Borrar
Por el Athletic supercampeón y por todas las Nocheviejas de 2021

Por el Athletic supercampeón y por todas las Nocheviejas de 2021

El Piscolabis ·

JON URIARTE

Sábado, 23 de enero 2021, 00:54

El 31 de diciembre, debería decir el 1 de enero, perdí una apuesta. Creía que las limitaciones a la fiesta callejera desbordaría la reprimida emoción por los balcones. Y que el año nuevo atronaría como nunca. No fue así. De hecho me pareció menos ruidosa. Como si el nuevo año llevara mascarilla emocional. Desconocía que 2021 sería tan raro que las campanadas, al menos en ciertos hogares, sonarían semanas después. Para ser exactos, el domingo 17. Y, puestos a rozar el surrealismo, sin carrillón, reloj o campana. Un negro silbato que sonó tres veces para que hasta los más incrédulos entendieran que los sueños siguen siendo posibles. El Athletic ganaba la Supercopa. Y entonces los balcones se llenaron y los cielos rugieron. Feliz año nuevo.

El fútbol es eso frívolo que algunos nos tomamos en serio. No por el juego. Sino por el corazón. En algunos casos, y no solo en el Athletic, lleva tanto sentimiento como sinrazón. La vida sin absurdos no es vida. Llevo tiempo diciendo que no es lo mismo vivir que sobrevivir. Estamos en lo segundo. Pero al menos nos quedan los balcones. Mitad atalaya, mitad isla. Por un lado miramos. Añoramos esa calle que un día fue populosa y ruidosa. Y por otro mostramos un SOS que busca el barco que nos llevará hasta la tierra de la alegría. O de la tristeza compartida. La que, al menos, permitía un abrazo de consuelo. Por eso, la noche en que ganamos la Supercopa las casas athleticzales aplaudieron algo mucho más importante que un título. Celebraron el regreso de una sensación. La que nos había secuestrado la pandemia. Y que se llama alegría.

Nada ha cambiado. Todo sigue igual. O peor. Cada vez más muertos, más crisis, mucho drama. No hay título que cambie eso. Quienes aborrecen el fútbol, o les gusta pero con matices, se indignan ante los sueldos de quienes levantan esas copas. O de sus vidas aparentemente felices. Pero, siendo comprensible, es como si no nos emocionásemos con una canción porque el cantante está podrido de dinero o monta fiestas en piscinas con espuma. El compás del balón, como el de una melodía, no atienden a la lógica. Entran por venas invisibles. Y más en estos tiempos. No solo en pandemias. Incluso en las guerras, el fútbol sirvió de tregua emocional.

Como aquella historia que le contó Jon Sobrino a Andoni Zubizarreta sobre Ignacio Ellacuria. En mayo de 1984, Ellacuría y Sobrino, jesuitas ambos que habían apoyado los principios de la Teología de la Liberación, se refugiaron de un tiroteo en El Salvador. Una vieja radio les permitía saber lo que sucedía y adivinar si el mundo era consciente de su situación. A partir de aquí no tengo claro si Ignacio se lo dijo a Jon o fue al revés. Lo que está claro es que uno preguntó-¿Qué dicen?-. Y el otro respondió-Hay esperanza. Acaba de marcar Noriega-. El Athletic ganaba en Valencia y solo nos quedaba vencer a la Real en San Mamés para proclamarnos campeones de Liga. Años después Ellacuría y otras siete personas eran asesinadas por la Fuerza Armada de El Salvador. Lo que refuerza el valor de la anécdota. Era solo fútbol. Pero era el Athletic.

Queda otra final. Y ojalá lleguen más. Necesitamos llenar de alegría los balcones. Desde ellos hemos aplaudido a los héroes anónimos. Incluso a nosotros mismos. Descubrimos que más allá de ellos, de las terrazas y de las ventanas había gente como nosotros. Cada cual con su vida. Pero todos con el mismo incierto horizonte. Esos días recordamos algo que habíamos olvidado. Somos tribu. Nos necesitamos. Por eso, lo del domingo 17 de enero fue mucho más que una celebración deportiva. Hubo lágrimas en familia.

Y brindis al cielo por quienes ya no están, pero compartieron con nosotros tardes y noches de gloria. Confieso que salí al balcón. Estaba a 400 kilómetros de la tierra en que nací. Lejos de la Catedral que ruge como nadie. Todo era silencio. Pero fue la nochevieja más hermosa jamás imaginada. Por espontánea. Por humilde. Por verdadera. Ese día y a esa hora celebré el año nuevo. Habrá otras noches. Otras nocheviejas fuera de calendario. Unas serán nuestras. Otras no. Pero me alegraré por ellos. Deseo de corazón que todos, en estos tiempos injustos, sintamos que por fin hay algo que celebrar. Que este año, de verdad, merece la pena.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcorreo Por el Athletic supercampeón y por todas las Nocheviejas de 2021