Blanca Estrella Ruiz.

Muere Blanca Estrella Ruiz, presidenta de la Asociación Clara Campoamor

Luchadora incansable durante décadas por los derechos de las mujeres y en contra de la violencia machista, ha fallecido a los 80 años

Carlos Benito

Jueves, 12 de septiembre 2024, 13:09

Hoy en día, la reivindicación de los derechos de las mujeres es algo que, en cierto modo, se da por hecho: hay que ser muy recalcitrante para no estar de acuerdo con un pilar tan básico de nuestra sociedad. Pero, durante décadas, Blanca Estrella Ruiz ... fue algo así como la voz de la conciencia de Bizkaia, Euskadi e incluso España entera en relación con este asunto, un personaje con las ideas muy claras en medio de una sociedad que se obstinaba en perpetuar nociones anticuadas e injustas. «Ella defendía la igualdad cuando todo el mundo estaba a otras cosas. Contra corriente, empezó a hablar de violencia contra las mujeres y violencia de género en una época en la que todavía se manejaban ideas como la de crimen pasional. Siempre ha sido un ejemplo, una luchadora incansable, valiente, capaz de enfrentarse a cualquier cosa», la elogia la diputada de Empleo, Cohesión Social e Igualdad, Teresa Laespada, que esta mañana ha confirmado el fallecimiento de la presidenta de la asociación Clara Campoamor a los 80 años.

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A Blanca Estrella, hija de madre cubana y bautizada así en homenaje a la bandera del país caribeño, el ramalazo contestatario le venía de la infancia, cuando, después de unos años pasados en Venezuela, estudiaba interna en las Hijas de la Cruz de Santurtzi. A raíz de que la Policía arrestase a una tía suya de Barakaldo por salir a la calle sin medias, descubrió el menosprecio de la administración franquista por las mujeres. Con 12 años se declaró «roja» y decidió no ir más a misa, aunque siempre mantuvo la relación afectuosa con las que llamaba «sus monjas».

Ella misma se hizo maestra y dio clase en el asentamiento chabolista de San Antonio de Etxebarri. Era entonces una veinteañera que había respondido a la llamada de aquellos curas obreros que trataban de ayudar al aluvión de inmigrantes, de los que nadie más se preocupaba, y se encontró con una escuela que en realidad era una lonja con suelo de tierra y con unos alumnos a los que solía ceder parte de su menú del día. «Nunca he visto gente más honrada, con esa honestidad. Velaban los unos por los otros», evocó en una entrevista con este periódico. Ya en su adolescencia y su primera juventud, en la primera mitad de los 60, había participado en manifestaciones vinculadas a los conflictos en La Naval, Altos Hornos, Michelin o Firestone, pero aquel periodo en el poblado chabolista coincidió con la huelga de Bandas, la más larga de la dictadura: «Me encargué de hacer un estudio de las necesidades de cada familia para organizar la caja de resistencia: acudíamos a pedir dinero en las salidas de los trenes que llevaban a obreros de otras fábricas», relataba. Aquello marcó para ella «un antes y un después».

Su siguiente destino como docente fue La Calera del Prado, el barrio más remoto de Carranza. Allí sí había una escuela, pero estaba dejada de la mano de Dios y el Ayuntamiento se negaba a limpiarla, de manera que se dispuso a adecentarla con sus alumnos. Cogió una bandera franquista que estaba en un cajón e hizo trapos con ella. El resultado fue bueno («quedó niquelada», recordaba), pero la denuncia de un falangista por ultraje a la bandera la obligó a abandonar definitivamente la enseñanza.

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Ante el gobernador

Su siguiente etapa laboral tuvo como escenario Telefónica, donde atendía el número de información, el 003. Aquella tarea le permitió descubrir las monstruosas dimensiones del maltrato a la mujer, un drama que no se solía airear en público. Muchas noches recibía llamadas de mujeres que se sentían amenazadas o acababan de recibir palizas y no tenían nadie más a quien recurrir. A la mañana siguiente, cuando los maridos se marchaban a trabajar, las acompañaba a comisaría para que denunciasen lo ocurrido, pero el Código Penal de la época consideraba que se trataba de asuntos privados entre los cónyuges. A veces, los propios policías se ponían en contacto con el esposo maltratador para que acudiese a hacerse cargo de su díscola mujer.

Lejos de echarse atrás, Blanca Estrella se plantó ante el gobernador y le expuso el problema. Corría 1972 y, seguramente, el representante del régimen franquista jamás se había visto en una situación similar, pero la elocuencia de aquella joven tan vehemente le convenció y le llevó a establecer turnos de protección a las víctimas en la Jefatura Superior de Policía. Ese fue el primer logro de Blanca Estrella, el germen de la tarea que más tarde llevaría a cabo al frente de Clara Campoamor. La asociación se legalizó en 1985, aunque ya había echado a andar tres años antes: «En enero de 1986 di la primera rueda de prensa, dando cuenta de los cuatro primeros meses. Habíamos atendido a 110 mujeres, casi una por día, de las cuales el 90% eran víctimas de violencia de género», recordó en EL CORREO.

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Al frente de la entidad, Blanca Estrella se convirtió en el referente –muchas veces, único– que difundía una visión feminista de la actualidad. La asociación intervenía en procesos judiciales como acusación popular, brindaba asesoramiento y apoyaba a las mujeres y menores que sufrían agresiones. Organizó el primer congreso sobre violencia de género que se llevó a cabo en España y, junto a otras entidades iberoamericanas, presentó la primera definición de ese concepto, la violencia de género, que fue adoptada por la ONU. Su actividad incesante abarcaba desde lo más ambicioso, como las propuestas de reforma de ley o las ponencias previas al Pacto de Estado contra la Violencia de Género, hasta lo más modesto y local, donde la elocuente Blanca Estrella era la voz necesaria para recontextualizar las historias que publicaban los periódicos.

Menuda e incansable, esta bilbaína afincada en Barakaldo tuvo que afrontar amenazas de muerte que intentaban, en vano, acallarla. «Es una pieza fundamental para entender el avance de la igualdad en Euskadi y España. En los últimos años, prestaba especial atención a la defensa de los niños y niñas como víctimas de violencia», detalla Laespada, que sentía «un cariño enorme» por Blanca Estrella pese a haber mantenido «grandes discusiones» con ella. Hace siete años, en conversación con este periódico, la presidenta de Clara Campoamor se refería así a esta última etapa suya: «Antes era la primera en entrar y la última en salir de la asociación, ahora ya no paso por allí. Eso sí, salgo a la calle y acabo acompañando a alguna mujer a la Policía o al juzgado. Del trabajo te puedes jubilar, pero de la militancia es imposible».

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