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En Doce Miradas nos gusta contar. Contamos el número de mujeres y hombres que participan como voces expertas en reportajes, tertulias políticas, congresos, conferencias, etc. Con frecuencia, la suma es dolorosamente sencilla por la escasez de mujeres. Después lo difundimos a través de nuestra cuenta de Twitter. Porque queremos que se sepa. Buscamos una reacción. Perseguimos el cambio. Recientemente, mientras tenía lugar el rescate del niño Julen, las denuncias por la infrarrepresentación de mujeres recibían esta respuesta: «Hay la misma cantidad de mujeres que en el equipo de rescate de Julen».
Nada nuevo. Este reproche forma parte de la banda sonora machista de todos los tiempos. Un 'hit' que insinúa una motivación elitista por parte de las mujeres y de un feminismo que solo lucha por ocupar puestos en los consejos de administración de las empresas. Trabajos cómodos y bien remunerados. Qué acusación tan injusta. ¿No recuerdan cuánto lucharon las mujeres para poder trabajar en la mina? Yo sí. Aparecían en los telediarios, reivindicativas. Y lo que les costó. No fue hasta 1992, tras una década de litigios, cuando el Tribunal Constitucional les reconoció por fin su derecho. ¡La mina! No hablamos de ser la CEO de Microsoft, sino de optar a un trabajo duro y peligroso. Silicosis, derrumbes por fuga de gas grisú. ¿Se imaginan el tesón y la voluntad que tuvieron? Admirable.
No es el único caso. Hasta marzo de 2018 y a pesar de la reivindicación de las mujeres que querían trabajar en la estiba, el puerto de Algeciras, Cádiz, tenía cerradas sus puertas a las estibadoras. En la Albufera de Valencia, fue sonada la discriminación que sufrían las mujeres que querían pescar en El Palmar. Aunque lo lograron judicialmente en 2004, la cofradía de pescadores se negó a acatar la sentencia hasta 2008.
Las mujeres han realizado toda la vida trabajos duros en las fábricas, el campo, la casa. Siempre a cargo de los cuidados, que han sido y son la verdadera mina de las mujeres, pero sin remunerar. Hace un par de años, Bilbao rendía homenaje a las sirgueras, esas formidables mujeres que a finales del XIX arrastraban las gabarras que llegaban a la ría de Bilbao cargadas de carbón, hierro o bacalao. Lo lograban mediante cuerdas (sirgas) atadas a su cuerpo, como mulas de carga, solo que ellas salían más baratas.
No se trata de bajar a la mina o de conquistar las plantas nobles de las organizaciones. La cuestión medular es la libertad. No aceptamos una sociedad que todavía hoy nos concede o deniega el permiso para ocupar determinados espacios. Sigue ocurriendo. Por eso, entre otras razones, el 8M ocuparemos las calles. Sin pedir permiso.
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