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La gran mancha de basura del Pacífico (GPGP, por sus siglas en inglés) contiene entre 4 y 16 veces más plástico que lo que se creía. Investigadores de siete países calculan hoy en la revista ‘Scientific Reports’ que flotan entre California y Hawái unas ... 79.000 toneladas de plástico. Un material que puede causar graves daños a la fauna -unas mil tortugas mueren cada año enredadas en basura marina- y a través de la cadena alimenticia llegar a nuestro organismo con consecuencias imprevisibles.
La producción mundial de plástico es de unos 320 millones de toneladas anuales y en la última década se ha fabricado más que en toda la historia anterior, destacan Laurent Lebreton, de The Ocean Cleanup Foundation, y sus colaboradores. Los autores advierten de que se recicla e incinera una mínima parte, mientras que la mayoría va a parar al medio ambiente. El 60% del plástico es menos denso que el agua y, si acaba en el mar, puede degradarse y romperse en minúsculos fragmentos, y hundirse o quedar a flote a merced de las corrientes.
Descubierta por el capitán Charles Moore en 1997, la GPGP es la más conocida de las cinco grandes zonas donde las corrientes marinas concentran la basura que tiramos al océano. «Las otras cuatro están en el Pacífico Sur, el Atlántico Norte, el Atlántico Sur y el Índico», indica Javier Franco, biólogo de AZTI, institución que no ha participado en el estudio. Aunque a esas acumulaciones de residuos se les suele llamar ‘islas de plástico’, hay que desterrar esa imagen. La GPGP abarca 1,6 millones de kilómetros cuadrados entre California y Hawái, el equivalente a casi tres veces la superficie de la Península Ibérica, y esa gran extensión minimiza visualmente el impacto de los desechos. «El mar es tan grande que, si atraviesas esa zona en barco, lo más probable es que no veas casi nada de plástico, que no te des cuenta de lo contaminada que está», advierte Franco.
La nueva investigación se basa en una campaña científica de recogida de basura mediante redes y en imágenes aéreas. Entre julio y septiembre de 2015, dieciocho barcos echaron en esa zona del Pacífico sus redes superficiales y, en octubre de 2016, un Hércules C-130 hizo dos vuelos para tomar imágenes. Los plásticos supusieron el 99,9% de los 1,13 millones de fragmentos y 668 kilos de residuos atrapados por las redes del muestreo. «Hay que trabajar en la prevención, como se está haciendo en Europa. Tenemos que consumir menos plástico, hacer un uso más sostenible, que los productos sean más resistentes y reutilizarlo», apunta Oihane Cabezas, ambientóloga de AZTI. Tres cuartas partes del peso de la basura recogida por Lebreton y sus colaboradores correspondían a objetos de más de 5 centímetros, el 46%, a redes de pesca y los fragmentos de más de medio metro eran el 53% de la masa total.
El residuo más abundante en número fueron, sin embargo, los microplásticos (entre 0,05 y 0,5 centímetros), de los que los investigadores calculan que flotan en la zona 1,8 billones de trozos. «Que el plástico no se vea no quiere decir que no sea preocupante. Los grandes pueden estrangular a un animal y otros más pequeños romperle el estómago. Pero, cuanto más pequeño es un fragmento, mayor es el número de organismos potencialmente afectados», explica la bióloga de AZTI Izaskun Zorita. «Los microplásticos pasan a la cadena trófica y acaban en nosotros», señala Luis Ferrer, oceanógrafo de AZTI especialista en modelización. En nuestro organismo pueden generar problemas directa o indirectamente, al descomponerse, aunque de momento «no hay estudios sobre sus efectos», dice Zorita.
Cada año acaban en el mar entre 5,3 y 19,3 millones de toneladas de plástico. Según las peores previsiones, si no hiciéramos nada, en 2050 podía haber en los océanos más plástico que peces. De momento, su presencia afecta a muchos animales , incluidos los corales, en los que hace que aumente el riesgo de enfermedades entre el 4% y el 89%.
Y se encuentra hasta en el último rincón del mar: en mayo del año pasado, un estudio publicado en la revista ‘Proceedings of the National Academy of Sciences’ informaba de que a la isla Henderson, en las Pitcairn (Pacífico Sur), habían llegado ya 37,7 millones de fragmentos de plástico. Eso, a más de 5.000 kilómetros de un núcleo habitado. «Lo que ocurre en la isla Henderson demuestra que no hay escapatoria para la contaminación por plástico incluso en los lugares más distantes del océano», lamentó entonces la directora del estudio, Jennifer Lavers, del Instituto de Estudios Marinos y Antárticos de la Universidad de Tasmania.
La Agencia Espacial Europea (ESA) ha anunciado esta semana que va a poner en marcha un programa de detección desde el espacio de los desechos plásticos marinos para elaborar un mapa de sus mayores concentraciones y que el mundo sea consciente de la «enorme escala del problema». «Las simulaciones están muy bien, pero una imagen basada en mediciones reales nos ofrecerá información importante a los científicos y tendría más valor de cara al público y a los legisladores. La vigilancia no es un fin en sí mismo, sino un medio para mostrar la gravedad del problema y empezar a hacer lo posible por resolverlo», ha explicado Paolo Corradi, supervisor del proyecto.
Un informe de la Oficina para la Ciencia del Gobierno británico alerta del gran deterioro de los ecosistemas marinos como consecuencia de la actividad humana y del cambio climático. Una de las principales amenazas para estos expertos son los residuos de plástico no degradable, que suponen el 70% de la basura marina y, según sus proyecciones, se triplicarán entre 2015 y 2025. La respuesta al problema, dicen, pasa por «introducir nuevos plásticos biodegradables» e intensificar las campañas de concienciación pública. Según el Foro Económico Mundial, flotan en los océanos más de 150 millones de toneladas de plástico que, además de afectar a la vida marina, causan pérdidas multimillonarias a la industria turística: solo en la región Asia-Pacífico, unos 622 millones de dólares anuales.
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