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mikel ayestaran
Domingo, 4 de agosto 2019, 23:30
Una gran barrera amarilla protege la entrada a Kiryat Luza. A simple vista, es el mismo aspecto que tiene cualquiera de los asentamientos de Israel en Cisjordania, pero este lugar es especial. La barrera solo se cierra el sábado, día santo para los judíos, pero ... también para los samaritanos, que son quienes habitan en esta pequeña comunidad incrustada en la cima del monte Gerizim. Hasta la I Intifada (1987) vivían en la ciudad vieja de Nablus, pero cuando estallaron los choques entre palestinos e israelíes subieron a su monte sagrado, el sitio donde su templo se erigió y creen que Abraham fue a sacrificar a su hijo Isaac, y empezaron una nueva vida porque siempre han defendido su neutralidad en el conflicto. Han pasado 32 años y los samaritanos forman ahora una comunidad étnico religiosa de 815 personas que viven entre Gerizim y Holón, próxima a Tel Aviv.
Husney Cohen fue el primero en subir a la montaña y abrió el camino para que el resto de samaritanos le siguieran. Es hermano de la máxima autoridad religiosa de la comunidad, fundador del Museo Samaritano y escritor de diez libros sobre la historia de los samaritanos en los que defiende que ellos son el «origen» y la religión «más genuina como hijos de Israel». Acude a la cita con la prensa extranjera con rictus serio. Vestido con la ropa que emplean para las celebraciones religiosas, una especie de túnica blanca y un gorro fez de color granate, mezcla el mensaje de bienvenida «al lugar más sagrado del mundo» con los problemas que tienen para mantener abierto el museo, porque no reciben «ningún tipo de subvención». El religioso pide el pago de la entrada (50 shekel, unos 12,5 euros) y «una donación voluntaria». Al ver un billete de 200 shekel (50 euros) no termina de tenerlo claro y fija la 'donación voluntaria' en 500 (125 euros). Inmediatamente le cambia la cara y durante la próxima hora se vuelca en desentrañar los secretos de esta secta mundialmente conocida por la famosa parábola del buen samaritano.
Husney abre el Pentateuco y comienza a recitar. Lo hace en hebreo antiguo, lengua que conservan para la liturgia, aunque en el día a día lo que emplean es el árabe y el hebreo moderno. Se estima que tiene 33 siglos de antigüedad y lo escriben con su propio alfabeto samaritano. «Hace cinco siglos éramos unos tres millones. Hemos sido víctimas de unos y de otros hasta casi desaparecer, por eso ahora debemos mantenernos neutrales para poder ser un puente hacia la paz. Hasta que no logremos la paz en Oriente Medio, no habrá paz en el mundo», apunta con tono conciliador. Su forma de vida «mejoró de forma clara» tras la ocupación israelí de Cisjordania en 1967, «ya que nos dieron el pasaporte y desde entonces somos libres para viajar», confiesa el religioso, para quien «la única solución son los dos Estados; uno para israelíes y otro para palestinos, con Jerusalén como capital compartida. No hay ninguna otra posibilidad que calme la situación».
Los samaritanos tienen triple documentación, dado que cuentan además con la tarjeta de identidad palestina y el pasaporte jordano. Los que viven en Kiryat Luza estudian y trabajan en Nablus en un entorno totalmente palestino, mientras que la parte de la comunidad que emigró a Holón está integrada en el sistema israelí. Dos mundos diferentes a apenas 115 kilómetros de distancia unidos por una religión milenaria.
Los samaritanos no sienten una atracción especial por Jerusalén; no la conciben como ciudad santa. Para esta minoría, sólo el monte Gerizim se merece este estatus, y «aquí será donde veremos al Mesías; eso sí, tendremos que esperar aún 19.000 años para que se produzca ese momento, según nuestros cálculos. Pero no hay duda de que aparecerá en esta montaña».
Se consideran descendientes de una de las tribus de Israel y guardianes de la Ley que Yavé dio a Moisés, el profeta por excelencia para ellos. Comparten las celebraciones religiosas judías, observan el 'shabat' (el sábado es el día santo para los judíos), pero rechazan los escritos del resto de profetas y todas las tradiciones judías posteriores. Se ven como parte del pueblo hebreo, pero no del judío. También tienen influencias musulmanas en sus ritos y lavan sus manos, boca, nariz, orejas y pies antes de rezar en la sinagoga.
Su aislamiento histórico les ha permitido sobrevivir hasta nuestros días y conservar su fe sin perder reglas y tradiciones, como la del sacrificio durante la Pascua. Su endogamia y el rechazo a aceptar conversos estuvo a punto de acabar con ellos debido a las graves enfermedades genéticas en la comunidad, pero en 2002 el sumo sacerdote introdujo un cambio clave y desde entonces «aceptamos conversiones de mujeres musulmanas, cristianas y judías. Fue una decisión meditada y necesaria para sobrevivir porque no teníamos suficientes mujeres», apunta Husney. No aceptan, en cambio, conversiones de hombres.
Husney Cohen | Museo Samaritano
La parábola del Buen Samaritano es una de las más conocidas. Recogida en el Evangelio de Lucas, es narrada por el propio Jesús y subraya la importancia del amor al prójimo. Relata la historia de un judío que sufrió un asalto en el camino entre Jericó y Jerusalén y a quien solo auxilió un samaritano. En la época de Jesús ya se había producido el cisma entre samaritanos y judíos y la ortodoxia judía les consideraba herejes.
Fuera del museo, un cartel anuncia la proximidad de un «restaurante samaritano» y del supermercado 'El buen samaritano'. Los autobuses de turistas cruzan Kiryat Luza para visitar los restos arqueológicos que hay en la cima, actualmente parte de la red de parques naturales de Israel. En 2012, el arqueólogo israelí Yitzhak Magen descubrió restos óseos de 400.000 animales llevados allí para el sacrificio, así como un anillo en honor a Yavé. Según su investigación, hace 2.500 años, cuando el Templo de Jerusalén era, a lo sumo, una simple estructura, ya se erigía en esta montaña un enorme altar para sacrificios rodeado por un recinto de 96 por 98 metros.
«Algunos autobuses paran a la vuelta en el museo. Tenemos una media de mil visitas por año y, aunque antes la mayoría eran judíos, cada vez son más los cristianos que llegan atraídos por la parábola», destaca el religioso, que no para de señalar los mapas que cubren las paredes para intentar demostrar que ellos son los moradores originales de esa tierra.
En una ciudad tan conservadora como Nablus, Gerizim también se ha convertido en una vía de escape para los jóvenes palestinos que quieren ir de fiesta y tomarse unas cervezas, ya que los samaritanos no tienen prohibiciones respecto al alcohol. Kiryat Luza es apenas una carretera central de la que cuelgan callejones con casas de baja altura, pero miles de años de historia contemplan a estos supervivientes de una etnia que sobrevive encaramada a los 886 metros de altura del monte Gerizim, «el centro del mundo, no lo olvides nunca», insiste Husney.
La montaña sagrada. El Gerizim (886 metros de altitud) es el lugar más sagrado para los samaritanos. Aseguran que es aquí donde aparecerá el Mesías, y no en Jerusalén. Eso sí, calculan que quedan 19.000 años.
815 samaritanos quedan en 2019, según los datos del Museo de los Samaritanos de Kiryat Luza. La mitad vive en el monte Gerizim, en Nablus, y la otra mitad en Holón, localidad israelí muy cercana a Tel Aviv.
33 siglos tiene el hebreo antiguo que emplean para la liturgia, con diferente pronunciación y alfabeto que el moderno. Fuera de la sinagoga hablan árabe o hebreo y se sienten un puente entre las dos comunidades.
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