Según ACNUR en el mundo hay en este momento más de 85 millones de refugiados. Hombres, mujeres y niños que, a consecuencia de guerras, dictaduras, intolerancia política, religiosa o de opción sexual han debido abandonar su país por una razón tan simple como terrible: no ... ser asesinados o encarcelados. Sólo en España durante 2021 más de 65.000 personas presentaron solicitud de asilo, y les fue concedida a 7.300 solicitantes. Las cifras son terribles, si los conflictos en Oriente Medio, a partir de 2011, agravaron la situación, la invasión rusa de Ucrania han conseguido recrudecerla hasta límites difíciles de soportar, y de gestionar, para el propio Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados.
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En este contexto planetario, e inserto en el marco europeo, ha explotado estos días la polémica sobre la posible ubicación de un Centro de Acogida a Refugiados en el edificio de la vitoriana Residencia de Arana, en desuso desde hace años y pretendido por muchas y loables iniciativas, de entre las que deseo destacar la posibilidad de convertirse en lugar de acogida y cuidado para los enfermos de esa cruel enfermedad que es el Alzheimer. Han surgido enseguida voces ciudadanas opuestas, aludiendo a que sería un «centro gueto» o un «macrocentro», a que sería una especie de «prisión» o a que este tipo de personas generaría problemas de convivencia en los barrios próximos. También se han escuchado las voces políticas, con reproches que aluden al «modelo vasco de acogida», que prefiere centros pequeños o pisos para la ubicación de los/as refugiados/as; a la «violación competencial del estado», que se inmiscuye en nuestra política de acogida o a la falta de coordinación entre el gobierno central y el autonómico.
No estaría de más recordar que un CAR, no es un centro de internamiento como lo puede ser un CIE, sino que, al igual que ocurre con un CETI, es un centro abierto en el que las personas que han solicitado protección internacional reciben alojamiento, manutención, asistencia psicosocial, formación y ayuda para facilitar la integración en la comunidad. Son establecimientos, normalmente previstos para 250 o 300 personas, que habitualmente están gestionados por organizaciones como Cruz Roja o CEAR y en los que (puedo dar fe de ello por mi experiencia en Ceuta), las razones humanitarias priman sobre cualquier otra. Debiéramos explicar también a la ciudadanía que la estancia en los mismos se explicita para seis meses, plazo prorrogable en situaciones excepcionales, normalmente hasta la llegada de notificación de la concesión de asilo. Esto significa que después los refugiados pueden optar por quedarse en la localidad o desplazarse a otro lugar de su elección.
Es cierto que, como demuestra el último informe de Ikuspegiak, determinados colectivos generan preocupación social, en muchos casos generada por bulos y rumores, pero en otros, siempre escasos, por un comportamiento antisocial de 'ovejas negras' que nunca representan a la colectividad pero que ciertamente generan un descrédito para con ella. No sé si finalmente este CAR se ubicará en Vitoria, pero sí creo que sería deseable el entendimiento entre administraciones, pues la cuestión clave no estriba en abrir un centro de este tipo, sino que el mismo sea mantenido, que exista un seguimiento, que se vigile la convivencia o sus infracciones y que, finalmente, en clave de integración, el modelo estatal se complemente con otros de índole municipal, provincial o autonómico.
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El Papa Francisco nos recordó que «no debemos caer en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio». El obispo de Vitoria, Juan Carlos Elizalde, se expresó en términos similares, señalando que «acoger es un deber humanitario y que rechazar a los refugiados en incompatible con el evangelio». Así las cosas, estoy convencido de que el diálogo entre administraciones, incluso el diálogo entre distintas opciones políticas, más cuando comparten gobierno, es lo deseable. Tan sólo observo un problema: ya hemos entrado en campaña. Las elecciones se nos anuncian en primavera y la plaza vitoriana es muy codiciada, los exabruptos y las acusaciones mutuas así lo evidencian. Me temo que no son buenos tiempos para la humanidad.
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