María y Carlota han quedado para ir al gimnasio después de trabajar. Su idea es hacer varias series de fuerza en la sala de máquinas y después, si todavía les queda algo de energía, un poco de cardio en la elíptica. Sin embargo, poco antes ... de salir de la oficina reciben una alerta en su móvil. Es de la aplicación de su gimnasio. Les advierte que la sala está «muy concurrida». En otras palabras, que pueden ir pero que lo más probable es que tengan que hacer cola en alguna de las máquinas o pelearse por encontrar una taquilla en los vestuarios.
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El mensaje no las coge por sorpresa. «Ocurre muchas más veces de las que nos gustaría, especialmente a última hora de la tarde. Está lleno de chavalitos que van en cuadrilla a hacer pesas y encima están un montón de tiempo en cada máquina», lamenta esta pareja de treintañeras bilbaínas, que suelen entrenar un par de veces por semana.
La queja de María y Carlota no es aislada y coincide con la de otros muchos usuarios. El número de personas que están apuntadas a un gimnasio –y además van– no ha parado de crecer desde el final de la pandemia. Pese a que se trata de un incremento generalizado, llama la atención el tirón de este tipo de instalaciones deportivas entre los adolescentes, un grupo de edad que no acostumbraba a pisar los gimnasios y que ahora prácticamente los desborda. Hasta el punto de que algunas empresas del sector ya han empezado a tomar medidas como beneficiar a los socios que asistan en las horas de menor demanda, limitar el tiempo de uso de las instalaciones o exigir que a determinadas edades les acompañe un adulto.
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Solange Vázquez
«En los últimos años hemos notado un incremento relevante de socios muy jóvenes. Estamos hablando de chicos y chicas de entre 12 y 17 años, con la particularidad de que no solo ha crecido su presencia en las salas de máquinas sino que han cambiado la propia dinámica de los gimnasios: acuden muchos más días a la semana que la media y encima durante más tiempo», reconoce Alberto García Chápuli, director gerente de la Federación Nacional de Empresarios de Instalaciones Deportivas (FNEID).
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La Generación Z ha entrado de lleno en el mundo de los gimnasios y ha establecido sus propias normas, empezando por la asistencia, que afecta directamente a la gestión y organización de este tipo de instalaciones. Muchos negocios deportivos eran más o menos rentables porque un porcentaje importante de socios pagaba pero nunca iba. Los empresarios del sector calculan que antes de la pandemia uno de cada cinco usuarios abonaba las cuotas, pero no hacía uso del gimnasio nunca, un fenómeno habitual en países como EE UU, con tasas de absentismo de hasta el 80%.
Sin embargo, esto ahora no pasa y menos entre los usuarios más jóvenes. Los adolescentes no solo pagan y van sino que además exprimen su cuota al máximo. «Acuden una media de entre 3 y 4 veces a la semana. Además, suelen estar mucho más tiempo en la sala. Si los socios adultos están de media una hora y cuarto más o menos, los adolescentes hacen sesiones de más de dos horas y esto, lógicamente, nos está obligando a replantearnos la gestión. Porque otra cosa que estamos notando es que un porcentaje alto de estos chicos vienen en grupo y esta circunstancia también afecta. Si cuatro o cinco chicos están en una máquina, otros tantos en otra y otro grupo en otra y se ponen a trabajar pecho, pierna o lo que sea bloquean todos esos aparatos durante mucho tiempo y el resto de socios tienen que hacer cola. Hay que evitar este tipo de situaciones que molestan mucho a los usuarios», admite Alberto García-Chápuli.
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¿Por qué los adolescentes están fascinados desde hace unos años con ir a este tipo de centros deportivos? «Porque las redes sociales son su referencia, las que dictan los estándares de belleza para una generación obsesionada por conseguir los cuerpos perfectos que ven en Tiktok e Instagram. Y esta presión por lucir un determinado aspecto físico es más intensa que nunca», resume Beatriz Feijoo, profesora de Publicidad en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) y coautora de un estudio en el que se analiza cómo afecta el contenido publicado por los influencers del deporte en el cuidado del cuerpo de los jóvenes.
Según la experta, creadores de contenidos como Sascha Barboza o Tomás Mazza, que acumulan millones de seguidores, «juegan un papel crucial en la configuración de los más jóvenes entienden como un cuerpo perfecto. Los adolescentes consumen a diario –y sin ninguna supervisión– todo tipo de contenido sobre fitness, alimentación y salud, que se traduce en una especie de culto a un determinado tipo de cuerpo, irreal e inalcanzable para la mayoría. Y en esa búsqueda por lucir esos abdominales perfectos o unos muslos tonificados suelen pasar por alto que la salud va más allá de la apariencia física y que un cuerpo atlético no siempre es sinónimo de bienestar».
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«El problema no es que los adolescentes vayan en masa al gimnasio y hagan ejercicio, eso está muy bien y es absolutamente recomendable, el problema es para qué lo hacen. ¿Van para encontrarse bien y mejorar su salud o para conseguir unos determinados cánones de belleza? Esa admiración de cuerpos tonificados y delgados les lleva a una confusión inquietante: equiparar un cuerpo estéticamente atractivo con uno saludable», advierte Beatriz Feijóo. «Cuando se pasa de ir dos o tres días a la semana al gimnasio a querer ir todos los días dos o tres horas... malo. Se escudan en un tema de salud, pero la realidad es otra».
Y después está el tema de los objetivos. «Las redes sociales generan en los adolescentes unas expectativas que no son realistas y eso lo único que les causa es frustación», añade Arantza Vizcaíno-Verdú, doctora en Comunicación y Marketing y también profesora de la UNIR. «Estamos ante una generación que quiere resultados a corto plazo. Por más que vayan seis días a la semana a la sala o hagan unos determinados ejercicios eso no les garantiza que van a tener el cuerpo al que aspiran», coinciden las expertas.
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Es habitual que los adolescentes acudan a las salas de máquinas con el móvil en la mano. No es para ver series mientras levantan pesas sino para copiar las rutinas de ejercicios de sus 'influencers' favoritos. «Con los más jóvenes suele pasar que muchas veces hacen más caso a los creadores de contenidos que siguen en redes sociales que a los monitores de los gimnasios y esto es un peligro porque algunos de ellos ni siquiera son profesionales o sus tablas no sirven para todo el mundo y menos para chicos de esa edad», advierte Alberto García Chápuli, gerente de la Federación Nacional de Empresarios de Instalaciones Deportivas. La masiva asistencia ha obligado a algunos gimnasios a tomar medidas para gestionar el aluvión. Cadenas como Basic Fit han introducido una nueva función denominada 'horas más populares' para que los usuarios vean en tiempo real la ocupación de las salas. En el caso de los socios de menor edad, han establecido unas «directrices específicas» sobre su acceso a las instalaciones. Deben tener al menos 16 años para acudir solos.
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