![¿Como afrontan la polución China e India?, los dos países más poblados del mundo](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/201911/28/media/cortadas/combo-respiro28-k6vH-U90817023759RbC-624x385@El%20Correo.jpg)
![¿Como afrontan la polución China e India?, los dos países más poblados del mundo](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/201911/28/media/cortadas/combo-respiro28-k6vH-U90817023759RbC-624x385@El%20Correo.jpg)
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La polución atmosférica no para de crecer en todo el mundo, como alerta un estudio presentado esta misma semana. Tanto las partículas más nocivas como los niveles de CO2, culpables en gran medida de la crisis climática que el planeta debatirá a partir del lunes ... en la cumbre de Madrid, siguen aumentando. Y lo hacen cada vez más rápido. Pero, si antes eran los países desarrollados los que más contaminaban, ahora han tomado el testigo los que están en vías de desarrollo. Destacan dos: China e India.
En enero de 2013, los equipos que registran la calidad del aire en Pekín se volvieron locos. Algunas de estas instalaciones diseminadas por toda la capital china incluso dejaron de ofrecer resultados. No porque hubiesen dejado de funcionar, sino porque los niveles de partículas en suspensión se habían salido de la escala de medición. En algunos barrios, la concentración de las que miden menos de 2,5 micras –las más nocivas para la salud, porque penetran en la región alveolar de los pulmones y pueden incluso llegar al torrente sanguíneo– superó el millar por metro cúbico, más de 50 veces el máximo recomendado por la Organización Mundial de la Salud.
La prensa anglosajona acuñó un vocablo para referirse a la extrema situación de China: 'airpocalypse'. Poco después, diferentes organizaciones comenzaron a cuantificar el elevado coste de la situación. Un estudio de la Universidad China de Hong Kong advirtió de que la contaminación estaba causando 1,1 millones de muertes prematuras al año y de que tenía un impacto económico de 267.000 millones de yuanes (35.000 millones de euros) anuales. Algunas multinacionales incluso comenzaron a ofrecer un complemento de peligrosidad para convencer a sus trabajadores extranjeros de que se reubicaran en el gigante asiático, los purificadores de aire se convirtieron en un gran negocio y la mascarilla se erigió en el complemento de moda. Los turistas chinos que salían de su país no fotografiaban playas y monumentos sino cielos azules.
Pero, el 14 de marzo de 2013, Xi Jinping fue oficialmente nombrado presidente de China y anunció que la construcción de una 'sociedad ecológica' sería una de sus prioridades. No tardó en sacar la artillería pesada. Pekín puso en marcha una abrumadora batería de medidas que combinan palo y zanahoria: clausura de centrales eléctricas de carbón y grandes inversiones en instalaciones nucleares y energías renovables, cierre de empresas contaminantes y planes para la reconversión industrial, restricciones a la circulación de vehículos de combustión y ayudas para la adquisición de automóviles eléctricos.
Los resultados de estas políticas han sido espectaculares. En un lustro, China ha reducido su dependencia del carbón del 70% al 60%, y el objetivo es que ese mineral, uno de los principales culpables de la contaminación atmosférica, aporte el año que viene un 58% de las necesidades energéticas de la segunda potencia mundial, que ya es el mayor productor y comprador de vehículos de emisiones cero. Por otro lado, la nueva normativa medioambiental ha forzado una reconversión industrial que también ha permitido al país subir varios peldaños en la escala de calidad medioambiental.
En lo que se refiere a Pekín, el Gobierno se ha propuesto que en 2020 el número de 'días azules' –denominación que reciben las jornadas con una calidad del aire aceptable– alcance el 80%. Y parece que va bien encaminado: las partículas contaminantes se hanreducido ya en un 60% según la suiza IQAir Visual, que pronto dejará de incluir a la capital china entre las 200 ciudades más contaminadas del planeta.
Según el último Informe Mundial sobre la Calidad del Aire, este triste ranking está liderado ahora por Nueva Delhi. La capital india ha tomado el testigo y se ha sumido en una nube tóxica similar a la que borró Pekín del mapa en 2013. El pasado día 3, los medidores de contaminación registraron una concentración de hasta 708 partículas de 2,5 micras por metro cúbico, y el gobernador de Delhi, Arvind Kejriwal, afirmó que la ciudad se ha convertido en «una cámara de gas». Quizá no exageró tanto: la Administración Nacional para los Océanos y la Atmósfera de Estados Unidos publicó una imagen de satélite en la que se aprecia claramente la contaminación sobre la ciudad, y los medios calcularon que vivir en Delhi en esas circunstancias equivale a fumar 50 cigarrillos al día.
Desafortunadamente, no parece que la situación vaya a mejorar. Los niveles de contaminación atmosférica se han mantenido durante todo el otoño muy por encima del nivel considerado peligroso, y el invierno supone una amenaza adicional por el incremento en el consumo de energía para calefacción. Además, no se trata de un problema que afecte exclusivamente a Delhi: 22 de las 30 ciudades más tóxicas del planeta se encuentran en India, que es ya el segundo país más contaminado del mundo, superado únicamente por la vecina Bangladesh y muy por delante del decimosegundo puesto al que ha caído China.
En gran medida, el origen de la contaminación en India es muy similar al de China. La rápida industrialización del país, facilitada por la globalización, se ha llevado a cabo dentro de un marco regulatorio excesivamente permisivo que ha atraído a todo tipo de empresas contaminantes. También procedentes de China. Este auge económico, sumado al nuevo estilo de vida de clases cada vez más adineradas, se ha traducido en un importante aumento de la demanda energética, a la que se ha respondido con la quema de más combustibles fósiles. A diferencia de China, India se ve lastrada por un parque móvil anticuado, infraestructuras mediocres y lagunas generalizadas en el cumplimiento de la ley.
También hay algunas diferencias notables entre ambos gigantes, que suman un tercio de la población mundial: en Nueva Delhi, el 46% de la contaminación atmosférica procede de la quema de campos de cultivo, un mal periódico que ni siquiera la prohibición del Tribunal Supremo ha logrado frenar y que está ausente en China. En gran medida, la culpa es del arroz. El Gobierno garantiza los precios del cereal a los agricultores, y estos producen tanto que India se ha convertido ya en el mayor exportador de arroz –más de 11 millones de toneladas el año pasado– y las reservas nacionales duplican la cantidad necesaria.
Solo en los Estados cercanos a la capital, 10,5 millones de hectáreas de terreno están dedicadas a este cultivo que, además de requerir mucha agua, produce grandes cantidades de paja que los campesinos se quitan de encima prendiéndole fuego: un informe gubernamental estima que, solo en el noroeste de India, cada año se queman 39 millones de toneladas. Los agricultores se quejan de que no disponen de recursos técnicos y económicos para deshacerse de la paja de otra forma.
China también cuenta con una ventaja importante en su sistema político. Aunque pueda parecer un contrasentido, el autoritarismo del Partido Comunista facilita que se implementen los planes medioambientales mucho mejor que en la caótica democracia india. Lo que Xi decreta hoy, se cumple a rajatabla mañana, mientras que los planes que proponen los políticos indios se debaten hasta la extenuación y luego rara vez se ponen en práctica. Por si fuese poco, el académico Thomas Smith, de la London School of Economics, añadió en declaraciones a la BBC que, «mientras las medidas de India son reactivas –y se ponen en marcha cuando la contaminación es muy severa–, las de China buscan prevenir el problema antes de que surja».
En cualquier caso, los expertos coinciden en un punto: aunque la polución en China e India pueda parecer lejana, afecta a todo el mundo. Además de que contribuye a la crisis climática que sufre el planeta, las corrientes de viento diseminan las partículas nocivas a miles de kilómetros de donde tienen su origen. De hecho, varios estudios afirmaron hace un lustro que entre el 25% y el 30% de la contaminación de California procede de China. «Es fácil culpar a los países en vías de desarrollo, pero Occidente no debería olvidar que gran parte de esa contaminación que critica se genera produciendo bienes que se adquieren en los países ricos. Porque, con la deslocalización de la industria, también han enviado a los países pobres la contaminación que les corresponde a ellos», critica Xu Bin, profesor de Finanzas en la prestigiosa escuela de negocios CEIBS de Shanghái.
Las 50 ciudades más contaminadas del mundo están en Asia. Según IQAir Visual, la mitad se encuentran en India, y China le sigue de cerca con 22. Pakistán está representada con dos metrópolis, y la capital de Bangladesh se cuela en el puesto 17 del ranking de las urbes más tóxicas. Hay que bajar hasta el 92 para encontrarse con una fuera de Oriente, la bosnia Lukavac, y África no se deja ver hasta el 107, en el que se encuentra la nigeriana Kano. La peor de América es la chilena Padre Las Casas, en el puesto 181, y la Unión Europea aparece por primera vez en el 234 con la polaca Jaworzno.
La creciente industrialización y la gran densidad de población del continente asiático son determinantes, pero hay otros condicionantes. Por ejemplo, en invierno la mongola Ulán Bator se convierte en la capital más contaminada del planeta porque la población más desfavorecida combate temperaturas de hasta 40 grados bajo cero quemando madera y carbón.
Aunque Indonesia no aparece hasta el puesto 160, los incendios que cada año asolan sus islas tienen un impacto mayor en el planeta que los que arrasan la Amazonia: entre el 1 de agosto y el 18 de septiembre pasados, los fuegos del país asiático emitieron 360 millones de toneladas de CO2, 50 millones más que los de Brasil.
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