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A nadie medianamente observador se le escapa la presencia indiscriminada, en las orillas de las carreteras, de multitud de córvidos, sobre todo de picarazas, grajillas ... y cornejas. El motivo es claro: hacerse con los cadáveres de los animales que mueren atropellados y con los restos de comida que caen de los vehículos. Gracias a este particular sistema de aprovisionamiento, a estas aves nos les falta nunca alimento, y proliferan sin control. Otro tanto sucede con los zorros, culebras, lagartos y un sinfín de animales que están esquilmando muchísimas aves con valor cinegético. Es casi un milagro que existan perdices. De continuar en esta línea a buen seguro que, en pocos años, habrá que salir al campo a cazar exclusivamente estos animales o bien empezar a pensar en recuperar la figura de los antiguos alimañeros.
En la actualidad, el equilibrio ecológico está descompensado. Estamos ayudando a la cría de estas especies predadoras y, con ello, destruyendo a otras muchas. La solución no podría venir de la mano de los cazadores si estos animales tuvieran un mínimo de valor cinegético y sus lances aportaran cierta emoción. Todos sabemos que el cazador no sale al campo para hacer carne, pero otro gallo cantaría si una picaraza, una corneja o un zorro tuvieran valor culinario. Reduciendo los días de caza tampoco se soluciona nada, incluso puede llegar a ser negativo, pues estas aves tendrán menos presión de los cazadores. No olvidemos que una familia de urraca hace más daño a la caza que una docena de cazadores. Un zorro mata una pieza por día, pero no se ha calculado la cuantía de huevos que destruye un lagarto o una urraca. La picaraza, quizá el enemigo más encarnizado de la perdiz, nunca la deja tranquila. La persigue con saña.
Si queremos tener un patrimonio faunístico con valor cinegético, la Administración debe tomar cartas en el asunto, bien informando a los cazadores de la necesidad apremiante de que se dediquen a la regulación de estos pequeños predadores o creando de nuevo equipos de especialistas que se dediquen a estos menesteres. En los caseríos encontraría verdaderos profesionales, se crearían empleos y perdices, conejos, liebres, tordos, malvices, sordas, palomas, tórtolas... no tendrían que pagar con su vida los errores de los humanos.
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Silvia Cantera, David Olabarri y Gabriel Cuesta
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