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Francisco saluda a Benedicto XVI en 2014, en su tercera aparición pública tras la renuncia. Reuters

De Ratzinger a Benedicto

El Papa alemán se labró una reputación como perseguidor de los teólogos disidentes, pero impulsó la reacción contra la pederastia eclesial

Sábado, 31 de diciembre 2022, 10:48

'El gran inquisidor', el 'rotwailler de Dios', el 'panzerkardenal'. Joseph Ratzinger, un hombre flaco, introvertido y disciplinado que fue acogido con afecto como pontífice con el nombre de Benedicto XVI, también fue un hombre muy racional y un pensador brillante, pero su etapa como ... prefecto (ministro) en la poderosa Congregación para la Doctrina de la Fe (la antigua Inquisición, conocida después como el Santo Oficio) era una pesada losa imposible de sacar de su mochila biográfica. Entonces tenía capacidad para afrontar los asuntos difíciles de la Iglesia, de ahí su asociación con el blindado alemán de la Segunda Guerra Mundial, pero ya se había convertido en la cara desagradable de la institución.

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Por eso hay que hablar de dos etapas en la trayectoria del papa alemán, muy bien perfiladas. La primera se concentra, sobre todo, en su gestión al frente de Doctrina de la Fe, cargo al que fue llamado por Juan Pablo II en 1981, y al que intentó renunciar en tres ocasiones sin conseguirlo. El cardenal se convirtió en el guardián de la ortodoxia, del dogma, de la fe. Peter Seewald, uno de sus mejores biógrafos, asegura que fue nombrado por su acreditada calidad teológica, lo que le permitió construir diagnósticos muy elaborados sobre las difíciles cuestiones de la civilización moderna. Pero su larga etapa no estuvo exenta de fuertes polémicas.

Pensador brillante, se desgastó al servicio de Juan Pablo II en su misión de restaurar la vieja Iglesia

Por ejemplo, por su posición sobre la Teología de la Liberación, muy presionado por Juan Pablo II. El pontífice polaco patrocinaba a una Iglesia que se situaba en la resistencia frente a los gobiernos comunistas en la Europa del Este, mientras en Latinoamérica otra Iglesia alentaba el diálogo con el marxismo para dar voz a los pobres frente a la codicia de los terratenientes, incluso sin renunciar a la violencia frente a las dictaduras militares. Fue en la primavera de 1983 cuando Doctrina de la Fe inició una investigación sobre la Teología de la Liberación y en agosto de 1984 sacó una instrucción que generó duras críticas. «La declaración protestaba contra la politización de los dogmas de fe y la tergiversación de la figura de Jesús para convertirlo en un rebelde político. Los críticos lo valoraron como un ataque a todos los esfuerzos por lograr la justicia social el Tercer Mundo», resume Seewald.

Guardián de la ortodoxia

Para entonces ya había reventado el 'caso Hans Küng', con el que Ratzinger mantuvo graves enfrentamientos. Ya no era sólo la teología política, sino las posiciones del teólogo de Tubinga, al que se acusaba de desviaciones con respecto a doctrinas esenciales. Luego vino el pulso con Leonardo Boff, el franciscano brasileño al que se le impuso la pena del silencio. Dentro de la Iglesia se libraba una disputa doctrinal y Ratzinger asentó en ese periodo su leyenda como 'guardián de la ortodoxia'. Sus informes y escritos de esa época, en los que distingue entre el Dios de la fe y el Dios de los filósofos, apuntalaron ya una línea de pensamiento encaminada a salvaguardar las esencias y revitalizar unos dogmas que consideraba en riesgo de disolución .

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Ratzinger se desgastó al servicio de Juan Pablo II en su misión de restaurar la vieja Iglesia. El perito del Concilio Vaticano II que sedujo a sacerdotes y seminaristas con reflexiones progresistas, el intelectual que abanderó posiciones modernas cuando la Iglesia decidió abrir las ventanas para que entrara aire fresco, fue evolucionando a posiciones más conservadoras y rigoristas y, en contra de sus deseos, se convirtió en el nuevo papa tras la muerte de Karol Wojtyla. Era un papa profesor que pronto se vió atrapado en una maquinaria que le impedía avanzar.

Por ejemplo en el escándalo de la pederastia eclesial. Fue él, como prefecto de la Doctrina de la Fe, quien puso las primeras piedras para reaccionar contra esa lacra criminal. Era la Congregación para el Clero la encargada de aquellos asuntos, pero Ratzinger logró esa competencia para su dicasterio, harto de que las denuncias se estancaran y eternizaran.

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Luego promovió el endurecimiento del derecho penal eclesiástico para acelerar los procesos y reforzar la protección de las víctimas. Pero se econtró con fuertes resistencias en una curia en la que había anidado la cultura del silencio. Fue en el Viacrucis de la Semana Santa de 2005 cuando Benedicto XVI se refirió a la necesidad de «limpiar la suciedad» en la Iglesia, pero enseguida se vió rodeado de «lobos» y pronto claudicó en una decisión de proporciones apocalípticas.

Ratzinger tuvo el acierto de nombrar a Charles Scicluna 'promotor iustitiae' (fiscal jefe) contra la pedofilia de sacerdotes y religiosos, empezando por la de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, convirtiéndose en el azote de pederastas. Francisco 'fichó' después al arzobispo de Malta para liderar esta batalla y ahora todo indica que se convetirá en la pieza clave de Doctrina de la Fe, una vez que se consume la salida del cardenal español Luis Ladaria.

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Benedicto XVI no pasará a la historia por estampar su firma en encíclicas rompedoras con un impacto sociopolítico más allá de las fronteras eclesiásticas. La primera, 'Deus caritas est' (Dios es amor) llegó en 2006 y en ella hablaba de la misión caritativa de la Iglesia frente a una cultura del vacío y del individualismo. Luego vinieron 'Spe salvi' (2007) y 'Caritas in veritate', en la que se acercó a las amenazas de una humanidad en crisis. Sin embargo, aparentemente, eran textos propositivos más que documentos doctrinales sometidos a la disciplina o a la política eclesial, sin un ensordecedor eco mediático. Mayor acogida tuvieron sus libros sobre la figura de Jesús de Nazaret, publicados en un momento de controversia doctrinal por el éxito de otras obras sobre el Jesús histórico, como el publicado (y perseguido) por el teólogo vasco José Antonio Pagola. Sus apologetas los recibieron como un cortafuegos ante los «intentos» de presentar a Jesús como un líder político, lo que Ratzinger (y Benedicto XVI) siempre combatieron.

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