Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
José Carlos Rojo
Lunes, 29 de julio 2024, 16:20
Bajo el mar, a 100 metros de profundidad, la oscuridad es absoluta y el silencio sobrecoge. Las linternas de los buzos de la Guardia Civil centellean para iluminar humildemente el inmenso vacío negro y, al tiempo, sirven como sistema de comunicación, a modo de código ... morse. «También tenemos libretas especiales para el agua, para cuando el mensaje es más complejo, pero no es tan común que las usemos», cuenta Sergio Hernández (Badajoz, 31 años), capitán jefe del Grupo Técnico de Buceadores de la Benemérita, con sede en Madrid, que hace unos días ha estado realizando entrenamientos en el mar Cantábrico.
Los especialistas avanzan lento, justo sobre las coordenadas sobre las que se supone que duerme un antiguo barco hundido. Un pecio que, efectivamente, se revela lentamente dejando a la vista el costillar, que parece el esqueleto de un monstruo antiguo. Es uno de cuantos reposan bajo las aguas de la bahía de Santoña y Laredo, donde el grupo de expertos ha acudido hace unos días para realizar labores de entrenamiento y de reconocimiento del terreno.
Hernández comanda un grupo capaz de descender hasta profundidades cercanas a los 120 metros, desafiando las leyes naturales, que jamás imaginaron al hombre allá abajo. Sus misiones son múltiples: están entrenados para rescatar cuerpos en ese mundo frío y hostil, donde la presión del agua lo comprime todo hasta que aparece el dolor; y también tienen el encargo de velar por la conservación del patrimonio atrapado en las profundidades. Tesoros que permanecen escondidos y que nunca podrán rescatarse porque eso, precisamente, implicaría su destrucción.
Hemos llegado a descubrir un buque romano del siglo II, de 100 metros de eslora, de los más grandes que se construían en la época, con hasta 3.000 ánforas en sus bodegas», detalla Hernández. «Nuestro deber es comprobar que sigue allí enterrado bajo las aguas del Mediterráneo y que nadie lo toca»,aunque su mera extracción implicaría su destrucción. «Materiales que han estado tanto tiempo bajo el agua, acumulados a esas profundidades, no duran mucho cuando los sacas a la superficie». Esa clase de hallazgos se producen en la costa mediterránea. En el Cantábrico el fondo marino esconde tesoros diferentes.
El trabajo comienza a las ocho de la mañana con una reunión informativa. «Lo que hacemos es comentar qué vamos a hacer en la inmersión para que todo el mundo tenga claro su papel», explica el responsable del grupo. Luego se dirigen al puerto. Es jueves y han decidido embarcar desde Laredo. Han contratado a una empresa local que se dedica a conducir a buzos para actividades de recreo, pues la de Santoña y Laredo es una bahía plagada de pecios. Muchos de esos buques se precipitaron al fondo después de que los cañonazos quebraran sus cascos en la Guerra de la Independencia Española, cuando el Monte Buciero quedó convertido en el último vestigio francés en la península. El 'Gibraltar del norte', llegaron a bautizarlo las tropas de Napoleón. «Estas empresas locales son las que conocen bien el terreno, por eso siempre nos ponemos en contacto con ellas». Son un apoyo indispensable en cualquier punto de España, pues los trabajos de este grupo de la Guardia Civil no entiende de territorios y España tiene cerca de 10.000 kilómetros de costa.
El trabajo de ese día consiste en probar los aparatos de mezcla de aire. Los han revisado recientemente y hay que comprobarlos. Solo con ellos es posible descender hasta esas profundidades. Los buzos recreativos tienen una frontera infranqueable a los 50 metros. Ellos pueden bajar con bombonas de aire. Los técnicos, como es el caso, descienden hasta los 120 metros, y eso únicamente se puede hacer con mezclas de aire. De lo contrario, las presiones pueden modificar las propiedades de los gases hasta convertirlos en tóxicos. «El aire está conformado, fundamentalmente, por oxígeno, nitrógeno y dióxido de carbono. Por encima de una presión determinada, el oxígeno produce convulsiones e intoxicación de los tejidos», señala Hernández. Por eso en estas mezclas para respirar en las profundidades se rebaja la proporción de oxígeno y se sustituye el nitrógeno por helio, que es un gas inerte.
Una vez abajo, los restos de buques parecen puestos ahí por un paisajista. Hay varios, muy llamativos, y a profundidades por debajo de los 50 metros, por eso esta zona es una de las predilectas de los buzos recreativos. Luego hay otros que reposan en zonas más profundas. Hernández y su equipo descendieron hasta el Genoveva Fierro, hundido en 1925 en la costa santoñesa. Es una de las atracciones para los buzos técnicos:«Por eso tenemos que conocer bien la zona, documentar las condiciones de corrientes, del suelo marino, de todo. La idea es que si algún día tenemos que descender hasta aquí por alguna causa, sepamos a qué nos vamos a enfrentar», justifica Hernández, porque su trabajo, la mayor parte del tiempo, consiste en entrenamientos. Estar a punto es clave para asegurar el éxito de las operaciones.
El Cantábrico es un mar frío, más que el Mediterráneo, pero menos que el océano Atlántico en las costas gallegas. «Todo el litoral español tiene sus dificultades», razona el responsable. En Gibraltar pueden encontrarse tesoros maravillosos en un enclave que históricamente fue zona de paso de embarcaciones de todo tipo, «pero lo peor son las corrientes. Allí tenemos que ir con propulsores porque es imposible moverse por nuestros propios medios». Aunque si existe un medio hostil por excelencia es el entorno subterráneo, en las cuevas, en cuyas aguas también se sumergen estos profesionales de la Benemérita. «Ahí los peligros son otros, pero no son menos dañinos».
Cuando termina la jornada, vuelven a puerto y ponen en común todo lo que han documentado. También las observaciones. La idea es tener toda la costa española en la cabeza, bien documentada, por lo que pueda suceder. Y la de Cantabria es una parte importante.
Los supervivientes del pesquero Vilaboa Uno, hundido frente a Cabo Mayor (Santander) el 3 de abril de 2023, aseguran que uno de los dos fallecidos en el naufragio, Walter John Ferreyros Soto, de nacionalidad peruana y residente en Laredo, probablemente quedó atrapado en las entrañas del barco. «Estaba achicando agua y el nivel subió tan rápido que no le dio tiempo a salir», confesaron los que lograron escapar. El barco se encuentra hundido a 114 metros de profundidad, un enclave que entra dentro del límite del equipo de Sergio Hernández (120 metros). «Lo que ocurre es que allí abajo las corrientes son muy intensas y habría que entrar en el barco, cuya estructura podría ceder en cualquier momento. Es muy peligroso y podríamos tener más fallecidos. Arriesgar la vida de varios buzos para rescatar un cuerpo no es lo más sensato», valora el responsable del Grupo de Buceadores de la Guardia Civil. «En el Vilaboa Uno probamos con los submarinos e inspeccionamos lo que pudimos. En estos casos, tristemente, no se puede hacer más».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Noticias recomendadas
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.