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Ana Bringas
Martes, 15 de agosto 2023, 10:10
Solo es necesario hacer una búsqueda en internet para toparnos de frente con la travesía del Faro del Caballo, en Santoña. Al escribir 'rutas de senderismo por Cantabria' en el navegador, las llamativas imágenes del agua color esmeralda bañando los acantilados del Monte Buciero captan ... la atención de muchos. La reciente publicación de una fotografía con jóvenes haciendo cola para bajar los escalones que llevan al enclave portuario ha generado un debate sobre la necesidad de una regulación del lugar. ¿Pero qué es lo que uno se encuentra allí? El Diario Montañés lo comprobó ayer. Y sí, la afluencia de personas fue notable durante toda la mañana. Para algunos, el número de visitantes que recibe el faro es un éxito. Para otros, entraña riesgos que no se correrían con un sistema efectivo de regulación como existe en otros puntos muy turísticos de la geografía española, sobre todo en época estival. Entre los ejemplos más mencionados están los escalones de San Juan de Gaztelugatxe en el municipio vasco de Bermeo o la Playa de Las Catedrales de Ribadeo, Lugo. Para acudir a cualquiera de esos dos enclaves es necesario hacer una reserva previa para evitar colapsos y el deterioro excesivo de la naturaleza. Algo que, por el momento, no ocurre en el Faro del Caballo donde en la mañana de ayer había atascos en algunos tramos de escalera –en muchos casos ocasionados por la parada para sacar fotografías–, numerosas bolsas de basura abandonadas en la plataforma y visitantes que no dudan en refrescarse en el mar, aunque esté prohibido.
Eusebio y Cristina vienen de Madrid. Reconocen que «no son muy de redes sociales», por lo que no vieron la foto viral del faro colapsado, pero abogan por una regulación, sobre todo por seguridad. «No es una ruta muy difícil, pero hay partes peligrosas y puede haber colapsos», comenta él. Por su parte, Javi y Nati, de Castellón, pensaron antes de llegar que «iba a haber más gente», y aun encontrando menos afluencia de la esperada, reconocen que «cuando te encuentras con personas que bajan mientras vas subiendo se forma un tapón», por lo que la idea del control de visitantes les resulta aceptable. Ángela, viene de Sevilla y cree que una regulación «hasta cierto punto podría estar bien». También hay quien opta por poner un precio simbólico a la ruta, como Javier, de Bilbao, que cree que apuntarse en una web no sería efectivo y que «al cobrar uno o dos euros la gente valora más la ruta y sabes quién está interesado en hacerla de verdad».
A la hora de la comida, la plataforma donde se encuentra el faro toma un ambiente playero, como si no formara parte de una ruta con un cierto nivel de dificultad que implica descender más de 700 empinados escalones con una cuerda metálica a modo de barandilla. Personas en bikini y bañador disfrutando de un baño llenan el mirador y las escaleras, y se sumergen al agua saltando desde la zona más cercana al mar. Muchos admiten haber visto los carteles que prohíben el baño, «pero todo el mundo se mete», así se justifica un grupo de bañistas llegados desde Vitoria, al igual que Álex, de Madrid, que explica que «es consciente de la prohibición, pero se baña igual».
Además de los grafitis que afean la obra de acondicionamiento que se llevó a cabo recientemente, la basura está muy presente en la plataforma. Los más incívicos dejan en bolsas los residuos de sus comidas en un montón que crece según avanza la jornada a modo de contenedor. Eso, pese a que existe carteles que reclaman que cada uno se lleve su basura.
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