«De primero tenemos una ensalada fresca de la casa a base de frutos rojos, hierbas de nuestro jardín con gusano de la harina y hormigas culonas de Colombia. Son muy dulces y combinan bien con un toque de vinagre. Después seguiremos con escorpiones ... chinos en brocheta y salsa a elegir. O si lo prefieren, unos escarabajos de Tailandia que acabamos de recibir. Quien prefiera algo más contundente le recomendamos arroz con larvas de gusano de seda. Está muy rico. Y luego seguiremos con saltamontes fritos al estilo mexicano. No les ofrezco más porque quiero que dejen sitio para el postre. Hormigas con miel en su abdomen y unos sabrosos chapulines bañados en chocolate«. No es una escena de Indiana Jones y el Templo Maldito. Sino un menú que podría ser habitual en el restaurante de su barrio. No ponga esa cara. Cosas más raras hemos visto. El primer paso ya está dado. La Unión Europea ha dado luz verde al consumo del gusano de la harina como alimento. Parece asunto baladí, pero tiene mucha importancia.
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Hace mucho que los científicos tienen claro que la supervivencia del ser humano dependerá del consumo de productos como algas o insectos. Quizá por ello los Gobiernos de los Veintisiete acaban de aprobar una propuesta de Bruselas que autoriza la comercialización de este gusano. Hasta ahora era una rareza por estos lares. Aunque se pueden comprar en muchos supermercados. Sea directamente o elaborados. Pero en África, América o Asia saben, desde siempre, lo que es alimentarse con bichos que a nosotros nos dan asco. Una reacción que tiene más que ver con la cultura gastronómica que con el sabor. De hecho, hay países donde alucinan que podamos meternos en la boda un caracol. Sea de tierra o de mar. Algo con babas y que se arrastra. Piénsenlo. O un percebe. Tan caro y tan feo. Qué decir de una lapa, un erizo de mar, una nécora o unas angulas que, no olvidemos, se crían en lugar poco recomendable. Lo que subraya lo relativo que es eso de despreciar un insecto como pintxo o tapa.
De niño fui un nefasto comedor. Desesperaba a mi madre. Ahora pruebo y trago lo que haga falta. A poder ser, cosas nuevas y raras. Por eso he comido gusanos, huevas de hormiga o saltamontes amén de carnes de todo bicho que corra, repte, nade o vuele. También he probado hierbas, frutos, flores y algas, olvidando que de pequeño la simple berza me daba arcada. No le pregunté a Isaac Petrás si también era así. Lo que tengo claro es que su vida cambió cuando buscando setas acabó encontrando un nuevo mundo. El de los insectos como alimento. Pionero en la venta de insectos en Europa, su tienda se encuentra en el mercado de la Boquería de Barcelona. Además es autor del libro «Comer Insectos» en el que propone recetas. De ahí que no le pille de sorpresa que la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria certifique que el gusano de harina tiene un alto contenido de proteínas, grasas y fibra. En concreto quitina. Todo empezó cuando tenía 20 años, durante un viaje por el Amazonas. Era 1998.
«Allí en plena selva nos obsequiaron, a mí y a un amigo, con una tarántula al fuego». Solo escucharlo da cosa. Pero no fue mala experiencia. «Contra todo pronóstico estaba buena». De hecho, cinco años después, empezó a vender insectos. Ojo, Isaac es la tercera generación de una familia de comerciantes. Sabía que era una apuesta arriesgada. Pero no le va mal. Y no es el único que saca una sartén cuando otros buscamos insecticida. En la localidad jienense de Génave están impartiendo cursos para formar a granjeros en la cría de insectos. Grillos, para ser precisos. Y la empresa encargada es de Albacete. Lo que confirma que el asunto se extiende. Y es lo que me lleva al principio. El ser humano ha sobrevivido y evolucionado gracias a su capacidad para adaptar su dieta a los tiempos. Y a probar de todo. No hace mucho, unas tres décadas largas, en Uruguay despreciaban la kokotxa. Hoy es un plato admirado. Y aquí hay platos que hace un siglo era comida de pobres y desesperados. No seré yo quien dude del éxito de la gastronomía del insecto. Eso sí, de momento prefiero un chuletón. Como mucho con ensalada. Pero limpia. Sin gusanos. Porque si no es el permitido no me lo como. Hasta ahí podíamos llegar.
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