María, Khadim, Juan, Milagros, Celia, Medha, Lucía, Dora, Alejandra y Víctor. Son los diez jóvenes con los que el Papa se reunió en junio a las afueras de Roma en el marco del documental 'Amén. Francisco responde'. Procedentes de España, Senegal, Argentina, Estados Unidos, Perú ... y Colombia, había musulmanes, evangélicos, agnósticos, católicos y renegados de esta iglesia. Tenían, reconocían antes de la conversación con el Pontífice, «millones de preguntas», y no se dejaron ninguna en el tintero en una cita más complicada para el jefe de la Santa Sede que para ellos.
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Pero la buena disposición tanto del interpelado como de quienes querían saber hizo que la conversación fluyera, con naturalidad, incluso con emotividad, desde el primer momento, en el que rompieron el hielo preguntando qué tal estaba su rodilla y si podían tutearle. Pronto, en cualquier caso, abordaron temas más sociales, como la inmigración. «El migrante tiene que ser recibido, acompañado, promovido e integrado», defendía Jorge Bergoglio, que denunciaba las políticas «de algunos países».
En referencia al aborto, es él quien plantea la cuestión de si «es lícito eliminar una vida humana para resolver un problema». Pero insiste en que «es dura la huella que deja» someterse a un proceso así, por lo que el papel de la Iglesia es impulsar «la comprensión a la mujer» que toma esa decisión y ser «misericordiosos, porque Jesús recibe a todos». «A una mujer que aborta no se la puede dejar sola, hay que acompañarla, pero conviene llamar a las cosas por su nombre: una cosa es acompañar y otra, justificar el daño», defiende.
El Pontífice, sobre la comunidad LGTBI, asegura que «toda persona es hija de Dios, que no rechaza a nadie, es el padre. Yo no tengo derecho a echar a nadie de la Iglesia». Y no es partidario de que las mujeres sean sacerdotes, porque «tienen otra función en la Iglesia». Respecto a la pornografía -una de las jóvenes realiza contenido para adultos-, considera que «el que hace uso» de ella «disminuye humanamente», aunque aclara que «el sexo es una de las cosas bellas que Dios dio a la vida humana». «La expresión del amor es seguramente el punto central de la actividad sexual», señala antes de reconocer que «la catequesis sobre el sexo todavía está en pañales».
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Lamenta también la experiencia de una de sus interlocutoras, que fue monja y ya ni siquiera es creyente, lo que la hace sentirse «más tranquila, más feliz», tras sufrir «abuso psicológico» durante su formación religiosa. «Hay mucho daño en la institución eclesiástica; hay conventos donde había abuso de poder y, a veces, cuando uno está en estas situaciones, el acto más valiente es tomar distancia», valora Francisco, que concluye la conversación trasladando a los jóvenes que «aprendí mucho de vosotros. Esto es el camino de la Iglesia, todos unidos, en fraternidad».
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