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Inés Gallastegui
Granada
Martes, 14 de enero 2020, 01:18
La de 2019 fue una buena 'cosecha' para el virus del sarampión. A falta de los datos definitivos, la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertaba a finales de diciembre de que el ejercicio se cerraría con el récord de la década: el número de ... casos estimados en los once meses anteriores triplicó los casi 10 millones de 2018, por lo que las muertes podrían superar con mucho las 140.000 del año anterior. La enfermedad, más contagiosa que el ébola y la gripe, debía estar ya erradicada, según los planes de la OMS, pero la caída en las tasas de vacunación ha hecho que vuelva con fuerza. La paradoja es que, mientras en países como la República Democrática de Congo (RDC) más de 6.000 niños murieron porque la situación de pobreza y violencia complicó el acceso a la inmunización en centros sanitarios, en los países ricos el regreso de la infección se debe al auge de los movimientos antivacunas.
En España la triple vírica (sarampión, paperas y rubeola, o SPR) se administra a los bebés en torno a los 12 meses, edad a la que empieza a bajar la inmunidad transmitida por los anticuerpos de su madre, con una dosis de recuerdo a los 3 años. La cobertura es excelente y apenas influida por las diferencias socioeconómicas, gracias al acceso universal al sistema sanitario, subraya Joan Ramón Villalbí, hasta hace unos días presidente de la Sociedad Española de Salud Pública. En nuestro país la enfermedad se considera erradicada porque los pocos casos comunicados eran de origen extranjero.
El virus apenas circula cuando el 95% de una comunidad está vacunado o ha pasado la enfermedad. Pero la llamada 'inmunidad del rebaño', que bloquea la propagación del germen porque la mayor parte de la población no lo transmite, crea una falsa sensación de seguridad. «Hay padres y madres que tienen dudas sobre la necesidad de vacunar a sus hijos para prevenir una enfermedad que ya no se ve», explica Amós García Rojas, presidente de la Asociación Española de Vacunología. A ellos, señala el médico, hay que explicarles que «frente a las enfermedades transmisibles nunca, nunca se puede bajar la guardia».
Que se lo digan a los ingleses: el Reino Unido fue uno de los países europeos -junto a Grecia, Albania y la República Checa- que el año pasado perdieron su clasificación como territorios libres de sarampión al dispararse el número de casos, después de que sus tasas de cobertura vacunal cayeran por debajo del límite de seguridad.
Pero una cosa son los padres «reticentes» y otra, los «antivacunas», aclara García Rojas, con quienes es muy difícil debatir: «Nosotros nos fundamentamos en la ciencia y ellos, en creencias y opiniones». Se trata de grupos vulnerables a la difusión de 'fake news' a través de las redes sociales, como el falso vínculo entre la triple vírica y el autismo que difundió en los noventa Andrew Wakefield, despojado de su título de médico al descubrirse que su investigación era un fraude y quería explotar económicamente el miedo a estos fármacos. Son individuos que, en su búsqueda de «lo natural», cometen imprudencias como beber agua sin potabilizar o leche no pasteurizada. O se echan en brazos de charlatanes o terapeutas 'alternativos'. «Lo que no es natural es que un niño sufra una enfermedad del siglo pasado por no haberle administrado una vacuna», resalta el médico.
Aquí esos colectivos no son un problema -todavía-, pero las autoridades sanitarias se mantienen alerta, aclara el doctor Villalbí. En Francia, uno de cada tres ciudadanos declara que «no cree» en las vacunas, si bien la tasa de cobertura alcanza el 94%, según una encuesta difundida esta semana por 'Le Figaro'. En España el 96% está inmunizado y apenas un 7% de la gente es reacia a la prevención.
Lo malo es que, cuando se pierde la protección del grupo, los más vulnerables son los bebés de menos de un año, los ancianos, los enfermos inmunodeprimidos -por ejemplo, por cáncer o sida- y la pequeña minoría que, aun estando vacunada, no ha desarrollado defensas contra la infección. Valdobí recuerda, además, que en nuestro país hay «una bolsa de personas no vacunadas» por edad: las que no pasaron el sarampión en la infancia ni recibieron una dosis. Por eso el Ministerio de Sanidad recomendó esta prevención a los nacidos entre 1970 y 1980
Incluso en la República Democrática de Congo, los crecientes recelos de algunas poblaciones hacia las medidas de prevención desplegadas con motivo de la epidemia de ébola parecen haber contribuido al estallido del peor brote de sarampión de los últimos años. «Es una tormenta perfecta. La situación es explosiva», admite el vacunólogo. Ucrania, Madagascar y Samoa también han sufrido picos de la infección en 2019. En la isla del Pacífico, donde la enfermedad estaba erradicada, la tasa de inmunización cayó hasta el 30% después de que dos bebés murieran en 2018 a causa de un error en la administración de la triple vírica, cuando una enfermera la mezcló con un relajante muscular caducado. Al año siguiente, un brote afectó a unas 5.000 personas y murieron 60, la mayoría niños.
La OMS está muy preocupada por este 'boom' irracional que «amenaza con revertir el progreso de décadas en el abordaje de enfermedades prevenibles». La vacuna del sarampión ha salvado 23 millones de vidas desde 2000, pero cada día siguen muriendo en el mundo 400 personas por una infección que muchos aún consideran benigna. Dos simples pinchazos lo habrían evitado.
1963 es el año en que se introdujo la vacuna del sarampión, que se fue generalizando por el mundo hasta el 85% de cobertura actual. Es insuficiente.
Supercontagiosa. Un portador sin síntomas contagia por contacto o a través de la tos en el periodo de incubación, de cuatro a doce días, y después de presentar fiebre y sarpullido. Por eso es tan contagiosa: cada infectado transmite el virus a entre 12 y 18 personas (por 2 el ébola).
Complicaciones. En uno de cada 20 casos hay complicaciones respiratorias, neumonía, diarreas graves y encefalitis. En los países desarrollados muere uno de cada 1.000 enfermos; en los pobres, uno de cada 100.
140.000 muertes se produjeron en 2018. Antes de que existiera la vacuna, cada dos o tres años se producía una epidemia grave que dejaba dos millones de muertos, en su mayoría niños pequeños.
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