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Javier Guillenea
Lunes, 15 de mayo 2023, 07:35
«Ha habido un accidente, es grave. Mandad todos los efectivos». Cuando Jorge del Cid escuchó este mensaje se encontraba en la zona de salida ... de la Rallysprint de Azpeitia. Eran las 15.30 horas del sábado y hacía pocos minutos que el penúltimo coche en salir en la primera manga, un BMW E-36, había arrancado en busca de la victoria. No llegó a la meta.
Algo grave había ocurrido en el cruce de Bentaberri, cerca del caserío Erkizia, en una recta con una ligera curva a la izquierda, uno de esos lugares donde el público del rally brilla por su ausencia por su falta de espectacularidad. Hacia allí se encaminaron una ambulancia medicalizada, otras dos ambulancias básicas y un coche de rescate con material de excarcelación, todos los equipos de seguridad con los que contaba la competición.
Los primeros en llegar fueron los comisarios de la carrera, relata Jorge del Cid, miembro de la organización del rally. Lo que se encontraron fue algo parecido a un infierno en el que perdió la vida el piloto navarro Artai Santidrián, de 31 años. El coche, que se había estrellado contra un muro de piedra, había comenzado a arder violentamente con sus dos ocupantes en el interior. «No sé qué pudo pasar, quizás con el golpe el motor se movió y se rompió una manguera de la gasolina, por eso ardió», dice Del Cid, que reconoce que se trata tan solo de una hipótesis.
Ante todo había que intentar rescatar a los accidentados. Uno de los comisarios corrió hacia el lado del Dani Chasco, el copiloto, que se quejaba de dolor. «No podía salir por su propio pie porque tenía las piernas fracturadas», dice Del Cid. Sin perder tiempo, el rescatador «abrió la puerta y con dos pares de narices lo sacó a rastras. Le salvó la vida». Quiso volver después en busca del piloto, pero no pudo. Las llamas se habían adueñado del vehículo. «Era imposible acercarse al coche por el calor que desprendía. Se había convertido en una bola de fuego».
Por motivos de seguridad, el recorrido de la prueba estaba dividido en 24 puestos, cada uno de ellos provisto de varios extintores. «La normativa exige que haya un puesto cada dos kilómetros y nosotros tenemos uno cada 800 metros o menos. De hecho, había puestos 200 metros antes y 200 después del lugar donde se produjo el accidente». Fue con esos extintores con los que los comisarios intentaron sofocar las llamas. «Usaron unos ocho, pero era imposible. En cuanto dejabas de usar uno, la bola de fuego volvía a reproducirse».
La velocidad máxima que se alcanza en competición en ese tramo es de unos 130 kilómetros por hora. Las cabinas de los coches están reforzadas para proteger a sus ocupantes, pero no siempre lo consiguen. «Depende de dónde te salgas. Puedes dar siete vueltas de campana y no pasa nada, pero los golpes secos son los más complicados para el cuerpo humano».
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