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salvador arroyo
Lunes, 29 de octubre 2018, 18:32
Cuando nuestro reloj interno todavía no se ha acostumbrado a las nuevas rutinas de sueño y vigilia que nos vienen impuestas por el cambio horario del domingo, la Unión Europea nos da una sorpresa. A muchos les parecerá un 'donde dije digo, digo Diego' de ... manual, porque ahora pide más tiempo antes de acabar con ese movimiento de manecillas que desde hace décadas nos desajusta dos veces al año. La Comisión Europea había marcado el 27 de octubre de 2019 como la fecha definitiva para eliminar una medida de supuesto ahorro energético que lastramos desde la gran crisis del petróleo. Pero resulta que es mucho más complicado de lo que creía. Y este lunes los Estados miembros se lo hicieron ver descartando que puedan ponerla en práctica en un año. Incluso en dos. Apuestan por 2021.
Es cierto que se venía barruntando desde hace días. Pero fue tras la reunión informal de ministros de Transporte celebrada en la ciudad austriaca de Graz, cuando se confirmó que nos quedarán por delante varios cambios de hora más. ¿Cuántos? No se sabe. «La discusión fue útil, muy abierta y muy clara», aseguró la comisaria europea del área, Violeta Bulc, quien subrayó que «se necesitan estudios y encuestas, que requieren tiempo y estamos dispuestos a dar este tiempo a los países miembros».
Panorámicas de Bilbao tomadas el sábado a las 8.00 horas, aún de noche, y el domingo a la misma hora, ya de día / Luis Ángel Gómez
En septiembre la misma comisaría había abogado por ese calendario «ambicioso» con referencia final en octubre de 2019 que ha resultado ser demasiado estricto. La modificación de rutinas en áreas como la Educación, los reajustes de los sistemas informáticos e incluso la reprogramación para la operativa de vuelos –la aviación comercial considera que necesitaría al menos 18 meses–, son algunas de las derivadas que o no se tuvieron en cuenta cuando se lanzó la propuesta o se consideraron a la ligera.
La cuestión es que el ejecutivo comunitario inició en agosto una carrera contrarreloj que ahora le paran en seco los países del bloque común. ¿En qué se apoyó Bruselas? En los resultados de una encuesta, en la que participaron 4,6 millones de ciudadanos europeos. El 84% se manifestó en contra de seguir 'jugando' con las dos y la tres de la madrugada en marzo y octubre y apostó por un único horario sin distinción entre el invierno y el verano.
El mandato sigue ahí y lo respetan la mayoría de las capitales más allá de la legitimidad que tenga para cada una de ellas esa macroencuesta (la participación de españoles, por ejemplo, apenas supuso el 0,19%, pero nueve de cada diez requería extinguir los cambios). El Consejo de la UE y el Parlamento Europeo (uno de los impulsores) son los que tienen que ratificar la medida para que tenga efecto. Pero no lo harán en los tiempos que pretendía la Comisión: avances definitivos en diciembre y comunicación antes del 27 de abril del uso horario por el que se decantaban.
Esos plazos son «imposibles». En consecuencia, la presidencia de turno, que ostenta Austria, ha lanzado como propuesta de consenso que la abolición no se ejecute hasta 2021. Tiempo que sería suficiente para atar todos los cabos. Porque «si nos despedimos ahora del cambio de horario, podría surgir un mosaico de remiendos, lo que sería devastador para el mercado interno», advirtió su ministro Norbert Hofer.
Una alusión directa al gran problema que podrían ocasionar las prisas: que los países acaben no poniéndose de acuerdo con sus vecinos en relación al horario permanente (sea éste el de verano o el de invierno). Vamos que, asumido como imposible que se establezca la zona horaria única en todo la Unión que, al menos, no salten en pedazos las tres que existen en la actualidad –Europa occidental (UTC), Centroeuropa (UTC+1) y Europa oriental (UTC+2)–. Mejor dar tiempo al tiempo.
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