

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Pongamos que son las dos y media de la madrugada y le despierta el teléfono.
- Buenas noches, ¿es usted el padre o la madre ... de (aquí, el nombre de su criatura)? Le llamo de la Policía...
Con toda probabilidad, en ese momento le dará un vuelco al corazón y, a partir de entonces, solo escuchará un zumbido y no atinará a entender ni una sola palabra más de lo que le tengan que contar. Solo podrá balbucear un 'voy ahora mismo', se vestirá a duras penas, poniéndose un pantalón encima del pijama, y se echará a la calle, con los nervios a punto de nieve.
Nadie quiere recibir una llamada así. Pero si le pasa, quizás al otro lado de la línea se encuentre a Pedro Fernández, suboficial de la Policía Local de Vitoria. Para el agente, como para médicos, bomberos y otros profesionales que manejan el material más sensible que pueda haber, informar de un suceso aciago -o, a lo peor, fatal-, compartir con otros el peor momento de sus vidas, forma parte de su trabajo. Para todos ellos, dar malas noticias va con el sueldo.
«Suelo tratar a la gente y decirle las cosas tal y como me gustaría que me lo hicieran a mí». Desde luego, la frase, como máxima vital, no está nada mal. Es de esas que piden mármol. Pero, claro, el que la dice es un tipo uniformado, un morrosko de brazos como columnas jónicas y semblante adusto: quizás al suboficial le guste que le traten con frialdad marcial. «En absoluto (se sonríe), si yo me viera en una situación así, si alguien me tuviera que avisar de que a un familiar le ha pasado algo grave, yo pediría que no se anduviesen por las ramas, que fueran, sobre todo, directos... pero empáticos», resuelve. «Al informar, es fundamental ser objetivo, evitar rodeos y tampoco utilizar juegos de palabras para quitarle hierro al asunto: la situación es la que es y hay que explicarla con todas sus consecuencias».
Pedro sabe perfectamente que cuando está llamando a los padres de ese chaval al que le han pillado con cuarto y mitad de una sustancia más que sospechosa, cuando tiene que decirle al hijo de esa señora que la han arrollado en un paso de cebra, en ese momento sabe que, en realidad, está soltando una bomba. Su función no es desactivarla. Eso es imposible, pero tampoco soltarla así, sin más. Entiende que las vidas de sus interlocutores van a explotar sí o sí. En su mano está hacer de primer parapeto. «Cuando tienes que comunicar una muerte a un familiar, que es la situación más delicada a la que nos podemos enfrentar, tienes que ser muy consciente de lo que estás diciendo, del efecto que tus palabras van a tener en esa persona. Y, sobre todo, te tienes que quedar a su lado, no puedes soltar algo así y limitarte a decir 'cálmese', tienes que dejar que se desahogue», explica.
- Y a usted, ¿le afecta ver a una persona derrumbarse tras decirle que, por ejemplo, un familiar ha muerto en un atropello?
- Claro que afecta, muchísimo. Somos policías, pero sobre todo y, ante todo, humanos.
Más que dar malas noticias, el trabajo de Tomás Lacalle, subinspector operativo de Bomberos de Álava, es hablarle al peligro cara a cara. Él apaga. De gestionar los rescoldos de la tragedia se encargan otros; portavoces, incluso superiores. Pero, de cuando en cuando, mientras las llamas todavía están devorando todo lo que encuentran a su paso, en el lugar del incendio se presenta un familiar. «Ese momento es muy delicado, toca calmarles a la vez que haces todo lo posible para garantizar su seguridad, para no implicarles en el accidente», explica el experimentado profesional. «No es nada sencillo porque, a la vez que tienes que hacer todo lo posible para sacarles de la 'zona caliente', te toca gestionar las emociones de esas personas: hay quien, en un momento así se llega, incluso, a exaltar», asegura.
Lo cierto es que no quedan malas noticias cuando llegas donde Alberto Jaimez, diácono en la Diócesis de Bilbao. Todo lo terrible ya lo han contado. Él atiende con un sacerdote parroquias de Las Encartaciones y también tiene asignada la labor de acompañar «y escuchar en clave de confesión muchas veces» a las familias que solicitan un servicio religioso en cinco tanatorios de Bizkaia. Jaimez viste camisa negra, vaqueros, cinturón rockero y lleva un crucifijo grande colgado del cuello.
«En cierta forma me considero su capellán», observa. «Cuando haces una exequia en el tanatorio donde la familia está muy cerca y el cuerpo está presente y muchas veces has absorbido su dolor, las familias se sienten también de alguna forma queridas, entonces, te agradecen, cosa que no sucede en una boda o en un bautizo». «No son siempre ancianos, hay niños, hay jóvenes, hay personas que son de mi edad... Ahí es donde es dificilísimo hablar, pero llega un momento en que esa dificultad desaparece porque se rompen las barreras. Se quejan de Dios, le echan la bronca, muestran su amargura, lloran, a menudo no tienes palabras que decir, a veces con coger la mano y mirar ya vale. Hasta me emociono. Te tiene que conmover por dentro, sentirlo como si fuera tuyo. Muchas veces he hecho funerales con madres y es la mía a la que le hablo», continúa.
Y, a veces, la emoción llega a un punto donde se le corta la voz. «En una ocasión, una compañera funeraria me tuvo que ayudar a terminar unas exequias de una chica de 42 años. Cuando fui consciente de que una niña que había en la capilla era su hija, me rompí». Recuerda sentido aquel servicio «para un bebé de 9 meses» y para «aquel chico de 28 años que estaba a punto de casarse». «Eso no se te olvida, y además, no quiero que se me olviden». En la intimidad de su casa, asegura, reza por esas caras. «Luego yo soy un tío muy alegre, hablo mucho y me río y me gusta contar chistes. Pero no quiero que se me olvide todo eso, porque he dejado que mis entrañas se conmuevan, como hacía Jesús». A su hogar no lleva este pesar. «Transmitiría ese dolor a mi mujer y a mis hijas y no se lo merecen».
María Rosario Pérez Beltrán también es una mujer con mucho temple. Hablamos en su despacho, con un té blanco sobre la mesa y ópera de fondo que suena desde su móvil. «¿Tengo el trabajo más bonito del mundo, eh? Y lo digo así, bien grande. ¿Es muy duro? También. Pero el más bonito porque trabajamos con la generosidad, el altruismo y la longanimidad de las personas», esgrime la coordinadora de trasplantes de órganos del Hospital de Basurto. Su labor, explica, consiste en «conseguir que las personas que necesitan un trasplante, ya sea de órganos o de tejidos, tengan acceso a esa segunda oportunidad de vida o a mejorar su calidad de vida. ¿Y de qué partimos? Cuando un ser querido está en una situación de fallecimiento, un padre, una madre, un hijo..., proponemos la donación de sus órganos a la familia».
Pérez Beltrán interviene pues «en las peores circunstancias» de la vida de las familias, cuando deben asumir la muerte de sus seres más queridos. Entiende que «es muy difícil gestionar ese momento en que te salen todas las emociones y el sentimiento de injusticia es tremendamente duro y te preguntas por qué a mí», revela. Y esta enfermera nunca deja de sorprenderse cuando, precisamente, en ese punto de «conflicto emocional brutal, de profundo vacío y tristeza», las personas deciden que sí, que quieren que su familiar sea donante de órganos. «El 99,9% de la población, cuando le explicas por qué estás ahí, dicen que sí. Es posible que te digan, incluso, 'a él o a ella le hubiera encantado ser donante'», relata.
Esta sanitaria empezó en esto por una situación personal que le llevó a hacer una rotación en un hospital de referencia en Houston, Estados Unidos. Allí estuvo destinada en un programa de trasplantes y se empapó de esta labor, que pidió continuar a su vuelta a Bilbao. Cuando tiene que hablar a un familiar, le lleva a los jardines del hospital de Basurto y se sienta con él en un banco de madera que hay bajo un enorme roble, próximo al pabellón Areilza. «Este es mi banco», indica. Donde tomamos la foto.
Las frases
Coordinadora de trasplantes del Hospital de Basurto
«Tengo el trabajo más bonito del mundo. Esto va de generosidad y de segundas oportunidades»
Suboficial de la Policía Local de Vitoria
«Hay que evitar rodeos, ser objetivos pero empáticos. Somos policías, pero, ante todo, personas»
Subinspector operativo de Bomberos de Álava
«Cuando un familiar acude a una intervención, se producen momentos muy delicados»
Responsable de los Tanatorios en la Diócesis de Bilbao
«He hecho funerales con madres fallecidas y es la mía a la que hablo, lo tienes que sentir»
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Noticias recomendadas
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.