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Los últimos coletazos del verano vienen acompañados de nostalgias de las vacaciones ya extinguidas, de recuerdos de viajes, encuentros con amigos y familiares... y también de todas las cañitas, vinos, tintos de verano, chupitos y combinados que, en muchos casos, han regado esos momentos. ... Muchos más que de costumbre. Si usted tuviese un contador incorporado que indicase cuántas consumiciones de este tipo ha tomado en las últimas semanas, seguramente daría un respingo. ¿Tantas serán? Sí, y la báscula se lo restregará en los próximos meses, porque se estima que los tres kilos de media que la mayoría de la población gana de media en verano no desaparecen hasta noviembre... Según una reciente encuesta de una firma de cosmética, el alcohol es el principal responsable de esos michelines: el 58% de los entrevistados confesaba que la relación entre sus redondeces post-vacacionales y la bebida era incuestionable.
Lo más curioso es que esas copas se las habrá metido usted entre pecho y espalda casi sin darse cuenta, de la forma más tonta. Por inercia. Precisamente, para luchar contra ese hábito tan extendido de beber alcohol porque sí -es decir, de forma poco consciente- ha surgido una tendencia que empieza a imponerse en algunos países anglosajones: la del 'sobrio-curioso'. Esta corriente propone a los bebedores ocasionales que dejen radicalmente el alcohol por un periodo corto de tiempo -bastaría con un mes-, solo por curiosidad y para comprobar que pueden vivir sin él e incluso ganar con el cambio, ya que aseguran que la salud de los nuevos abstemios mejora en cuestión de semanas. «El alcohol es una droga institucionalizada, casi bíblica, la más ansiolítica que hay y que se usa como vehículo de socialización, pero tiene muchísimas consecuencias orgánicas: sobre el sistema nervioso central, el hígado, la piel...», enumera Ricardo Franco, presidente de la Academia de Ciencias Médicas de Bilbao y jefe clínico de Medicina Interna del Hospital de Basurto. Por eso, según explica, dejar radicalmente de beber, aunque sea un tiempo, tiene muchos beneficios: «Lo primero es que, si deja de beber, va a adelgazar, a veces hasta 10 kilos. También va a estar más lúcido y tendrá mayor capacidad de resolución de problemas y menos sed. ¿Más cosas? La piel mejora, porque el alcohol la acartona y la deshidrata... y eso no hay crema que lo arregle. Yo puedo reconocer a un bebedor por su cara de lado a lado de la calle», asegura. En definitiva, resume Franco, «se va a encontrar mejor».
Claro, si usted se bebe dos zuritos a la semana quizá no note cambios, pero sí lo hará si sobrepasa la línea roja del alcohol, es decir, la cantidad a partir de la cual el cuerpo se resiente: para los hombres, el equivalente a dos vinos diarios, y para las mujeres, justo la mitad, uno, porque su organismo cuenta con menos cantidad de unas enzimas que ayudan a metabolizar el alcohol. Aunque esto de las cantidades 'permitidas' es un tema muy debatido: si bien algunos médicos defienden que una cantidad mínima de vino o cerveza al día es incluso saludable, cada vez hay más profesionales que abogan que lo mejor es el consumo cero.
«La gente comete muchos excesos, es así. Ya no hablemos de criaturas que no son ni mayores de edad y que acaban entre vómitos apestosos por beber o de chiquiteros que se toman media docena de vinos por la mañana y otra media docena por la tarde», indica Ricardo Franco. A su juicio, esta 'moda' de dejar de beber un mes puede ser útil «si le sirve a una persona para reflexionar sobre el consumo de alcohol y para que después deje de consumir o lo haga de manera sensata».
Precisamente ese es el eje de la corriente de los 'sobrios-curiosos'. El término se acuñó a raíz de un libro del mismo nombre de Ruby Warrington, una periodista británica que ha dado forma a este movimiento, que ya venía precedido de iniciativas llevadas a cabo en países anglosajones como el 'Sober October' -Octubre Sobrio-, para eliminar excesos del verano, o el 'Dry January' -Enero Seco- para 'desintoxicarse' de las copitas navideñas. «Ser 'sobrio-curioso' significa poner en marcha una mentalidad que cuestiona cualquier instinto, invitación o expectativa de beber, de seguir lo que yo llamo la 'cultura de beber dominante', es decir, beber porque todos lo hacen», explica. La autora considera que hemos llegado a un punto en el que los consumidores moderados de alcohol, que muchas veces se cuidan mucho con dietas, cosmética, gimnasio y meditación, están valorando si merece la pena echar por tierra sus esfuerzos diarios bebiendo alcohol ese día a la semana que se sale con los amigos y se toman varios combinados, en las reuniones familiares donde no paran de rellenarte la copa y en todas esas ocasiones que nuestra mala conciencia ha bautizado como 'puntuales' pero que al final son más bien habituales. «La gente quiere sentirse bien», sentencia la escritora. Y, para ello, el alcohol «parece cada vez peor opción», sobre todo si nos excedemos y tenemos que «arrastrar una resaca al día siguiente».
Los datos parecen refrendar esta opinión de la escritora. La gente cada vez se aleja más del alcohol, algo que algunos equiparan a la caída del tabaco. En países como Reino Unido, uno de cada cinco adultos se declara abstemio, un 8% más que hace diez años. Y, sorprendentemente, hay muchos jóvenes que siguen este camino: la proporción de no bebedores aumenta en la franja de edad de los 16 a los 24 años. En España, la OMS también ha constatado que el consumo de alcohol en mayores de 15 años ha caído en la última década. Según datos de 2016, los últimos disponibles. Las tesis de por qué los jóvenes ya no beben tanto como antes son variadas: por un lado, que los hábitos de ocio de los 'millennials' han cambiado. Ya no salen tanto de bares. Y otro factor que también ha influido: «Las redes sociales han desempeñado un papel enorme para que las nuevas generaciones beban menos. Para empezar, estar ebrio en los selfis no da buena imagen», destaca Warrington.
Lo primero, es tener claro el motivo por el que quiere abstenerse del alcohol, bien sea por un tiempo limitado o indefinido. No se puede embarcar en una aventura así a tontas y a locas. Así lo indica Ruby Warrington en su libro, donde también recalca que se debe seguir acudiendo a eventos sociales -las temibles bodas son la prueba de fuego-, porque evitarlos es un error, ya que se trata de aprender que el alcohol es prescindible, no de convertirse en un ermitaño. No hay que esconderse. De hecho, otros de los consejos que ofrece a los 'sobrios-curiosos' principiantes es no «disculparse» por no beber alcohol. Al contrario, les invita a explicar a sus amigos su decisión de no beber con una sonrisa -no en plan, 'qué sacrificio tan horrible'- y lo bien que se sienten por ello. Warrington asegura que lograrán así el apoyo de sus allegados... e incluso que alguno de ellos se sume al club.
Hasta aquí los consejos 'psicológicos', pero pasemos a lo práctico. Si es usted un 'sobrio-curioso' y sigue manteniendo su vida social, tendrá que sustituir sus bebidas de antaño por opciones sin alcohol. Los expertos aconsejan consumiciones amargas (bitter 'sin', tónicas...) para pasar mejor el 'mono' o la cada vez mayor variedad de cervezas sin alcohol. Las infusiones con un buen chorro de limón y combinados libres de licor (sí, los hay) también ayudan. El llamado 'gintónic psicológico' es otra alternativa: se trata de poner en la misma copa de siempre el hielo, el limón y todos los elementos aromáticos que admite este combinado (pepino, pimienta... etc), pero sin la ginebra.
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