A estas alturas de la pandemia, el que más y el que menos ha aprendido nuevos términos relacionados con el covid, aunque algunos siguen siendo complejos de entender. Nos hemos acostumbrado a escuchar expresiones como «los datos crecen de forma exponencial», «viene una nueva ola», « ... hemos conseguido aplanar la curva». Medir los números que tanto nos duelen se vuelve imprescindible. Las medidas políticas se basan en ellos, igual que las decisiones sanitarias, y hasta nuestro estado mental cambia en función de las cifras del coronavirus. Entre todos estos términos, uno de los que más se tienen en cuenta a la hora de imponer las máximas restricciones es el de la 'incidencia acumulada' (siglas IA), es decir, los casos que hay por cada 100.000 habitantes.
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Es un porcentaje que representa la probabilidad de enfermarse de una población en un periodo de tiempo. A medida que este valor sea más alto, se supone que más descontrolada está la pandemia. Se calcula dividiendo el número de casos aparecidos entre el número de personas que estaban libres de la enfermedad hace catorce días. Ese resultado se multiplica por 100.000 (habitantes), otro indicador reconocido por las autoridades para establecer un criterio. Como en muchos municipios vascos no hay tantos vecinos, el cálculo matemático de la incidencia acumulada suele perjudicar a los ayuntamientos más pequeños, creando paradojas como que Arakaldo está en un nivel de riesgo más elevado pese a no tener casos desde hace meses que, por ejemplo, Trapagaran, donde ha habido nueve contagios esta semana. Piensen, ¿en cuál de estos dos lugares considerarían que es más preocupante la situación?
Según el criterio del Ministerio de Sanidad, se considera nueva normalidad si la IA se sitúa por debajo de los 20; de bajo riesgo si está entre 20 y 50; de riesgo medio si se sitúa entre 50 y 150; riesgo alto entre 150 y 250; y extremo si sobrepasa los 250. Y si una ciudad supera los 500 casos por cada 100.000 personas se restringe la vida social de sus habitantes. En Euskadi el semáforo rojo se activa en los 400.
41 localidades vizcaínas arrancaron la semana con el porcentaje de incidencia acumulada disparado por encima de 1.000. En primer lugar estaba y sigue estando a día de hoy Otxandio.
Uso recomendado El Instituto de Salud Global de Harvard recomienda el uso de este parámetro, la incidencia acumulada, desde el 1 de julio de 2020 para comparar datos entre poblaciones.
41 localidades en Bizkaia arrancaban la semana superando este límite con creces. Cuatro destacaban por encima de las demás. Otxandio, con la IA por encima de 3.000 positivos en relación a su población, Arakaldo, con un porcentaje de 2.300, y Etxebarria y Aulestia, con más de 1.000. Otros municipios como Loiu y Urduliz rozaban el millar. Deberían por tanto haber estado en nivel rojo, pero no ha sido así en todos los casos. Porque hay una excepción establecida por el Gobierno vasco para las poblaciones con un censo inferior a los cinco mil habitantes -el caso de estas cuatro-.
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Estas no entran en la clasificación por colores y niveles de riesgo Covid-19 que fijó el Ejecutivo autónomo ni han sufrido todas las restricciones acordadas para los municipios en peor situación. Por ejemplo, las franjas horarias que controlaban paseos y actividad física individual no les han afectado, aunque, como contrapartida, sí han sufrido por los cierres perimetrales. EL CORREO ha recorrido Otxandio, Arakaldo, Aulesti y Etxebarria para, de mano de sus habitantes, conocer cómo ha condicionado su día a día la pandemia.
'Chute' Sánchez y Manu Guerrero comparten un café en una terraza de la plaza, que ha estado este mes cerrada diez días tras detectar positivos, y comentan: «Ahora hay unos sesenta contagios en el pueblo y estamos todos fastidiados. Toda la gente habla del virus. A alguno que está malo le ves que sale de casa y te dice 'me voy al monte'». En el pórtico del Ayuntamiento de Otxandio y a la entrada de la panadería de Artekale hay unos letreros con los datos del covid actualizados. «Vamos a contar toda la historia», se ofrecen. «Dos semanas antes de Semana Santa éramos un positivo. Llegó Semana Santa, vinieron siete mil personas de fuera del pueblo, gente de monte, bicicletas y moto, y salieron 60 positivos. Sobre todo, cuadrillas de poteo, los que estaban en las terrazas. Desde entonces estamos así, bajando diez y subiendo nueve, lo comido por lo servido. Estamos hartos de que venga gente de fuera. Este sábado otra vez, tuvimos que llamar a la Ertzaintza para que advirtiera a un grupo que había venido a hacer orienting, mientras aquí estamos sin poder salir», se quejan.
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Vanessa Bispo y Joao Henrique, a cargo de Zuhaitz Etxea Jatetxea desde hace once años junto con la madre de Vanessa, dicen que en el pueblo «hay mucho miedo, aquí hay muchos mayores. Nosotros hemos vuelto ayer de una cuarentena», revelan. «Muchos vecinos están empezando a señalar a los que lo hacen mal. Avisan a la Policía Municipal. No por ser chivatos, sino por ser soberanos, hay cansancio».
A doce kilómetros de Bilbao, los vecinos de Arakaldo, la localidad vizcaína más pequeña, con 159 habitantes, 79 hombres y 80 mujeres, enclavada en un ambiente eminentemente rural en la ladera del monte Untzueta (766 metros), en la margen derecha del Nervión, se libraron de la pandemia hasta principios de diciembre, cuando se detectaron los dos únicos casos conocidos en el municipio. El 1 de diciembre se notificó el primer afectado por coronavirus y el día 3, el segundo. «La tasa de incidencia acumulada se desbocó y entramos en alerta roja, aunque las medidas decretadas para los pueblos pequeños están siendo más laxas y aquí no tenemos bares», explica el alcalde de esta pequeña localidad, Jabi Asurmendi.
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En el frontón de Arakaldo encontramos a primera hora de la mañana a varias familias con niños que esperan a los dos autobuses que les conducen a los colegios de Llodio y Arrankudiaga. «Aquí la gente ha estado muy relajada y los niños pequeños apenas se han dado cuenta de lo que estaba pasando. Prácticamente cada familia tiene su casa con su espacio para estar al aire libre, no estás en un piso encerrado. Paseo por el monte los fines de semana y sin apenas juntarnos», señala Bakerne Rodríguez, madre de Eihartze y Arixen. «Creo que ha habido dos casos, desconozco quién ha sido, lo que pasa es que aquí somos muy poquitos y parece mucho», apunta Amina Drljo, madre de Noa, de tres años. «Hemos hecho vida casi normal en todo este tiempo», asegura.
Etxebarria es otro de esos municipios de la geografía vizcaína en los que aunque el coronavirus es la palabra más repetida, la infección no ha entrado apenas. «Cuando ha coincidido, los rastreadores han actuado muy rápido para aislar». Maite Larrea atiende en un pequeño supermercado, 'Etxebarriko Denda. Tomasena'. «Aquí se mueve la gente a Markina, el pueblo de al lado, igual. Entre otras cosas, porque no hay carnicería ni pescadería. Y como ya tienes que ir a por eso... Los fines de semana, esté el pueblo de Etxebarria en alerta roja o no, la gente sale a terracear a Markina, porque los casos que hemos tenido son tan aislados y controlados...», reitera Larrea. A su lado está Maribel Güenaga, su madre, ya jubilada, que esta semana ha recibido la segunda dosis de la vacuna en Durango, a las nueve de la noche. «No son horas para moverse desde aquí», comentan. «Aquí luego, dentro de una semana, enseguida, el porcentaje baja, ya lo verán», se despide Maite. El dato: Etxebarria empezó la semana con una IA de 1.073,8 y la cerró con 1.208. Si no hay casos, la semana que viene estará en la mitad.
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«En Aulesti la mayor parte de la gente salimos a trabajar fuera, así que no lo notamos. Aunque la semana pasada parecía un pueblo fantasma, con un solo bar abierto. Entendemos que hay que recoger el dato, es así, y actuar en consecuencia. Y también que hay que poner unas normas para todos, pero a los pueblos pequeños nos perjudica. Pero normalmente, cuando ha habido positivos aquí, ha sido una familia, los cinco de casa que viven en un caserío y apenas salen de su entorno y toma, ya deja a todo el pueblo tocado con las restricciones», subraya Ainara, que trabaja como comercial. «Sí, a la localidad colindante puedes ir, pero ni salimos. Excusas para salir tenemos muchas, pero ganas, muy pocas», concluye.
Jacinto Garro es dueño del Zarrabenta de Aulesti, una de las pocas ventas vascas que sobreviven abiertas. «Hubo un caso o dos, hasta que llegó el brote de 43 personas. Se contagiaron de golpe, tras celebrar las fiestas. En este pueblo tan pequeño... Como eran jóvenes, al de una semana ya estaban bien. Ahora sabemos de dos familias. Aquí las noticias vuelan porque la prensa de aquí es el chismorreo. Si estornudas a las tres de la mañana al día siguiente lo saben todos», ilustra este octogenario. En la plaza de Aulesti encontramos a los enfermeros Aiora Astorquia y Ramón Aranaz, que llevan toda la mañana poniendo vacunas a gente impedida de la zona. «También nos ha tocado hacer muchas PCR, no paramos», dicen.
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