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Oskar Ortiz de Guinea
Viernes, 3 de enero 2025, 07:29
Primero seleccionaba a alguno de los niños que acudían a su escuela de surf y le hacía sentirse especial respecto al resto. Poco a poco iba conquistando espacio e intimidad con el menor, con quien presuntamente terminaba compartiendo prácticas sexuales en su vivienda, su furgoneta ... o los campamentos surferos que organizaba en Las Landas. Los hechos, que se habrían producido a lo largo de una década, se destaparon en el verano de 2021, cuando la denuncia de seis chavales llevó a la Ertzaintza a detener a un monitor de surf de Hondarribia por supuestos abusos sexuales. Como medida preventiva, un juzgado de Irun decretó el ingreso en prisión de este hombre, que ahora tiene 40 años.
Se temía que hubiera más casos, y efectivamente otros cinco menores se han sumado a la causa. Por ello, la Fiscalía de Gipuzkoa reclama para el encausado 85 años de cárcel: 84 por once delitos de abusos sexuales a menor de 16 años -seis años por chaval, salvo en tres casos, por doce años-, y un año más por posesión de material de explotación sexual infantil. El juicio está señalado entre los días 10 y 21 de marzo.
En fechas indeterminadas entre los años 2011 y 2021, el procesado habría mantenido un mismo 'modus operandi', según los hechos relatados por los menores: «Se aprovechaba de las actividades que desarrollaba» como profesor de surf -regentaba una escuela y trabajaba por cuenta ajena en otra- y de su «popularidad» en la localidad costera «para ganarse la confianza de sus alumnos, los cuales lo veían como una figura a seguir». Según recoge el Ministerio Público en su escrito de conclusiones provisionales, al que ha tenido acceso este periódico, lo hacía «con sutileza», eligiendo primero al alumno, «mayoritariamente del sexo masculino», al que distinguía «del resto del rebaño», le regalaba camisetas o clases o le facilitaba descuentos en material de surf. También se acercaba a las familias, siendo incluso invitado a comidas por padres y madres, que le permitían llevarse a sus hijos a excursiones o a su domicilio «para comer o pinchar música».
La Fiscalía observa que el vínculo entre el encausado y cada menor se iba gestando de manera «progresiva» hasta generarse «una relación estrecha» en la que el hombre «provocaba» una relación de «dependencia» en los menores, muchos de los cuales tenían 9 o 10 años cuando se inscribieron en su escuela de surf. Al principio se mostraba «cariñoso con el menor 'escogido', dándole besos y abrazos», y mantenía conversaciones «casi diarias» a través de WhatsApp, en las que daba consejos a los chavales «y se inmiscuía en su vida personal», al tiempo que se enfadaba si alguno de los adolescentes se echaba novia. Al final, lograba «anular» la voluntad del menor, que terminaba deseando «contentarle».
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Su estrategia incluía los traslados a la playa en la furgoneta en la que llevaba las tablas de surf. Solía recoger y depositar a los menores en sus domicilios, e ingeniaba la ruta que permitiera subir al 'elegido' en primer lugar y bajarlo el último para estar más tiempo a solas. Según el fiscal, aprovechaba esos desplazamientos para besos, abrazos, tocamientos en las zonas genitales, primero por encima de la ropa y, en las relaciones más consolidadas, por debajo del pantalón. Varios menores detallan «masturbaciones» o «felaciones» mutuas en el interior del vehículo. Para ganar intimidad, el procesado colocaba «una toalla en la parte delantera», y los cristales tintados hacían el resto.
Los abusos sexuales también habrían tenido lugar en la vivienda que el procesado compartía con su madre, y en los bungalós donde se alojaban en los campamentos de una semana que organizaba en las Landas. En su vivienda, invitaba a los menores a comer, ver vídeos de surf o escuchar música. Un chico apunta citas «una o dos veces por semana», en su furgoneta o en su habitación. Con chavales de 13, 14 o 15 años, practicaban sexo oral, se masturbaban... Con varios intentó penetrarlos analmente. Y cuando el joven manifestó que le hacía daño, él les requirió que le hicieran esta práctica a él.
Hechos similares sucedían en los campamentos, en los que empleaba diversas excusas para que su «preferido» durmiera con él: que «no había más camas», que a él «le dolía la espalda» y necesitaba una cama de matrimonio... Un menor manifestó que accedía a ello porque le hacía descuentos en las clases y su familia vivía una situación económica delicada.
Siempre según el relato de la Fiscalía, las relaciones solían acaban cuando la presunta víctima «tomaba conciencia» de lo que estaba pasando y acababa dejando las clases, o cuando empezaba a salir con una chica. El monitor entonces «se enfadaba», y les borraba de sus clases, o no pasaba a buscarles y les dejaba tirados en la calle, o los criticaba y dejaba en vergüenza delante de los demás.
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