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Iñigo Villamía
San Sebastián
Viernes, 21 de junio 2024
Dieciocho nuevas víctimas han denunciado haber sufrido abusos por parte del religioso y poeta Patxi Ezkiaga en el colegio La Salle de Donostia. Una cifra que, junto con las cuatro que ya habían aparecido a principios de este mes, eleva a 22 las mujeres ... que presuntamente habrían sido agredidas sexualmente por el fallecido fraile de Legorreta entre las décadas de los 70 y 90. «Cuando tenía 16-17 años sospeché que algo raro pasaba con una compañera y lo hablé con un hermano de la orden», confiesa a este periódico Izaskun Iparraguirre, monitora de los campamentos que el religioso organizaba en la localidad navarra de Isaba.
Ezkiaga, que falleció en 2018 a los 74 años, estuvo en el colegio unas tres décadas, por lo que no se descarta que haya muchísimas más víctimas. En ese sentido, la primera que destapó el caso el pasado día 8 fue Marisol Zamora, quien se mostró indignada al considerar que «si se hubiera hecho algo antes, se podría haber evitado más víctimas». Hay gente, decía, «que está viva, lo supo y no hizo nada».
Tras tener conocimiento de esta denuncia, el Ayuntamiento de Legorreta, localidad natal del religioso, aprobó la retirada de la escultura levantada en su recuerdo en un parque público, y también su nombre de la casa de cultura. Asimismo, otras tres mujeres decidieron delatar a este escritor. Actualmente ya son 22, según el registro de abusos en la Iglesia española de 'El País'.
Las denunciantes, que hoy tienen entre 44 y 64 años y relatan abusos desde los 9 a los 17, describen al que fuera director del centro como un «depredador que cometía abusos impunemente con prácticamente todas las alumnas», desde tocamientos en clase a situaciones más graves en privado con chicas con las que se obsesionaba y a las que acosaba en su despacho, su habitación del colegio o en los campamentos. Antiguas alumnas y alumnos del centro recuerdan que era conocido como 'el sobón' o 'el perver'.
«Era un sobón asqueroso», subraya, Izaskun Iparraguirre, que ya en 1991 «sospechaba» que el religioso «abusaba de una manera más seria». Cita como ejemplo un episodio que ella vivió ese mismo año en Isaba, adonde, según asegura, Ezkiaga llevaba «una alumna distinta cada año». Aquella vez, «vino con una compañera, y desaparecía con ella dos o tres horas». Ante esta situación, esta mujer decidió comentarlo con un hermano de la orden lasaliana, quien le respondió que fuera ella quien hablara con el escritor y entonces profesor, «a ver si a te hace caso». A su juicio, los religiosos del colegio «sabían claramente lo que pasaba», pero no reaccionaron para no «perjudical a la orden».
Otras dos perjudicadas han manifestado en 'El País' algo similar a lo que denuncia Iparragirre. La primera, supuesta víctima de abusos durante cuatro años, explica que también informó de los hechos en 1995 al colegio, que le aseguró que se ocuparía de ello, aunque Ezkiaga fue enviado a Roma unos meses y después volvió. Por su parte, Leire G. confiesa que envió una carta a la dirección alertando de los abusos y, ese mismo curso, una tercera alumna reconoce que se lo dijo a un profesor. «Lo comentamos con uno con quien teníamos confianza y se reía. No nos tenían en cuenta», relata.
Los primeros testimonios que han denunciado a Patxi Ezkiaga se remontan a los años 70, con alguna monitora del centro o niñas del círculo de amistades del religioso, como fue el caso de Zamora. Según contó en este periódico, el escritor de Legorreta era amigo de la familia, y solía visitarles en su casa del barrio donostiarra de La Salle. Una tarde, Ezkiaga se presentó cargado de diapositivas tras una salida al monte. Compartieron una merienda-cena y después el religioso proyectó las fotografías. A oscuras, el fraile le hacía sentarse a horcajadas sobre una de sus piernas, «y me empezaba a tocar, a friccionar». Con una mano en el mando del proyector, y con la otra sobre la niña, que –recuerda– tendría «unos 9 años». «Para mis padres era un buen hombre y no se imaginaban lo que pasaba. ¿Quién iba a sospechar entonces de un fraile?»
Otra de las víctimas estuvo un año sin relacionarse con gente y ha tenido tres intentos de suicidio a raíz de lo vivido con Ezkiaga. «Las agresiones ocurrían donde conseguía asaltarme: gimnasio, aulas, pasillos, ascensor y, las peores, en su despacho, donde me obligaba a masturbarle».
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