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Nadie ha juzgado a Plácido Domingo -y no lo estamos haciendo aquí- por la veintena de denuncias de acoso sexual lanzadas por otras tantas mujeres, dos de ellas con nombre y apellidos, las cantantes Patricia Wulf y Angela Turner Wilson, apoyadas por el barítono Robert ... Gardner y Melinda McLain, ex coordinadora de producción de la Ópera de Los Ángeles (de la cual el tenor era director artístico desde 2003 y hasta su reciente renuncia). Domingo es inocente de todo esto mientras no se demuestre lo contrario. Aunque el comunicado publicado por él mismo tras la primera oleada de nueve denuncias (luego llegaron otras 11) deja la puerta abierta a la duda: «Creía que todas mis interacciones y relaciones siempre eran bienvenidas y consensuadas» y «Reconozco que las reglas y estándares por los cuales somos, y debemos ser medidos hoy, son muy diferentes de lo que eran en el pasado». También queda la duda de si todo esto es, como se ha apuntado, un complot de la Cienciología contra él, que tiene a uno de sus hijos (el otro la abandonó) dentro de esta autodenominada iglesia. Pero el tema de hoy no es si Domingo utilizó o no su poder para abusar de las mujeres, cantantes y bailarinas, sino de las respuestas que la noticia ha generado. Una de las más comunes es preguntar a estas mujeres por qué no se negaron -dando por supuesto, sin quererlo, que esos hechos sucedieron-, lo cual es curioso. Curioso pero habitual cuestionar a la supuesta víctima de acoso por qué no se negó y no al supuesto acosador por qué no se frenó.
Veamos un ejemplo. La mezzosoprano Patricia Wulf, entonces veinteañera, dice que, aunque Domingo no llegó a tocarla, no había dudas sobre sus intenciones: «Cada vez que me bajaba del escenario, me estaba esperando. Se acercaba tanto como podía, ponía su cara frente a la mía, bajaba la voz y me decía 'Patricia, ¿te tienes que ir a casa esta noche?. Tienes que entender que cuando un hombre tan poderoso -era casi como Dios en mi negocio- se acerca y dice eso, lo primero que pasa por tu mente es '¡¿Qué?!'. Pero tan pronto como te marchas, piensas '¿acabo de arruinar mi carrera?'». De hecho, otra de las mujeres que lo acusan se aferra al mismo símil: «¿Cómo le dices que no a Dios?». En los comentarios de un periódico, una mujer que se dice ofendida, vertió su opinión sobre el tema, una visión compartida por muchos: «Esto del acoso se ha ido de madre, y como mujer, estas mujeres me ofenden profundamente. Ahora que está tan de moda lo de »no es no«, me quedo con la frase »¿Cómo le dices 'no' a Dios?. Pues fácil, NO. Si en vez de un tenor de fama mundial el supuesto acosador hubiese sido el fontanero del barrio, seguro que la señora esta le decía NO alto y claro, en cambio se dejó querer porque a cambio esperaba sacar tajada«. Hombre, un fontanero... la carrera y las esperanzas de esta mujer no estaban en manos de un fontanero, pero sí en las del mejor tenor del mundo. Primero, esta lectora -que seguro que se ha visto muchas veces en la tesitura de ser acosada por el número uno de su profesión- debe saber que Wulf no accedió a lo que pretendía supuestamente el cantante, pero quiere denunciar la situación para evitar que esto se repita: »Estoy dando un paso adelante porque espero que pueda ayudar a otras mujeres a denunciar o a que sean lo suficientemente fuertes como para decir no«. Y sobre todo, para que las personas con poder se conciencien de que no deben abusar de él.
Pongamos que ha estudiado usted unos catorce años de carrera, porque eso es lo que tarda un profesional de la música en obtener su titulación superior. Cuatro años de grado elemental, más seis de grado medio y otros cuatro de superior. Años de compaginar esas horas de extraescolares con la enseñanza obligatoria en la escuela e instituto, a veces la universidad, más toda la práctica en casa. Es usted una joven promesa a quien muchos auguran un futuro de éxito. Excepcional en lo suyo, vaya, si no no la habrían elegido para cantar junto al mejor tenor del mundo, al que usted y todos admiran. Y de repente, en un segundo, su admirado artista, uno de los mejores del mundo, le hace una proposición, o directamente le magrea los pechos con fuerza, como asegura Angela Turner Wilson. Que usted sabrá decir que no. Siempre. Eso sería lo mejor, claro, si no le apetece diga que no. El abc del feminismo, no es no, por supuesto. Y el silencio también es no. Y poner cara de perro también es no. Y es posible que usted dijera 'no' y como le pasó a Patricia Wulf, inmediatamente pensara: ¿acabo de arruinar mi carrera? O es posible que tragara carros y carretas y decidiera no echar por tierra todo su trabajo por culpa de un indecente con poder para acabar con su sueño en un instante. Y luego vaya usted a reclamar.
¿Por qué no lo denunciaron en su momento?, suelen preguntar también. Un colega de Wulf se ofreció a respaldarla si quería denunciar la situación. «No le despedirán a él, me despedirán a mí», le contestó la mezzosoprano. Por su parte, el barítono Robert Gardner ha confirmado haber sido testigo del comportamiento de Domingo con Wulf y ha manifestado estar sorprendido de que su actitud no se hubiera hecho público antes. De todos modos, 20 mujeres han denunciado su forma de actuar y han tenido que afrontar comentarios no solo como el del fontanero, sino de los que cuestionan su valía frente a la profesionalidad de Domingo y los que insinúan que quieren sacar tajada de una posible denuncia conjunta.
La pregunta no es por qué no se negaron, la cuestión es por qué alguien con poder sobre usted piensa que tiene derecho a abusar de usted. Y pensar cómo se puede decidir en un segundo si echamos por la borda lo que tanto nos ha costado o aguantamos y seguimos adelante como si nada hubiera pasado. Es muy fácil hacer comparaciones. En la oficina, si su jefe le mete mano, ¿qué haría usted? Pues depende. Habría quien le plantaría cara en ese mismo momento, eso sería lo mejor. Y si le despiden que le despidan, nos veremos en el juicio. Pero ¿y si tiene dificultades para llegar a fin de mes, con una hipoteca y niños a su cargo? Pues igual se piensa la respuesta, sintiéndose sucio y culpable de forma completamente injusta. Y si así fuera, ¿quién puede juzgarle? ¿Y si decide contarlo al cabo de un tiempo, cuando el miedo dé paso a la necesidad de justicia... dónde está el problema? El problema está en la persona que abusa de su poder para abusar de usted. Y todo esto solo para plantear el debate...
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