A Cristina la cesta de la compra le sale cada mes unos 120 euros más cara que al resto de los consumidores. «Una pasta», se queja. Le pasa lo mismo a Esther y a las familias de los cerca de 6.000 celíacos que viven en Euskadi. Un kilo de harina cuesta unos 80 céntimos, pero si tienes intolerancia al gluten, una sustancia pegajosa y de color pardo presente en la semilla del trigo, los precios se multiplican por tres y hasta por cuatro. Si para los afectados y quienes conviven con ellos, antes ya era complicado hacer los recados, de un tiempo a esta parte se ha convertido en una auténtica odisea. Con motivo del día internacional de la persona celiaca, que se conmemoró este domingo, EL CORREO ha acompañado a dos mujeres, una afectada y las dos madres de hijos con la enfermedad, en su rutina diaria por los pasillos de un supermercado.
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«A Telmo le llegó el diagnóstico con 16 años, en plena adolescencia», cuenta Cristina Gutiérrez Meurs, una madrileña de 52, afincada en Bilbao desde 1991. «Le fuimos preparando un poco, pero cuando se lo dijimos se tapó la cara con el edredón y gritó 'Yo no soy celíaco'». Le encantaba salir el fin de semana a disfrutar de una pizza, con amigos y en familia, y sabía que desde entonces, su vida iba a cambiar. La noticia coincidió con el diagnóstico también de su madre, pues ante la sospecha de un caso, se hacen pruebas a toda la familia. Eso, al menos, le ayudó a aceptar su nueva condición. «De vez en cuando aún tiene ataques de rabia, pero le duran unos segundos. ¡Es complicado, viviendo en el País Vasco y viendo, cada vez que entras a un bar, una barra repleta de pinchos, todos deliciosos».
Cristina comparte hoy carro con Esther Obanos Albaina, madre vitoriana de tres hijas, dos de la misma edad, Ania y María, de 22 años, que saben de su enfermedad desde que eran unas niñas de 6. «Yo veía que no era normal que, siendo tan pequeñas, de un año para otro les valieran los mismos zapatos, ¿verdad?. En la revisión periódica del pediatra, les midieron y descubrieron que habían decrecido». Ahora que son mayores llevan «bien su enfermedad», pero también han pasado sus momentos difíciles. «Tuvieron una época rebelde con ocho o diez años... Luego otra más rebelde aún con 15 y 16... -no puede evitar sonreír cuando lo recuerda- y ahora, con 22, la vida se les ha complicado mucho».
Su compañera de la Asociación de Celíacos de Euskadi y la presidenta de la sociedad, Mireia Apraiz, le escuchan atentas mientras caminan por el establecimiento y descubren nuevos agravios. 300 gramos de pan rallado -«¡Sólo 300, porque lo de las cantidades es otra...!»- cuestan 3,19 euros. 500 de pan de trigo, 0,8.
Enfermedad celiaca. Intolerancia al gluten que atrofia las vellosidades del intestino y provoca una mala absorción de nutrientes.
Síntomas. Colon irritable, dolor abdominal, diarrea, estreñimiento, vómitos, anemia, cefaleas, dermatitis, retraso en la talla...
Contacto. Asociación Celiacos de Bizkaia y Euskadi: 944169480; de Álava: 605714922; de Gipuzkoa: 688651295
La compra se hace hoy en un super de Bilbao, perteneciente a una cadena de establecimientos que colabora con los pacientes de Euskadi afectados por celiaquía, ofreciéndoles una mejor ordenación de los productos para favorecerles la compra y con descuentos en la cesta final. Desde hace tiempo, las familias de los afectados cuentan también con una aplicación para móvil que les permite saber, a través del código de barras, si un producto resulta apto para el consumo de los afectados. «Lo malo es que para evitar que los móviles den la carga, las tiendas anulan la señal y muchas veces no tenemos cobertura para utilizarla», comenta Mireia Apraiz.
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Fila de cajas. Esther llama la atención sobre una realidad. A nivel social la celiaquía es muy conocida, pero a menudo se banaliza. Sin gluten se ha convertido en un reclamo comercial y todo el mundo habla de algo que generalmente no sabe. «Ya les daría yo un mesecito con esta enfermedad. Si no la padeces ignoras la incomodidad de ir a un restaurante, viajar con pan en la mochila... o que tus hijas estudien fuera y no sepas si van a ponerse malas con una comida». Pan de molde, cuatro euros. El que lleva la señora de delante, 1,80.
La industria de la alimentación y sus familiares cercanos están permanentemente ojo avizor sobre los gustos y costumbres de la población. Cualquier moda puede convertirse en un negocio que no debe dejarse escapar. Una de las más recientes es la de los productos sin gluten, que ha provocado dos ridiculeces sin precedentes. Gracias a la actriz Gwyneth Paltrow y otras eminencias científicas como Miley Cyrus muchísimas personas han comenzado a eliminar de su dieta este componente, lo cual según los nutricionistas supone una auténtica necedad. A las personas sanas, prescindir del gluten les expone al desarrollo de enfermedades cardiovasculares, obesidad, diabetes, incluso cáncer.
Pero como la industria ha descubierto ahí un filón, ahora uno puede encontrarse en la tienda falsedades como agua sin gluten, leche sin gluten, atún sin gluten, conservas de frutas sin gluten... incluso champús y pasta de dientes sin gluten. A todo ello se suma otra leyenda cada vez más común en muchos productos: 'Podría contener trazas de gluten'. «Cada vez nos lo ponen más difícil», se quejan Esther y Cristina.
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