Urgente Retenciones en el Txorierri por la avería de un camión

Las elecciones de la Comunidad de Madrid, tan presentes en nuestras vidas que alguna tarde he llegado a aturdirme al descubrir que la avenida central de mi pueblo no desembocaba en la Puerta del Sol, han hecho que recuerde la jornada electoral -hará más de ... una década de aquello- en la que fui presidenta de mesa. Viví ese momento con solemnidad democrática, con ilusión y con la humildad que exige el cargo. También lo viví con bastante hambre: mi colegio estaba situado en lo que fuera el Museo Vasco de Gastronomía de Llodio, en una gran cocina, y resultaba imposible no pensar en comer. La mayor parte de la jornada, en todo caso, transcurrió sin sobresaltos; hubo, incluso, momentos muy tranquilos, de los que invitan a echar a volar la imaginación. Yo me entretuve escribiendo mentalmente argumentos de películas centradas en el asunto electoral. Los estadounidenses han explorado el género con frecuencia. El cine español no ha sido tan prolijo, pero también nos ha dejado alguna cinta como 'El apolítico', de Mariano Ozores, 'Vote a Gundisalvo', de Pedro Lazaga, 'Atilano presidente', de La Cuadrilla, y la estupenda adaptación que Antonio Giménez Rico realizó de la novela de Delibes 'El disputado voto del señor Cayo'. No me olvido, por supuesto, de la memorable escena de 'Amanece que no es poco'. En efecto, una jornada electoral da para mucho. En la mesa, yo pensaba en romances entre vocales y presidentes, en intrigas políticas, en corrupciones y en un buen marmitako (no podía evitarlo).

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Llegó el momento del recuento de votos y ahí la jornada se puso misteriosa porque faltaba un voto -¿quizá fueron dos?-, lo que nos retrasó muchísimo. No sé cómo solucionamos el embrollo, pero sí sé que mi mesa fue la última en llevar las papeletas al Ayuntamiento, algo que hice yo misma, escoltada por la Ertzaintza, y muy tarde. No me han vuelto a llamar para presidir una mesa electoral ni para ser vocal siquiera, cosa que no me explico. Cuando llegué a casa, cené como si no me hubiera alimentado en la vida y así fue como entendí algo muy trascendental: la democracia abre el apetito.

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