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Angola. El fotoperiodista Gervasio Sánchez se despide de Joaquina. La mujer tiene 52 años y una sola pierna. La otra la perdió al explotarle una mina enterrada. La pierna fue un daño grave pero no el más fatídico. Porque la deflagración mató a dos de ... sus hijos. Su marido la abandonó poco después. «Joaquina, me voy mañana. Gracias por todo. Intentaré verle en mejores condiciones la próxima vez que vuelva», se despide el reportero, reciente premio Manu Leguineche, que había retratado a la mujer para una serie sobre el peligro al que se exponen millones de personas en África debido a las minas antipersona. Y Joaquina responde: «Mira Gervasio, cuando vuelvas mi ideal es estar muerta. Estoy harta de sufrir y cansada de una vida que no ha hecho más que arrancarme pedazos y darme desgracias».
«Yo me quedé clavado. Ante esas palabras es muy difícil dar sermones. Porque, además, Joaquina era muy creyente», recuerda hoy Gervasio Sánchez, de 62 años, que desde 1984 ha asistido a veinticinco conflictos armados en África, América, Asia y Europa donde es muy extraño que los actos de fe sobrevivan. Como en Colombia. 2011. El periodista entrevistó a 15 mujeres y niñas, cuyo único nexo en común eran la humillación, el dolor y el trauma eterno. Todas ellas habían sido víctimas de violaciones múltiples por parte de militares, paramilitares y guerrilleros, unos tras otros porque no importaba el bando, sólo ser mujer, carne para el ensañamiento bélico en un país donde se calcula que 400.000 mujeres fueron forzadas entre 2000 y 2010 «por todos los agentes implicados en el conflicto armado».
La tragedia de la guerra desde la perspectiva de género la ha reflejado ahora el reportero, Premio Nacional de Fotografía y enviado especial por la paz de la UNESCO, en un impactante libro titulado 'Violencias. Mujeres. Guerras' (Editorial Blume), que se presenta en el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer bajo un lema contundente, 'Saquen mi cuerpo de la guerra', y una reflexión estremecedora: «Una bomba no pregunta el sexo ni la edad ni la clase económica de sus víctimas. Pero cuando se articulan las políticas de violencia, a los hombres siempre se les mata y a las mujeres, antes de matarlas, se las viola. Hasta 2010 la violación no se consideraba un crimen de guerra, cuando la realidad es que se ha utilizado como arma de guerra desde tiempos inmemoriales. ¿Dónde ha estado Naciones Unidas durante todo ese tiempo?», se pregunta Sánchez.
El libro contiene 90 imágenes como resultado de un «intenso» cribado de mil negativos y diapositivas (es decir, un material donde no hay trampa ni cartón, solo profesionalidad). El autor agradece la colaboración del Instituto Aragonés de la Mujer, consciente de que muchos de los acontecimientos reflejados en el volumen «son temas marginales en la agenda política».
Casi todas las fotografías son inéditas y han sido realizadas en conflictos armados desde 1984. Las imágenes hablan y gritan más allá del componente visual. El autor tiene la habilidad de que se encaren e interpelen directamente al espectador. Muchas estremecen, Al final, el sentimiento es de un profundo desasogiego consecuente con una inmersión en el lado oscuro de la Humanidad y su capacidad de generar las más brutales aberraciones..
«La mujer sufre en las guerras varias violencias dentro de la propia violencia. ¿Por qué digo esto? Aparte de las vejaciones sistémicas, cuando se produce una desbandada por un ataque o un bombardeo, los hombres de la familia cargan con las pertenencias que pueden salvar y sus mujeres son las que cogen a los niños. Cuando éstos mueren, son ellas quienes los ven agonizar y expirar en sus brazos. También son ellas las que padecen más las explosiones por las minas cuando van a por agua o alimentos –añade el periodista–, y en el caso de las desapariciones forzosas, la mayoría son de hombres, pero quienes los buscan son sus esposas, madres o hijas. Cuando buscas durante treinta años a un ser querido que seguramente estará enterrado en una fosa anónima, yo me pregunto: ¿Quién es realmente la víctima?».
Gervasio Sánchez reconoce que revisar su vasto archivo para componer este libro le ha supuesto la «satisfacción» de haber difundido dramas que de otra manera hubieran quedado en el anonimato, pero siente un profundo dolor al confirmar que todos ellos «se repiten y repiten constantemente. Vi la violencia en mi juventud y la sigo viendo camino de la vejez», lamenta. Más todavía cuando una solución para reducir «en un día» las crisis bélicas en el mundo «sería que las diez grandes potencias vendedoras de armas, entre ellas España, dejaran de hacerlo a países en conflicto».
¿Hay alguna foto a la que se siente más unido emocionalmente? Gervasio pìensa unos instantes. Todas ellas tienen una historia detrás, pero en este momento quiere destacar a las víctimas de las epidemias y a una mujer deformada y presa de intensos dolores a causa de la poliomelítica que atiende a su hijo. «He visto a niños destrozados por no haberse podido vacunar contra la polio debido a la guerra. ¿Y me venís contando cosas de las vacunas? No entiendo el negacionismo. Que en un país como éste haya gente que no quiere ver la imagen de los fallecidos por el covid solo demuestra el rechazo al dolor ajeno y la pérdida de la empatía con las víctimas. Somos ombliguistas. Hemos perdido la conexión con el dolor. En cambio, el dolor es el pan nuestro de cada día en muchas partes del mundo».
– ¿Y qué ve en los ojos de esas mujeres agredidas hasta la peor de las inhumanidades?
– Son víctimas ejemplares. A pesar de su sufrimiento, actúan con una dignidad que es de lo poco por lo que merece la pena seguir trabajando. Me gustaría que los políticos tuvieran esa actitud moral y su dignidad.
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