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Algunos viajaron sólo para ventilar las casas, cerradas desde marzo, y dar un paseo. Otros aprovecharon para hacer rutas ciclistas, comer con amigos e incluso para visitar a su novia tras meses separados. Cientos de vascos aprovecharon ayer el final de las restricciones de movimientos ... entre territorios para acudir a sus segundas residencias en localidades de Burgos y La Rioja. Todos, a ambos lados de las mugas, tenían ganas de reencontrarse. Y querían disfrutarlo.
Rafa Garrido - Medina de Pomar
Rafa Garrido cogió el coche la noche del sábado y se puso a esperar en la muga con Burgos, en los alrededores de El Berrón. Miraba el reloj una y otra vez, a la espera de que las agujas marcasen las doce de la noche: una hora mágica. Se trataba del momento en el que por fin, después de más de tres meses de espera, iba a poder desplazarse desde Muskiz a su segunda residencia en Medina de Pomar. Como Rafa, decenas de vizcaínos se pusieron a esperar al filo de la madrugada en el límite con Burgos a que se levantasen las restricciones. Fue algo «espontáneo» –recalca–, fruto de las ganas de recuperar cierta normalidad tras meses de confinamiento.
En su caso, Rafa se fue de madrugada a Medina porque quería madrugar para salir a rodar con su bicicleta de carretera. Llevaba sin venir desde el 8 de marzo. Se hizo unos 100 kilómetros por el valle del Pas. Después fue a visitar a su amigo Daniel, nacido en el pueblo burgalés y con el que comparte su pasión por el Athletic. Llevaban mucho sin verse y quedaron en la sede de la peña rojiblanca, un antiguo convento de monjas convertido en una especie de santuario del Athletic. «Vengo a Medina todos los fines de semana salvo que haya partido en San Mamés», cuenta Rafa.
Fernando y Ana - Villarcayo
No todos los vizcaínos que pasaron a Burgos ayer eran vecinos con segundas residencias. En las carreteras se pudo apreciar también un gran trasiego de ciclistas y motoristas, deseosos de traspasar los límites que hasta ayer estaban vetados. Era el caso de Koldo, Anabela, Fernando y Ana, dos parejas de Leioa y Las Arenas. Motoristas. A lomos de una BMW 1.200 RT y de una Harley Davidson, salieron por primera vez de Bizkaia después de meses de confinamiento. Su idea no era más que dar una vuelta tranquilamente y volver a casa para comer. Pararon en la plaza de Villarcayo a tomar una cerveza –«ni una más, eh»– antes de poner rumbo a Bizkaia. Para Fernando, además, era casi como el estreno de su moto, que compró de segunda mano hace 10 días. «Con el final del estado de alarma, este mercado se está moviendo mucho», explica.
Oier Barrenetxea - De Bilbao a Ezcaray
Poco después de las doce de la noche del domingo, cuando ya se podía circular entre Euskadi y La Rioja sin miedo a ser multado, llegó a Ezcaray este empleado de una oficina de Kutxabank en Bilbao. Allí le esperaba su novia, María Castroviejo, con la que se reencontraba catorce semanas después. «Ha practicado mucho deporte en el confinamiento y se ha quedado en los huesos», decía la joven riojana. «Poco más se podía hacer», reconocía Oier, ilusionado de volver a estar con María «porque estos tres meses han sido muy duros. La veo estupenda». Madrugaron para hacer una ruta por el monte, luego comer juntos y «aprovechar al máximo todo el domingo». Aunque a partir de ahora, volverán a compartir los fines de semana.
Roberto Blanco - De Vitoria a Haro
Los pequeños Iker e Ibai se vistieron del Alavés para acompañar a su aita, Roberto, y al abuelo Ismael a Haro. «Esperemos que gane el 'Glorioso'», decía el padre poco antes de que en Vigo empezase a gestarse la debacle (6-0 perdió ante el Celta). El resultado deportivo no acompañó pero la primera salida a la casa del pueblo resultó provechosa. «Hemos venido a comprobar que todo estaba bien, que no había entrado nadie y a partir de ahora, ya con el buen tiempo, mi suegro podrá venir los fines de semana», explicaba Roberto Blanco. Y una vez en Haro, «por supuesto, había que tomar el vermú. Teníamos ganas de hacerlo, de estar sentados tranquilamente en la plaza de la Paz». El abuelo Ismael ya piensa en poder salir con la cuadrilla «a pasear o a tomar algún pote».
Laura y Andoni - Villasana de Mena
Laura, Andoni y su hijo Iskander, de 8 años, fueron de los primeros vizcaínos en llegar a Villasana de Mena, donde tienen un piso desde hace 10 años. En estos meses han cumplido a rajatabla con el confinamiento y las restricciones de movimientos. Esta familia de Etxebarri tenía ya muchas ganas de venir a las merindades. Les encanta esta zona. Y más en un día tan bonito como el de ayer. «Algún vecino nos ha recibido diciéndonos 'ya han llegado los bilbainitos'», agradecen. De hecho, tienen lazos familiares en este pueblo y suelen pasar aquí el 90% de los fines de semana –incluso aunque haga mal tiempo– y las vacaciones. Lo primero que hicieron fue visitar a la abuela de Laura, a la que llevaban sin ver desde enero. Y también comprobaron que, después de varios meses cerrada, había que tirar varias cosas de la nevera que habían caducado. Según José Alfredo, del bar La Bodeguilla, ayer muchos vizcaínos fueron sólo a ventilar las casas.
Ainhoa y Juan - Villarcayo
Ainhoa es de Basauri, pero lleva años viviendo en Villarcayo. Ella y su pareja, Juan, se decidieron a montar el bar Plaza hace como un año. El negocio iba bien. Pero llegó el coronavirus. Y ahora intentan recuperar ritmo. Llevan abiertos unas semanas, pero no fue hasta ayer cuando empezaron a notar más actividad, coincidiendo con la llegada de los vizcaínos. A Txema, un extrabajador de Altos Hornos que volvió de Barakaldo a las merindades tras jubilarse, le llamaba la atención el número de «caras desconocidas» que había en el pueblo. «Sólo hay que ver cómo está la terraza», subrayó Ainhoa. «La realidad es que muchos de los negocios de la zona vivimos del País Vasco», añadió Juan.
Juan Carlos Esteban y Mari Carmen Domínguez - De Leioa a Castañares
Este matrimonio vizcaíno tuvo que abandonar el camping de Castañares de Rioja, a ocho kilómetros de Haro, cuando se decretó el estado de alarma «porque aunque no había habido ningún problema, así nos lo recomendaron». En un bungaló «perfectamente equipado» pasan más de la mitad del año, «unos 20 días al mes aquí y los otros 10 en el piso de Leioa», dice Juan Carlos. En este complejo de La Rioja «vivimos de maravilla. Ya lo echábamos de menos, aquí al aire libre y con un clima estupendo. ¡A mí me va de maravilla!». La mayoría de los clientes son vascos «y tenemos muy buen ambiente. Salimos a pasar, vamos a cazar al lado de Zambrana, hacemos comidas... ¡Esto es vida!».
Teresa Sainz-Aja e Ibon Barrenetxea - De Bilbao a Ezcaray
En cuanto supieron que la frontera con La Rioja se 'abría' a la medianoche del domingo «ya planificamos el viaje para cruzar poco después». Lo hacían a las 12.04, «pero porque paramos a echar gasolina para hacer tiempo» y así cumplir la legalidad, confesaba este matrimonio en la urbanización El Cardizal, copada por vecinos de Euskadi. Teresa e Ibon coincidieron con su amigo donostiarra Jon Urkia y en la conversación no pudo faltar el tema de la final de Copa entre Athletic y Real. «Ya nos acordamos», compartían. Con el verano por delante «tendremos tiempo de bromear entre partido de tenis, salida en bici, baño en la piscina y cerveza en la terraza».
Oier y Aitor - De Azpeitia a Haro
Padre e hijo decidieron ayer madrugar para venir a Haro, aunque previamente pasaron por Briñas «a comprar vino». Conocen bien la zona porque tienen casa en Labastida, en la muga de Álava con La Rioja. «El ambiente que hay aquí es genial», señala el joven Oier, «y poder salir de pintxos y vinos es un lujo. Ya lo echaba de menos». Aunque sus visitas durante el año son puntuales, «siempre nos gusta venir en Semana Santa, que en esta ocasión no ha podido ser, y en verano sí somos más habituales», aseguraba Aitor.
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