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De niña, a Valeria Ros le gustaban mucho los perros, pero durante la adolescencia atravesó un periodo de indiferencia canina. «A menos que tengas uno, es habitual a esa edad: ni te gustan, ni no». El distanciamiento acabó para siempre durante la universidad: «Hablamos de ... 2004. Vivía en Salamanca con mi novio de entonces y adoptamos un bulldog inglés que tenía dermatitis. Se llamaba Shaquille, por el jugador de baloncesto Shaquille O'Neal, pero nos confundimos y se quedó con O'Neal. ¡Me pasé prácticamente toda la universidad con un bulldog!», evoca la cómica getxotarra. Y, como ocurre a menudo con esta raza, O'Neal la enamoró sin remedio: «Me encantaba, por ejemplo, la sensación de estar protegida. Vivíamos en un barrio un poco turbio, pero iba con él y me sentía tranquila, segura. Le poníamos un collar de pinchos, para que pareciera malo, y solo yo sabía que en realidad era muy bueno».
La pareja se rompió y el perro se quedó con su ex. «Fue un drama», recuerda Valeria. No solo para ella, sino para su familia entera, porque todos habían sucumbido al embrujo del perrazo. Cuando su tía tuvo que trasladarse a Costa Rica, por el trabajo de su marido, decidió hacerse allí con otro bulldog, Miki. «Es el perro de nuestra familia, entró en nuestras vidas por las ganas que nos había dejado el anterior. Llegó a España con ocho meses o así». ¿Qué hace especiales a los bulldogs? «La verdad es que yo nunca he tenido otro tipo de perro... Tienen mucha personalidad, son fieles, cariñosos y también muy graciosos. Me parecen muy bonitos y tienen ese punto de ir a su bola que a mí me encanta», repasa.
Su condición de mascota familiar hace que todos compitan por agasajar a Miki y ganarse su cariño, pero Valeria tiene la impresión de ir ganando en esa batalla de afectos: «Aunque no me ve a diario, creo que soy el miembro de la familia al que más quiere -se ríe-. Mi abuela está loca por él, pero Miki la ignora. Ella tiene una auténtica obsesión: le da comida, se tira al suelo con él, se desvive para que le haga caso, pero él pasa de mi abuela. Es muy gracioso». Cuando aparece Valeria, en cambio, el cuerpo rotundo de Miki se transforma en un obús emocionado e incontrolable: «Arrastra muchos problemas de articulaciones y tenemos miedo de que salte, pero es como un toro y resulta imposible pararlo. Me ve como su mejor amiga, como si tuviésemos la misma edad».
Raza: bulldog inglés.
Edad: 4 años y medio.
Peso: unos 40 kilos.
Carácter: noble y cariñoso. Está muy mimado, pero eso no lo ha vuelto un perro consentido.
¿Alguna manía? Ignorar a la abuela de Valeria.
«Miki es un perro supermimado, a un nivel horroroso que me llega a agobiar, pero no tiene una personalidad caprichosa. Aunque a veces pienso que lo estamos educando fatal, él sigue siendo muy leal y muy responsable», elogia. Al bulldog le apasionan los niños, los balones y las tablas de skate. «Me divierte llevarle varias pelotas diferentes y que se vuelva loco para decidir cuál quiere. También le gusta mucho nadar, porque desde pequeñito lo hemos llevado a piscinas y al mar. Los bulldogs no suelen ser así, los tiras y caen como una bomba, pero lo hemos educado para que le guste, sobre todo por sus problemas de articulaciones, y ahora nada de una forma impresionante».
Desde hace un tiempo, Valeria y su novio están dándole vueltas a la idea de incorporar un bulldog a su propio hogar. Es algo más que un vago proyecto, porque todos los días echan un vistazo por internet en busca del candidato ideal, pero también son conscientes de que su vida es poco compatible con un perro: «Tengo un día a día tan ajetreado que me da miedo no poder cuidarlo. Me cuesta mucho dejarlos solos en casa y eso me condiciona: los trato como si fueran bebés que no se pueden quedar solos. En realidad, los necesitas más tú a ellos que ellos a ti».
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