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Han bastado unos pocos días para que el trabajo de varios años haya quedado reducido a cenizas. El fuego que se desató el pasado día 17 en el norte de Gran Canaria ha devastado más de 10.000 hectáreas de terreno y provocado daños aún ... no cuantificados a numerosas especies endémicas de la isla. Casi el 8% del territorio insular ha quedado arrasado. Una tragedia ambiental cuyas cicatrices tardarán años en cerrarse.
Pese a todo, ha habido suerte; podía haber sido peor. El fuego descontrolado llegó a entrar en el parque natural de Tamadaba, una de las joyas medioambientales de la isla, que ha sufrido menos daños de lo esperado. El paraje, donde se encuentra uno de los pinares naturales mejor conservados de Gran Canaria, ha sabido defenderse de las llamas. Los técnicos que han empezado a inspeccionar la zona tras el desastre han comprobado que en algunos lugares el incendio ha respetado el arbolado e incluso han detectado la presencia de conejos. Bajo las cenizas que cubren la extensa área devorada por el fuego aún hay vida, que espera su momento para resurgir.
«Es una gran catástrofe, pero el pinar se mantiene y no todas las zonas se han visto afectadas. Han quedado islas verdes», afirma Sergio Armas, gerente de la fundación Foresta. Lo que está por ver es qué ha sucedido con las 33 especies endémicas, ocho de ellas exclusivas, que alberga el parque. «Algunas tienen menos de cien ejemplares, como la lengua de pájaro, una planta muy delicada», explica Manuel Nogales, biólogo y delegado del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en Canarias.
Los daños saltan a la vista. En extensas zonas de terreno, la ceniza ha sustituido al manto verde del que tan orgullosos se sentían los habitantes de Gran Canaria. La isla, que había quedado deforestada debido a la sobreexplotación maderera, inició a finales de los años sesenta un proceso de recuperación. «Hace cincuenta años hubo una primera reforestación de la mano de Icona. Se plantaron pinos y también bosques de castaños y eucaliptos, fue una revolución», recuerda Sergio Armas. «Hace tres años -añade-, el Cabildo hizo una segunda reforestación». El resultado de estos esfuerzos, enormemente dificultosos por lo escarpado del terreno, ha sido un espectacular aumento de la masa forestal, con el consiguiente incremento de ecosistemas para especies animales. «En cincuenta años hemos pasado de tener el 3% de la isla cubierta de bosque al 14%, estábamos en un momento óptimo», recalca el responsable de Foresta.
Muchos de aquellos árboles han ardido, pero no todos se han perdido para siempre. Los castaños y eucaliptos afectados ya no tienen remedio, pero no ocurre lo mismo con los pinos. El pino canario es una especie pirófita que usa el fuego para regenerarse, es «una especie única, una de las pocas coníferas que rebrotan tras un incendio, como el ave fénix», resume David Ramírez, decano del Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales en Canarias. Esta capacidad de resistencia obrará el milagro dentro de unos tres años, cuando en los pinares hoy grises comience a brotar una masa verde.
El futuro puede que no esté tan claro para lo que Manuel Nogales denomina «biodiversidad silenciosa», que pocas veces se cita al hacer balance de un incendio y es «la que más ha sufrido». Más de 150 especies vegetales endémicas han podido verse afectadas. En los bosques que han ardido vivían aves como el pinzón azul, del que quedan 350 ejemplares, y el mosquitero canario, así como tres tipos de reptiles y un murciélago muy ligado a los árboles. Todas estas especies solo se encuentran allí. «En el suelo del pinar canario existe un microsistema de insectos de muchísima variedad, hasta el punto de que todavía se describen algunos nuevos. Toda esa capa de invertebrados ha ardido», se lamenta Armas.
La gran esperanza son los lugares que han quedado a salvo de las llamas y lo que el subsuelo haya podido proteger. Estas islas verdes rodeadas de ceniza han podido convertirse en un baluarte desde el que la fauna y vegetación superviviente pueda iniciar su reconquista del bosque. En las zonas quemadas, los técnicos aún tienen que comprobar la situación en que ha quedado el banco de semillas, que generalmente se encuentran enterradas en el suelo en estado de latencia. Si han soportado el calor brotarán de entre las cenizas. Pero antes hay que proteger el suelo.
Tras el fuego hay que reaccionar rápido para hacer frente a un temible enemigo. «En Canarias, donde tenemos pendientes brutales y una orografía acusada, estamos obsesionados por la erosión», confiesa David Ramírez. En las próximas semanas, cuando se hayan evaluado los daños y se establezcan prioridades, llegará la hora de talar los árboles calcinados e instalar con esa misma madera muretes de contención para consolidar el terreno. Todo este trabajo hay que hacerlo antes de que lleguen las primeras lluvias.
En los próximos meses, los encargados de la recuperación de los bosques no dejarán de mirar inquietos al cielo. «Lo que necesitamos es que en invierno vengan lluvias suaves pero constantes, es fundamental que no lleguen muy fuertes», afirma Manuel Nogales. «Las cenizas impermeabilizan el suelo y el agua corre con más velocidad cuando llueve, con lo que erosiona el terreno; por eso hay que instalar muros», puntualiza Sergio Armas.
Tras las urgencias iniciales, lo que se impone es la paciencia. Eso es al menos lo que opina Enrique Segovia, director de conservación de WWF. «Después de fijar el suelo, hay que esperar al menos dos años para ver lo que brota de forma natural y determinar si en algunas zonas es necesario llevar a cabo algún tipo de intervención». El responsable de la organización ecologista recuerda que «la naturaleza tiene una capacidad muy grande de regeneración», y pone como ejemplo el estado actual de las 15.000 hectáreas que en 2005 ardieron en Guadalajara en un incendio que costó la vida de once brigadistas forestales: «En la inmensa mayoría del terreno se ha dejado que la naturaleza vaya sola y ahora hay un robledal, el paisaje ha cambiado totalmente».
Pese a este caso puntual y a que «cada vez se hacen mejor las cosas», Enrique Segovia está convencido de que en España «no se restaura bien». Tras la conmoción social que siempre genera un gran incendio, las administraciones se creen obligadas a actuar con celeridad y replantar los terrenos quemados para que parezca que hacen algo. Con las prisas, «vuelven a plantar lo mismo según se quema. Siembran así los incendios del futuro, porque si plantas otro pinar en el mismo sitio estás dándole comida al fuego para dentro de quince años», advierte el representante de WWF.
Las heridas de los incendios siempre acaban sanando, aunque el tiempo que necesiten para ello depende del lugar geográfico. En el norte de la península, en unos cuatro años ya han crecido árboles de cinco metros, pero en áreas mediterráneas como Valencia el desarrollo de la vegetación es mucho más lento. A falta de conocer con mayor exactitud los daños provocados por el fuego, los expertos creen que Gran Canaria tardará una década en superar este último, aunque en algunas zonas habrá que esperar más. Nogales vaticina que «pronto se empezará a ver verde, pero tendrán que pasar algunas decenas de años para que la recuperación haya sido completa».
Dentro de lo malo, tanta destrucción puede constituir una oportunidad. Una manera de comenzar de nuevo. «Hace cincuenta años los ingenieros de Icona no solo plantaron pino canario, sino también pino insigne, que no soporta el fuego. Ahora hay que aprender de los errores y volver a plantar creando un territorio mosaico que intercale zonas forestales con otras agrícolas», dice Armas. «Tener más árboles no siempre es la mejor opción», recalca.
Esta es una afirmación con la que está de acuerdo Enrique Segovia, quien insiste en que en algunas zonas «no se trata de plantar, sino de aclarar», de poner las cosas difíciles al enemigo. El cambio climático está propiciando la aparición de una nueva generación de incendios mucho más destructivos y en ocasiones imposibles de apagar. Hay que preparar las defensas para minimizar los daños cuando las llamas vuelvan a atacar, que lo harán: «Hablamos de bosques resilientes, en mosaico, con mucha menos carga de biomasa y accesos fáciles -recalcan los expertos-. Lo que hay que hacer es evitar que los incendios tengan monte para comer».
Joya medioambiental Los pinares del parque natural de Tamadaba han resistido bien el fuego, incluso mejor de lo esperado. Se teme que la fauna y flora endémicas del ecosistema grancanario hayan corrido peor suerte.
8% es el porcentaje del territorio de Gran Canaria que ha quedado devastado por el incendio. La virulencia de las llamas, que llegaron a tener cincuenta metros de altura, hizo que 10.000 vecinos tuvieran que ser evacuados.
La tragedia de Agando Aunque únicamente quemó 900 hectáreas, el incendio de la Gomera en septiembre de 1984 fue dramático. Las llamas acabaron con la vida de veinte personas, entre ellas, el gobernador civil de Santa Cruz de Tenerife. Fue la llamada tragedia de Agando.
20.000 Gran Canaria ha sufrido en los últimos doce años otros dos grandes incendios. El mayor fue el de 2007, en el que ardieron 20.000 hectáreas. En 2017, las llamas quemaron 2.700 hectáreas y mataron a una mujer.
3.500 Según los datos del Instituto Canario de Estadística, entre 1968 y 2015 se han producido en el archipiélago casi 3.500 incendios, lo que supone una media de 74 anuales y más de 130.000 hectáreas arrasadas.
Sergio Armas Fundación Foresta «Tener más árboles no siempre es la mejor opción»
Manuel Nogales CSIC «Pasarán decenas de años antes de que la recuperación sea completa»
David Ramírez Ingeniero técnico forestal «En Canarias estamos obsesionados por frenar la erosión»
Enrique Segovia WWF «Si plantas lomismo según arde, siembras incendios del futuro»
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