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Álvaro Muñoz
Valladolid
Lunes, 20 de febrero 2023, 09:09
Mariam Boussya, absuelta recientemente por el Juzgado de Lorca de un delito de sustracción de menores por el que se enfrentaba a cuatro años de prisión tras ser denunciada por su exmarido, tiene grabado a fuego el 22 de abril del año pasado. Se le ... caen las lágrimas cada vez que lo recuerda. Ese día, sobre las 10:30 horas, llamaron a la puerta de su casa en Valladolid, en el barrio de Pajarillos, dos agentes de la Policía Nacional con una orden judicial para llevarse a sus dos hijos de 10 y 17 años. Abajo, en el portal, su exmarido, residente actualmente en Barcelona, aguardaba para completar un viaje de más de 700 kilómetros. Ese 22 de abril fue uno de los últimos días que Boussya vio a Aymen y Mariam, sus dos hijos. «Soy una madre buena. No entiendo por qué me les han quitado. Solo quiero lo mejor para ellos», lamenta Mariam, natural de Marruecos y residente en España desde hace casi 25 años (llegó a Águilas, Murcia, con 18 años) para «buscarme un futuro mejor».
Días antes de ese 22 de abril, a Mariam le llegó una notificación del Juzgado de Lorca para una modificación de las medidas provisionales de su divorcio. «Entiendo el castellano, pero no sé leerlo», apunta apenada. «Me puse en contacto con un despacho (Atrio Legal) porque necesitaba escolarizar a mis hijos. Me llegó la notificación y cuando aún no se la había entregado a mi abogado, me arrebataron una parte de mi vida. Supuestamente tenía que haber ido hasta Lorca, pero no lo sabía», añade contrariada Mariam a la espera de un nuevo proceso para modificar el acuerdo de divorcio de su marido, programado para mayo y en el que espera recuperar definitivamente la custodia de sus hijos.
Tras no presentarse en la localidad murciana, el Juzgado de Lorca dio la razón a su expareja y, además de retirar la patria potestad, imposibilitaba a Mariam de disfrutar de un régimen de visitas. «Hablo todos los días con mis hijos por teléfono. Me dicen que me echan de menos y no sé qué hacer ya», afirma angustiada y después de que en Navidad mantuviera una sola visita con sus hijos en Águilas.
Una decisión judicial que ha llegado a Mariam cuando empezaba a reconstruir su vida en Valladolid. «Salíamos del túnel después de muchos meses complicados. Estábamos contentos en la ciudad y después de tanto tiempo tenía un trabajo digno», recalca la madre, a pesar de que recientemente está en el paro.
Hace un año, después del consejo de un amigo, desembarcó en la capital vallisoletana con la ilusión de olvidar el pasado. Se inició en el campo como temporera. Madrugaba todas las mañanas para, después de unas semanas y de firmar un contrato laboral, trabajar en un almacén limpiando puerros. «Ahora tengo mi alquiler con las habitaciones para los niños a pesar de que están vacías. Y mando todos los meses 300 euros al padre para la manutención de los hijos (así lo refleja la modificación de las medidas provisionales del divorcio). Ahora tengo una estabilidad», agrega Mariam.
Pero antes de llegar a Valladolid, Mariam y sus dos hijos vivieron «un calvario». A finales de los 90 viajó desde Marruecos hasta Águilas, como ha sucedido ahora hasta Valladolid, para «buscar un futuro mejor». Lo halló. Tenía 18 años por aquel entonces y encontró trabajo y amor. Se embarcó en un matrimonio que duró diez años y en el que nació la pequeña Mariam. «Se decidió que él fuera también el padre de Aymen mediante la adopción, pero quería tener otro hijo. Por aquel entonces quería que dejara el trabajo y lo hice. Pasé a ser su esclava. Y después de un tiempo me dijo que tenía que firmar los papeles del divorcio, tras irse a Barcelona. Al principio venía todas las semanas, luego cada mes, luego cada dos... empezaba a desentenderse de su familia. Me pagaba el alquiler de una vivienda, pero dejó de hacerlo y no tenía forma de afrontar esos pagos. Me dolía porque todos los días, mi suegra pasaba por delante de nosotros y no nos ayudaba», se reafirma Mariam tras conocer la sentencia absolutoria de sustracción menores en la que se refleja la declaración del hijo mayor en la que afirmó que «el padre siempre sabía dónde estaban».
Las deudas económicas ahogaban a esta madre, que no hallaba ni alquiler ni trabajo en la zona. «Me recorrí todos los municipios cercanos. Nadie quería cerrar un alquiler conmigo al no aportar un contrato ni dinero. Estábamos en la calle y mi exmarido en Barcelona, sin preocuparse de sus hijos», prosigue antes de desmoronarse al relatar sus semanas en una granja abandonada de Murcia. «Nos empezamos a esconder en una granja que no tenía puertas ni ventanas. No teníamos ningún tipo de seguridad, ni comida. Temía por la vida de mis hijos, porque la pequeña lo pasó muy mal por unas pulgas. No aguantaba más», apostilla.
La gota que colmó el vaso llegó a finales de 2021. Con una situación insostenible, puso rumbo a Pamplona tras comunicárselo a su exmarido. «Siempre me ha gustado Murcia. Me siento murciana, pero tenía que salir de ahí y empezar de cero. Se presentó la opción de ir a Navarra y no fue una buena experiencia. Le envié fotos a mi exmarido para que supiera dónde estábamos y no tuvimos respuestas», añade.
La experiencia navarra no fue satisfactoria y Mariam y sus hijos se agarraron a la opción vallisoletana. «Mis hijos son jóvenes. Quiero darles las cosas que a veces me piden. Pero no podía. Solo he buscado la forma de que sean más felices, pero cuando ha llegado ese momento, en Valladolid, no les tengo por no saber leer castellano», concluye.
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