazas de aparcamiento en un sótano de una sola planta, y con una altura de cuatro metros. Quedó inundado por completo. Los datos nos los facilita el oficial de la unidad de la UME que coordina el operativo instalado en Bonaire. «Nuestra labor es achicar el agua del subterráneo y hacerlo practicable», nos explica. «Tenemos dos bombas funcionando desde ayer y hemos conseguido bajar un metro y medio. Ahora nos llega otra», añade. «De momento no ha bajado nadie», nos explica. «Sólo entraremos cuando sea seguro bajar», añade a la par que desmiente que los buzos de la UME hayan estado allí. «¿Qué sentido tendría?» nos responde con una pregunta. Lo cierto es que dos días después de la inundación y con una visibilidad casi nula a causa de la suciedad poco podrían hacer los hombres rana. «No sabemos lo que nos vamos a encontrar ahí, las cifras que dan son todas especulaciones sin ningún sentido», afirma. «Habrá que esperar a que lo vaciemos», comenta sin especular cuándo llegará ese momento. «Hasta ahora las bombas han funcionado sin problema, pero no podemos saber que va a ocurrir», añade.
El aspecto que presente la playa de Malvarrosa, en La Albufera, es desolador. Está bastante más vacía de lo habitual. Hay paseantes, pocos, y dos agentes buscan entre las cañas, los troncos y los restos del torrente descontrolado. Restaurantes y barqueros de El Palmar apenas tienen qué hacer. «Tardaremos un mes o más en recuperarnos», lamenta Francisco, de la arrocería Ravatjol.
Está convencido el restaurador de que aparecerán más víctimas cuando baje la marea. «Dicen que han aparecido tres personas, entre ellas una niña pequeña. Habrá más...». En un sábado normal, como los que hubo hasta la semana pasada, el teléfono del local no hubiera parado de sonar. Hoy, nada. Lo mejor que puede hacerse en la zona es tomar el sol.
Son las 13 horas. Las compuertas de la Gola de El Pujol siguen abiertas, vertiendo caudal al mar. Ahora ya se pueden ver los muelles de madera del viejo Embarcadero. El lodo se hunde en el Mediterráneo. La playa huele a salitre, pero lo que se respira es tragedia.
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