La caótica vida de Lima es una de las cosas a las que más le costó adaptarse. «Hay que lidiar con el catastrófico tráfico y la desordenada manera de vivir de la capital, algo que me resta mucho tiempo». Además, se trata de un país en el que «hay una parte muy importante de la población que no tiene agua, luz, gas o qué llevarse a la boca». Una realidad que, sin embargo, no impide que la hospitalidad de los peruanos sea una importante característica de su personalidad. «Lo llevan en los genes», asevera el joven alavés.
«Recuerdo un viaje por la sierra. En un pueblo perdido de la mano de Dios en pleno anochecer. Estaba buscando un lugar para montar mi tienda de campaña. Hacía muchísimo frío y viento y el lugar no era nada seguro para acampar. Cuando iba a empezar a montar la tienda, apareció una señora con un niño pequeño en brazos gesticulando un 'no' con la cabeza e invitándome a seguirla a algún lado. Recogí mi mochila y fui tras ella hasta una caseta destartalada, la que decía ser su hogar. Me invitó a entrar, me sirvió un plato de comida caliente y me ofreció una cama para dormir. No tenía por qué hacer todo esto por un desconocido, y sin pedir nada a cambio, pero lo hizo», recuerda. «En Euskadi monto la carpa en la plaza de cualquier pueblo o ciudad y no tardan en llamar a los municipales», bromea.
Apellidos en común
Otro de los pocos y curiosos puntos en común que tienen vascos y peruanos son los apellidos. «Pocos son los que han escuchado algo sobre Euskadi, todos preguntan por Cataluña», confiesa. «Sin embargo, cuando les hablo sobre la cantidad de apellidos euskaldunes que existen en este país, enseguida se interesan por Euskadi y por el euskera, y lo comparan con el quechua o el aimara».
«Deben enorgullecerse de sus raíces y aprender a valorarse»
La humildad peruana 'choca' con un país culturalmente muy rico. Es por ello que Zerain hace hincapié en que «deberían aprender a valorarse por lo que son, a enorgullecerse de sus raíces, su cultura y su lengua sin sentirse avergonzados. Que la amen y la cuiden como lo hacemos nosotros con el euskera». Y es que, a su juicio, «aquí hay idiomas minoritarios que se están perdiendo por acción de este planeta cada vez más voraz, y son precisamente estos idiomas nuestro único territorio libre como pueblo».
Amante confeso de «viajar y descubrir nuevos lugares, gentes y culturas», una de las cosas a las que Zerain da más valor de su año de estancia en este país andino es «haber tenido la oportunidad y la suerte de coincidir y dialogar con gente humilde y de pocos recursos económicos, pero de grandes recursos humanos. Son honrados, sencillos, muy generosos y no dudan en ningún momento en darte cobijo o compartir su plato de comida, por poco que sea». Una «empatía y hospitalidad que hace falta en Occidente», sentencia este joven alavés que volverá un tiempo a Euskadi cuando acabe su cometido en Perú. «Nunca se puede decir que se vaya a hacer algo de manera permanente», puntualiza.