El pecado de Flo
Está claro que los ofendiditos dominarán la Tierra
JON URIARTE
Sábado, 21 de noviembre 2020, 02:02
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JON URIARTE
Sábado, 21 de noviembre 2020, 02:02
Ha nacido un nuevo fascismo. Se llama «corrección». Surgió a comienzos del 2000 y ha crecido hasta dominar el mundo. No ese totalitario y criminal, que sigue ahí y es tanto de derechas como de izquierdas, sino el nuestro. El presunto mundo de la libertad ... y los derechos humanos. Ese que hoy se indigna por un chiste o un comentario y exige condena pública y castigo para quien dice o hace algo políticamente incorrecto. Es decir, que no ha pasado el examen de los ofendiditos. Cada vez son más. A veces, hasta usted y yo lo somos. Porque es contagioso. Sus objetivos son variados. El último en sufrirlo ha sido Florentino Fernández, 'Flo', el gran cómico multidisciplinar debe ser eliminado. O, al menos, arrinconado y vetado.
Les supongo al tanto, pero viene bien recordar su pecado. Crear a 'Flousie', un ser excesivo y amanerado de ' MasterChef Celebritie' y que recuerda a Krispin Klander, personaje con el que triunfó en las noches de Pepe Navarro. Eran otros tiempos. Entonces podías cantar, bromear y comentar asuntos que hoy serían llevados a juicio por machistas, homófobos, terroristas, fascistas y todo lo que se les ocurra. No negaremos que eran vulgares. Con frecuencia recurro a chistes de los 80 y 90 para ambientar una noticia o sección y cuesta encontrar uno que no sea casposo y propio de un tiempo absurdo, donde nos reíamos de todo porque antes no nos pudimos reír de nada. Por eso, escuchar hoy un chiste de «mariquitas», «negros bien dotados», «esposas frígidas» o «gangosos» carece de toda gracia. Afortunadamente hemos evolucionado. Pero me niego a sufrir censura de nuevo. De hecho ahora es más sibilina. No viene a verte un tipo con bigotito, carpeta y cara de funcionario. El ofendidito carece de estética concreta. Y no tiene una única forma de pensar o de vivir. Utiliza lo correcto para imponer su mala baba y su estupidez supina. Y montan la marimorena, siguiendo el ejemplo, por una parodia que quizá sea desafortunada o inadecuada, pero que con no verla bastaría. O con criticarla afeando el asunto con rigor. Pero de ahí a que columnistas y hordas de internet exijan la cabeza de 'Flo' en una bandeja dista un abismo.
Vivo entre Bilbao y Madrid. Y, curiosamente, el barrio del segundo es Chueca. Así que he preguntado a amigos y vecinos, muchos gays y lesbianas. No entienden tanto revuelo. A unos les gusta, a otros ni fu ni fa y algunos opinan que 'Flo' ha tenido mejores personajes y que la cosa carece de gracia. Pero no creen que ese manido estereotipo sea su mayor problema. De hecho dudan que su compañero Josie se sienta aludido y esté ofendido. El periodista y estilista es más listo. Habrá vivido ofensas reales, de las que duelen, en la vida real. Donde miras buscando ayuda y los ofendiditos no aparecen. Al fin y al cabo son indignados a tiempo parcial. Hoy no tengo nada que hacer y como soy un ser más evolucionado que el resto, voy a observar a estos trogloditas a ver con cuál me meto esta noche. El tema da igual. Es habitual que se ofendan por asuntos que ni les van ni les vienen. En el caso de Flo quienes más se han indignado no han sido los homosexuales. Y no me extraña.
Hace años, trabajando en la radio, hicimos una parodia del Lunes de Gernika. Al finalizar, nos llamaron al despacho del director. Una señora, con amigos influyentes, se había puesto en contacto con las altas esferas de la cadena porque consideraba inaceptable «la mofa que habíamos hecho de los aldeanos y aldeanas que venden sus productos allí». Visto el panorama, me ofrecí a llamarla. El jefe creyó que era para manifestar nuestras disculpas. Pero, cuando contestó y tras escuchar su retahíla de reproches, le pregunté: «¿Perdone, es usted aldeana o vende en Gernika?». Sorprendida, respondió que no. Que ni una cosa ni la otra. De hecho no había estado en su vida. Pero eso no impedía que viera bochornoso nuestro sketch sobre esa gente. Entonces tomé aire y le conté que mi abuela, la amama Leonor, era de caserío. Y vivió el bombardeo de Gernika, precisamente porque iba a ese mercado. Un lugar que he visitado en infinidad de ocasiones. Tengo amigos y amigas que venden allí sus productos. Ninguno de ellos había llamado ofendido por la parodia. Terminado el relato le dije que teníamos que concluir la conversación porque estaba preparando un sketch sobre una vieja amargada y metete. Y colgué. No me echaron, pero casi. Por suerte eran los 90. Ahora estaría en la puerta de un juzgado acusado de parodiar a un ser humano. Hasta ahí podíamos llegar. Lo siento por Guillermo de Baskerville, pero la teoría de Jorge de Burgos se está imponiendo. «La risa es la debilidad, la corrupción, la insipidez de nuestra carne». Lo decía el monje ciego y lo abanderan ahora muchos.
La comedia, pese a que su naturaleza sea la caricatura y la vuelta de tuerca que molesta, a la vez que hace reír, debe ser controlada, vigilada y encorsetada. En breve, no podremos hacer un simple chiste. Siempre habrá alguien dispuesto a ofenderse. A diferencia de la novela de Umberto Ecco, la de los ofendiditos no atiende a conceptos o a doctrinas nacidas en el pasado. Es, en sí misma, una nueva religión. Si no haces lo correcto, si te sales del sistema, acabarás abrasado en las redes y la condena social. Es decir, en el nuevo y correcto infierno.
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