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Quiero morir en mi casa

Quiero morir en mi casa

En asuntos de catástrofes, a veces, pesa más el arraigo que la lógica

Jon Uriarte

Sábado, 12 de octubre 2024, 00:56

Uno pensaba que las casas multicolor y tan emblemáticas de San Francisco ocupaban varias manzanas. Pero no. Una breve hilera más corta que el tamaño de un tranvía. Esa fue la cruda realidad. Estábamos en los 90 y un servidor recordaba la legendaria serie 'Las calles de San Francisco' y la posterior, y también exitosa, 'Hotel'. Como pertenecemos a la generación que veía los fines de semana 'Sábado cine', conocíamos clásicos como 'Terremoto'. Por eso al llegar a esa ciudad, en el año 96, buscamos los referentes vistos por televisión. Y llegamos hasta aquél lugar. No negaré que me generó una cierta decepción. Aquello tenía más de parque temático, que de hogar emblemático. Hasta que conocí a Karoline y me contó su vida.

Había nacido en aquella casa. De color rojo como el famoso puente de su ciudad. Hija de un obrero que logró tener su propia empresa y de una madre, que hacía milagros con los dineros que llegaban a casa, creció en esa parte alta de la ciudad. En realidad la compró su bisabuelo cuando las empezaron a derribar. Nadie imaginaba, por entonces, que acabarían valiendo un millón de dólares. Eso en el 96. Ahora sería el triple. Por eso aquella mujer tenía claro que jamás se iría de aquél lugar. Así que le preguntamos por el Big One. El gran y letal terremoto definitivo. Se sabe que sucederá. Lo que no se sabe es cuándo. Por eso, a alguien de la vieja Europa y de una tierra de pocos sustos sísmicos, le llamaba la atención que, una persona aparentemente cabal, no vendiera su casa y se largara. Es lo que tiene ser osado. No mides lo que va más allá de la lógica. Porque Karoline tenía muy claro que jamás se iría de allí. Era su casa. Y la de su familia. Por lo que un terremoto, aunque fuera el definitivo, no la movería.

Negaría si les dijera que no la entendí. Lo hice. Y sin necesidad de compartir argumento. Me bastó con ver su expresión. Ella era de ese lugar y vivía en esa casa. Punto. Que la naturaleza reclame algún día sus derechos no impedía que Karoline eligiera morir donde nació y creció. No hay forma de debatir tal argumento. Al menos quien esto escribe. Por eso, 28 años después tampoco puedo criticar a quienes deciden jugarse la vida a la ruleta de los huracanes. En este caso se llama Ethan Mendes. Es un estadounidense de tercera generación. Su padre emigró de Cuba durante la revolución. Le pregunto por sus temores antes de la llegada de Milton. Ese huracán al que llaman la tormenta perfecta. Otra más. Y no una menos. Porque hay rincones del planeta que cuentan con desgracias naturales como quien tiene un granizo otoñal. Ethan vivía y vive, que yo sepa, en Pinellas. Los han evacuado. Menos a quién no lo quiso. Y algo me dice que él fue uno de ellos. Lo poco que hablamos, que supo a mucho, me dejó claro que era hombre fiel a sus raíces. En este caso en ese lugar y momento. Por eso no contemplaba ni la más remota posibilidad de irse de allí. Sabía que era tierra de huracanes, tornados y demás cataclismos meteorológicos, por lo que no estaba dispuesto a largarse de su casa. Esto para alguien de la vieja Europa choca. Y mucho. Nos hemos acostumbrado a que lo normal es que no nos tire el viento la casa o no lo hagan los temblores del suelo. Y eso que a veces pasa. Que se lo pregunten, sin ir más lejos, a los de Lorca. Pero un cataclismo de niveles nacionales es algo que no nos entra en la cabeza. Por eso no lograba entender a Ethan y antes a Karoline. Me parecen suicidas. Y no tengo razón. Es algo mucho más trascendental e imposible de explicar.

Aunque el ser humano sepa que una tierra es tan hermosa como traicionera, no puede evitar asentarse en ella. Claro ejemplo de ello son los habitantes de lugares con señal de alarma y sospecha de drama. Lo fácil, desde lejos, es decir que son unos inconscientes o idiotas. Pero eso sería tan erróneo como injusto. Son seres humanos. Y como tales, capaces de enfrentarse a la lógica y a la razón, por algo tan simple como el amor a su tierra.

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