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antonio corbillón
Sábado, 15 de septiembre 2018, 02:07
Neuralink está desarrollando interfaces (conexión entre dos sistemas) cerebro-máquina con un ancho de banda ultra alto para conectar humanos y computadoras. Estamos buscando ingenieros y científicos excepcionales». Esta oferta laboral figura en la web de la empresa californiana Neuralink, la última aventura empresarial de ... Elon Musk, fundador de Tesla, SpaceX, SolarCity y algunas de las inversiones futuristas que empiezan a entrar en los fondos bursátiles. Ya ha recaudado 30 millones de dólares (más de 25 millones de euros).
El empresario más futurista de Silicon Valley, el secarral californiano donde se diseña el futuro del planeta, no para nunca. No le basta con creaciones como Hyperloop, el transportador espacial de pasajeros y mercancías en tubos al vacío a alta velocidad, del que ya tiene un prototipo real. O SolarCity, líder en energías alternativas y proveedor de las baterías de los coches eléctricos de otra de sus apuestas: Tesla.
Elon Musk no es el único en insistir en que «debemos llevar la idea del 'cyborg' humano más lejos y agregar una capa digital de inteligencia a nuestros cerebros». Bryan Johnson, otro pionero de Silicon Valley, supera los 100 millones en su sociedad Kernel con la certeza de que «la neurotecnología será el próximo gran avance de la humanidad».
Hasta ahora, la idea de máquinas con inteligencia propia solo rondaba la literatura o el cine de ciencia-ficción. Todo aficionado al género recuerda la discusión entre la supercomputadora HAL 9000 y un astronauta en '2001: Una odisea en el espacio'. La máquina reclamaba al hombre que no la desconectara y le permitiera seguir gobernando la nave.
En octubre la película de Stanley Kubrick cumple medio siglo. «El cine explota nuestro miedo a vernos sustituidos por máquinas», resume el profesor de Historia y Estética del Cine, Antonio Santos. 'Blade Runner' o 'Matrix' son ejemplos posteriores de este amplio género futurista de humanos superados o enfrentados a robots.
El concepto de Inteligencia Artificial (IA), máquinas programadas para sustituirnos, tiene ya más de 60 años (1956). Los procesadores que nos ayudan o complementan tampoco son tan nuevos. «El articulador de voz de Stephen Hawking, los ordenadores que nos permiten dar órdenes a una silla de ruedas o el aspirador Roomba que trabaja solo por toda la casa, todo eso es Inteligencia Artificial aplicada», resume la presidenta de la Asociación Española de Inteligencia Artificial, Amparo Alonso Betanzos.
Sin embargo, nunca el debate sobre sus posibilidades y peligros ha estado tan presente como ahora. El propio Elon Musk justifica su apuesta en que corremos el riesgo de «convertirnos en las mascotas de las máquinas» si no avanzamos más rápido en su gestión y programación.
El miedo a cerebros sin neuronas ni alma y fuera de control ha llevado a la Comunidad Europea a acelerar su compromiso en la materia en este 2018. Además de comprometer inversiones conjuntas en investigación de 20.000 millones de euros hasta 2020, este otoño la Comisión «presentará unas directrices éticas para el desarrollo de la IA, sobre la base de la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE», explican desde su sede en Bruselas.
También el presidente francés, Emmanuel Macron, presentó en marzo su plan 'Inteligencia Artificial al servicio de la Humanidad', del que dijo que es «una oportunidad increíble pero una inmensa responsabilidad». Europa trata de 'ponerse las pilas' en esta materia ante la certeza de que ya sufre una considerable desventaja frente a Estados Unidos y China, que dedican importantes fondos en investigación. Los asiáticos incluso han introducido esta asignatura en los institutos. Se llama 'Fundamentos de la Inteligencia Artificial', y la ha elaborado Xiaoou Tang, profesor de ingeniería de la información en la Universidad China de Hong Kong. Tang es presidente de SenseTime Group, la empresa emergente de Inteligencia Artificial más valiosa del mundo. Este año ha logrado fondos cercanos a los 500 millones de euros y su capital ya supera los 2.400 millones.
Las preguntas se multiplican. ¿Llegará algún día en que las máquinas se independicen? ¿Corremos el riesgo de crear Frankensteins de metal y microchips sobre los que podríamos perder el control? ¿Se pueden programar para que actúen bajo códigos éticos? ¿Está próximo el 'superhombre', una mezcla de inteligencia humana y capacidades multiplicadas por nuestras invenciones?
«El alcance de ese reto es todavía muy incierto y se mueve en el terreno de la ciencia ficción. La idea de un mundo transhumano o posthumano es mediáticamente atractiva, pero me temo que no tenemos mucha idea de qué puede significar», advierte la catedrática de Filosofía y expresidenta del Comité de Bioética de España, Victoria Camps.
La próxima guerra global ya no será por el petróleo, ni por el agua. Será «por la propiedad de los datos, que ya son el activo más importante». En juego «el riesgo de una dictadura digital», que también podría caer en manos artificiales, advierte en su libro '21 lecciones para el siglo XXI', el historiador israelí Yuval Noah Harari, que se está forrando con sus ensayos sobre los riesgos del 'big data' (inteligencia de datos a gran escala).
«¿Aumentar las capacidades del cerebro con conexiones a un ordenador?... Eso está muy verde y sobrepasa al ámbito científico». El director del Instituto de Investigación en Inteligencia Artificial del CSIC, Ramón López de Mántaras, es el científico español de más larga trayectoria en la materia. Desde su despacho de Barcelona pone distancia y plazos más bien amplios a ese futuro, en contra de los que casi hablan en presente.
Y eso que en España hay varios laboratorios punteros. Incluso se ficha a científicos foráneos como el holandés Paul Verschure que lidera desde 2017 en el Instituto de Bioingeniería de Cataluña a un equipo de 30 expertos que trabajan en proyectos de gestión del envejecimiento activo. Fue el creador del primer programa de rehabilitación virtual para pacientes con ictus. Su lema es «si puedes entenderlo, puedes arreglarlo».
Los logros de la neurociencia gracias a las máquinas han abierto un gran campo para curar o aliviar lesiones que hasta hace poco se consideran irreversibles. «Si queremos meter en la máquina mecanismos biológicos, eso irá adelante: es copiar a la naturaleza –reflexiona la expresidenta de la Asociación Española de Bioética y Ética Médica, Natalia López Moratalla–. Pero no podemos ponerle nuestros mecanismos de libertad. La máquina libre es una utopía», insiste esta bióloga molecular y autora de 'Inteligencia Artificial ¿Conciencia Artificial?'.
La presidenta en España de este colectivo de científicos, Amparo Alonso, también remarca que «se trabaja sobre campos muy concretos y las técnicas sobre las que se investiga hoy son para mejorar la relación hombre-máquina, no para que nos sustituyan».
– ¿Qué opina de esos computadores capaces de ganar al mejor jugador de ajedrez?
– Se puede enseñar a un robot a jugar al ajedrez y ser más rápido procesando jugadas. Pero nada más. No hay ninguno que aprenda solo... Ni entiendo para qué lo querríamos.
En estas últimas palabras se cuela el debate sobre los criterios éticos que enmarcan estas investigaciones. Es el viejo debate de la ciencia con conciencia. «Quien ha de evitar que el desarrollo de la IA se nos escape de las manos y se vuelva contra la propia humanidad somos los humanos. Ese debería ser el criterio ético fundamental. Hoy por hoy la robotización no sustituye ni de lejos todas las capacidades humanas que seguirán siendo necesarias», postula Victoria Camps.
Su colega en las comisiones de Ética Natalia López Moratalla reclama «más que principios, sentido común». Esta catedrática emérita y profesora en España, Gran Bretaña y Estados Unidos, considera que «quienes invierten en estos proyectos tienen un problema ético, no financiero». También el profesor López de Mántaras ve «serias críticas cuando se piensa en aumentar capacidades de humanos sanos», además de insistir en que esa posibilidad «sobrepasa el ámbito científico».
Sin embargo, el propio temor a la falta de límites de este nuevo campo hace que de forma paralela se investigue también en el llamado 'botón del pánico'. «Son sistemas de desconexión de un cerebro artificial por decisión humana», aclara la experta Amparo Alonso. O sea, el desafío de los replicantes que anticipó hace 36 años el director Ridley Scott en 'Blade Runner'
INTELIGENCIA ARTIFICIAL EN EL SÉPTIMO ARTE Y LA LITERATURA
Ya no es solo que el cine nos cuente cómo será el futuro robotizado de nuestras existencias. Es que su industria ya es una de sus primeras damnificadas. En Silicon Valley, no muy lejos de Hollywood, hay empresas como Arraily que automatizan la creación de efectos digitales. Su primer corto se llamó 'Proyecto desempleo' por la cantidad de gente del sector que se quedará sin trabajo gracias a la Inteligencia Artificial.
Mientras eso avanza, las pantallas, grande y, cada vez más, pequeña, han superado a la literatura en el arte de fabular sobre cómo será esa futura interrelación entre humanos y robots, una palabra que ya quedó acuñada en 1921. Hay mucho donde elegir pero una selección básica debe empezar por '2001: Una odisea en el espacio' (1968), en la que se explicitan de forma dramática el conflicto entre desenchufar a la máquina o dejar que ella elimine a los humanos.
'Almas de Metal' (1973) escrita por el exitoso autor de distopías Michael Crichton tiene la particularidad de que ha inspirado la serie televisiva de HBO 'Westworld' cuya segunda temporada arrasa con el argumento de la liberación de las máquinas. Una década después, 'Blade Runner' abrió el subgénero de 'road movie' de caza abierta para detener la rebelión de los humanoides. 'Robocop' (1987) o la saga 'Terminator' son algunas de las cintas de polis buenos frente a humanoides desbocados.
La conexión literatura-cine continuó con 'Yo, robot'. La colección de relatos que publicó Isaac Asimov en 1950 contó con una versión para cine medio siglo después. Asimov centró las tres reglas del robot: no hace daño a los humanos, les obedece y protege su propia existencia siempre que no entre en conflicto con las dos primeras. Por su parte, 'Matrix' (1999) recreó el mito de la caverna. ¿Y si todo es falso y somos esclavos de una realidad creada por la Inteligencia Artificial?
'Star Treck' abrió el éxito en la pequeña pantalla que ahora explotan con guiones más retorcidos y apocalípticos series como la citada 'Westworld' o 'Black Mirror'.
'2001: Una odisea en el espacio' (1968)
Stanley Kubrick introduce el peligro de la Inteligencia Artificial con un protagonista sin cara ni corazón. El supercomputador HAL 900 vigila la seguridad de la nave, pero su instinto hace que vaya eliminando a tripulantes para sobrevivir. El último que queda desconectará a HAL mientras su voz metálica ruega por su vida mientras se va difuminando.
Protagonizada por el icónico Harrison Ford, Ridley Scott planteó en 1982 la caza policial de los humanos contra un grupo de replicantes, humanoides que se rebelan contra su destino de muerte con fecha de caducidad. Scott desliza que a lo mejor ni siquiera el llamado 'botón del pánico', que permite la autodesconexión en caso de peligro, será suficiente para detener la revuelta robot.
Yul Brynnner puso rostro en 1973 a una película de humanoides rebeldes que escribió y dirigió Michael Crichton y dejó huella. Menos en España, en todo el mundo se presentó por su título en inglés 'Westworld'. La cadena HBO estrenó la pasada primavera la segunda temporada televisiva de este serial futurista pero de estética 'western vintage'.
Casi 30 años que el actual gurú de la Inteligencia Artificial, Elon Musk, las hermanas Lana y Lilly Wachowski (entonces hermanos) ya trataron de convencernos de que vivimos en una realidad virtual creada por máquinas. Y que los pocos humanos que la rechazan deber ocultarse bajo las alcantarillas. Esta revisión moderna del mito de la caverna de Platón, tuvo dos secuelas.
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