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Hace unos meses en un programa de televisión que preparaba un documental sobre los 40 años de la Constitución pusieron a Mimi Doblas, líder del grupo musical Lola Indigo y concursante de la séptima edición de 'Operación Triunfo', una serie de audios del Consultorio de ... Elena Francis, el famoso programa radiofónico que daba consejos de comportamiento a las mujeres durante el franquismo. A la joven, que tiene 27 años, no le sonaba de nada este serial, pero se quedó planchada al escuchar a esa voz de mujer dulce y serena decir a través de las ondas «mi querida amiga, estas líneas se las he puesto para que tenga resignación, pues el matrimonio es una cosa muy seria». «Estoy flipando, menos mal que no me ha tocado vivir en esta época», comentaba con cara de susto la cantante y bailarina. «Yo escuché cuando era muy peque el consultorio de Elena Francis, y como era fan absoluta de la radio no discriminaba ni alcanzaba a entender lo que se decía. Recuerdo una carta de una oyente que preguntaba si se podía quedar embarazada besando a su novio», evoca la historiadora Yolanda Rodríguez Villegas. «Inolvidables, aquellas tardes de punto de aguja, ganchillo, mesa camilla... con esa radio enorme y Elena Francis presidiendo el salón», añade Sabina Tomé, también historiadora. Seguramente muchas mujeres lo escuchaban porque el programa era cursi, anacrónico y tontorrón. Pero otras muchas vieron en el Consultorio de Elena Francis una manera de resolver su miseria, dolor y desgracia. Desprotegidas, pedían socorro a una persona de ficción, un ángel de la guarda que en realidad no existía. Lo cierto es que a pesar de que España es hoy por hoy uno de los países del mundo más intolerantes con la violencia machista, mientras la mujer ganaba dignidad en la Europa de posguerra, incluyendo también el bloque comunista, en la España del consultorio de Elena Francis, que estuvo en antena durante 37 años, hasta 1984, muerto el dictador, con Felipe González en la presidencia y con la ley del divorcio en vigor, se recomendaba a las esposas aguantar los malos tratos.
Referente de más de tres décadas, el consultorio de Elena Francis (hasta diez voces interpretaron a la experta consejera hasta el fin del programa) constituye un sensacional escaparate de la época que lo vio nacer. Las confesiones de aquellas mujeres, y hombres en algunas ocasiones, reflejan las inquietudes de toda una generación. El consultorio, que se inscribía en el marco ideológico nacional-católico, defendía el prototipo de la mujer tradicional, la auténtica ama de casa española. Recluida en el hogar, reprimida, necesitaba ser escuchada y Elena Francis le permitía, desde el más absoluto anonimato, contar sus más íntimos secretos y hallar solución a los mismos. Los oyentes necesitaban creer en ella, en su realidad física más allá de los micros. La señorita Elena Francis se convirtió en un auténtico mito, una guía espiritual del ciudadano medio. Las cartas que no eran contestadas por antena recibían respuesta domiciliaria. Prueba de ello es el sorprendente hallazgo, en 2005, de miles de aquellas cartas en Can Tirel, una masía abandonada propiedad de la familia Fradera en Cornellá. 4.325 de ellas con sus respuestas (se guardaba copia), escritas entre 1950 y 1972, han sido analizadas en los últimos trece años por la periodista Rosario Fonteva y su marido, Armand Balsebre, Catedrático de Comunicación Audiovisual de la Universidad Autónoma de Barcelona. El resultado es un libro, 'Las cartas de Elena Francis, una educación sentimental bajo el franquismo', editado por Cátedra, que retrata a este personaje («una policía moral») y a sus atormentadas seguidoras, mujeres a las que la dictadura alejó de las cotas de libertad alcanzadas en la República.
Le preguntaban por remedios caseros para eliminar manchas del sofá, recetas de cocina o ungüentos para combatir los sabañones. En estos casos Elena Francis hacía el papel de Google. Pero también recurrían a ella para temas más truculentos, y para todos tenía respuesta. A una madre con cuatro hijos que confesó la infidelidad de su marido, Elena Francis respondió: «Es mucho mejor que se haga la ciega, sorda y muda. Procure hacer lo más grato posible su hogar, no ponga mala cara cuando él llegue». A la que le habló de las palizas que su marido le daba en presencia de su hija de diez años, Francis le dijo: «Sea valiente, no descuide un solo instante su arreglo personal. Y cuando él llegue a casa, esté dispuesta a complacerlo en cuanto le pida». A una madre que le contó que un vecino había dejado embarazada a su hija de 15 años, Elena Francis le sugirió que diera al bebé en adopción. «Hizo lo que quiso de mí», «me hago la dormida y mi hermano hace lo que quiere», le confesaron muchas mujeres sin mencionar la palabra violación (¿eran conscientes de que eran violadas?), pero Elena Francis les daba la misma receta: paciencia, mansedumbre, conformidad, humildad, conformismo, acatamiento, sumisión. «Ninguna corriente liberalizadora justifica el libertinaje que, como se habrá escuchado en este consultorio, muchas veces solo produce madres solteras, hijos ilegítimos e intentos de suicidio», soltó la consejera sentimental radiofónica en 1977, un año antes de legalizarse la píldora anticonceptiva y cuatro antes de que llegara la ley del divorcio.
Y cuidado con la homosexualidad. Si el marido se «desviaba» es que la mujer «no se empleaba a fondo». Francis repetía mucho «ya sabéis, si preferís estar con mamá a estar con vuestra pareja, es que la rutina ha empezado en vuestra relación. Sal de tu zona de confort y vuelve a tender puentes». Cuando alguien le contaba entre lágrimas que su marido volvía borracho cada tarde a casa y sin mediar palabra la molía a palos y escupitajos, la susodicha recomendaba a la maltratada que recibiera «alegre y sencilla al cansado esposo, limpia y sonriente, con la mesa de la cena dispuesta con primor». Y si con aquellas primicias no conseguía que él dejara de sacudirla, EF recomendaba «mucha paciencia y buena disposición», porque «el matrimonio es un vínculo eterno dispuesto por Dios» y la mujer tenía que someterse a todo tipo de sevicias y agresiones sin protesta alguna. En cuestiones de embarazos prematrimoniales la respuesta era contundente; el «fallo» o «la falta» era siempre culpa exclusiva de la mujer. «Siendo tú la responsable» o «tu enorme equivocación» eran expresiones habituales. Ni qué decir cuando salían a la luz casos de violencia machista. La víctima tenía que aguantar lo inaguantable e injusto. Una denuncia servía de poco, de nada, vamos... «Piense que una cruz u otra hay que llevar en esta vida de miserias, y además debemos llevarlo con resignación... Compórtese cariñosa y amable», palabra de Elena Francis a una esposa disgustada.
Elena Francis respondía siete cartas por programa, que duraba 30 minutos. La emisión era líder de audiencia. Su sintonía, una versión personalizada de la canción 'Indian Summer', compuesta por Victor Herbert en 1919, era muy característica y estaba acompañada de un fondo algo melancólico para predisponer a la audiencia. Al comenzar, el programa se nutría de miniespacios como el de la biografía de un santo o de algún personaje del que pudiera alabarse su ejemplaridad. De la discoteca de la emisora se programaban retazos de música popular y luego se iban leyendo las cartas de los oyentes, por lo común del sexo femenino, en las que exponían sus cuitas. Un equipo de colaboradores se encargaba de seleccionar las más llamativas. Las respuestas, si bien corrían a cargo de los guionistas, eran luego supervisadas por un equipo de 'expertos', fundamentalmente sacerdotes y psicólogos. No es el caso del presente estudio, pero también sucedió que se inventaron algunas cartas. El periodista barcelonés Juan Soto Viñolo, que murió en 2017, alternó durante 22 años su quehacer profesional de crítico taurino con el de escribir todos los días, de lunes a viernes, las respuestas a las preguntas de los oyentes. Hace unos años confesó que él mismo llegó a formular también las preguntas, para que pudiera sorprender más a la audiencia, fabulando historias sentimentales que se le ocurrían.
El consultorio recomendaba «aguantar», entre otras cosas porque seguía fielmente los dictados de lo que una buena mujer debía ser en el nacionalcatolicismo: ser sumisa hija, esposa o madre, condenada a la domesticidad, relegada al ámbito privado del hogar y la familia y a las tareas de cuidados. El «reposo del guerrero» (el marido), la perfecta casada. Con acceso prohibido al ámbito público y, por lo tanto, al espacio de la política (si las mujeres eran políticamente activas, se consideraba que desafiaban sus roles de género). La legislación vigente entonces no defendía los derechos femeninos, con respecto a la propiedad de una vivienda en común por ejemplo, ni una esposa podía firmar contratos sin el permiso del cónyuge y otras leyes que las mantenían atada al hombre. «Y si las mujeres tenemos razón hemos de perderla», solía decir la señora Francis. «Mucho más provechoso y práctico que saber demostrar que los tres ángulos de un triángulo valen dos rectos es para la mujer guisar un plato de patatas de seis maneras distintas. Aquel teorema no ha de resolverle en la vida ninguna dificultad; en cambio, la preparación de esos modestos manjares puede contribuir a aumentar la estima de su esposo, la gratitud de sus hijos y la paz de su hogar», dejó escrito en 'Educación y revolución' Adolfo Maíllo, inspector de Primera Enseñanza en aquella época. «Elena Francis era una herramienta de reeducación», analizan Rosario Fontova y Armand Balsebre. «Lo que impresiona es que hay muy poca felicidad en las cartas y las contestaciones remachaban la idea de que se había venido a este mundo a sufrir», señala la propia Fontova. Pero así y todo, «saber que ibas a recibir una misiva de Elena Francis daba una autestima. Era terapéutico. Las mujeres se daban cuenta que sus problemas eran los de muchas». Ese era el secreto del éxito del consultorio para Armand Bastebre. «Usted es la única persona que puede ayudarme en la vida, ¿qué puedo hacer?», llegó a escribirle una mujer.
Para muchos de los que oyeron alguna vez aquel programa, líder de la radio de hace 50 años, no hace falta que ningún teórico les aclare que era una cumbre de rancio integrismo. Seguramente sabrán que tras la empalagosa y autoritaria voz de la señora Francis predicando su morralla se escondía un avispado catalán, fabricante de los cosméticos del Instituto de Belleza Francis, cuya venta por correo, 50 años antes de Amazon, era el gran negocio y último fin de aquel programa cargado de arcaica moralina. De hecho, las locutoras recomendaban a diario los champús y cremas Francis. Todo empezó el mes de octubre de 1947, tras una reunión del director de Radio Barcelona (cadena SER) el industrial catalán José Fradera, y su esposa, Francisca Elena Bes Calbet, propietarios del Instituto y Laboratorios Francis, centrados en la producción de productos de belleza y cosméticos, con Jaime Torrens (jefe de programas), Jorge Janer (jefe de emisiones), Isidro Sola y Ángela Castells (guionista). En la misma, deciden crear un programa, un consultorio radiofónico dedicado a resolver cuestiones de belleza. Su nombre sería Elena Francis, el apelativo invertido y abreviado de la empresaria.
Un mes después, empieza a emitirse el consultorio y este personaje se convierte en una estrella de la radio sin rostro, madre y consejera, la autoridad que decide qué hay que hacer en todo momento. Una 'coach' sentimental. Un potente altavoz ideológico con voz cuidadosamente elegida, grave, entre autoritaria y maternal, porque habría muchas Elenas Francis encerradas en una, la amiga, confidente, directora espiritual, pero también la censora, la juez, la represora. Su éxito es abrumador. Media hora de auténtica crónica social de oyentes que firmaban con pseudónimos descorazonadores: «Corazón triste», «Una que ha sido descubierta», «Desgraciada sin remedio», «Una casada amargada», «Una esclava del amor», «Una despechada», «Una víctima de su propio error», «Una pecadora arrepentida»... «Son cartas mayoritariamente infelices. Al leerlas puedes pensar 'estas mujeres eran un poco tontas'. Pero no eran así porque sí, sino porque las querían tontas. La estructura de Fanlange, la Iglesia y el franquismo quiso que estuvieran en la cocina. Y estas cartas reflejan cómo la dictadura les arrebató cualquier posibilidad de autonomía», añaden los autores de la investigación. Así crecieron muchas mujeres.
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