Viernes, 17 de agosto 2018, 00:57
«Mi madre tenía un cáncer de ano. Los médicos decían que no era tan grave, que tenía buen pronóstico y se podía curar con el tratamiento adecuado. Un día fue a una herboristería porque quería adquirir laxantes naturales. Los que le habían ... recetado no le sentaban muy bien y buscaba algo más suave. Fue allí donde le hablaron de ese curandero de Hondarribia, que decía que había estudiado medicina oriental. Poco después dejó la quimioterapia. Y dos años después murió en el hospital. El cáncer se le había extendido por gran parte del cuerpo. El curandero hacía semanas que ya ni nos cogía el teléfono».
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La que habla es Elena Pérez Beraza, hija de Cristina. Su ama murió con apenas 53 años. Fue hace un año, pero todavía hoy tienen muy presente todo lo que pasó en el tiempo que transcurrió entre que a su madre le diagnosticaron un cáncer y hasta que murió dos años después. Pasaron momentos muy duros. Elena reconoce que ella también llegó a creerse las «cosas» que decía el «naturista», nacido en Córdoba y afincado en Guipuzkoa, cuando le acompañaba a su «consulta». «Le decía que el cáncer estaba en su cabeza. Que si no dejaba el tratamiento de quimioterapia y radioterapia acabaría en una caja de pino. Cada vez estaba peor. Hasta que entró en fase terminal. Todavía ahí, en su última 'consulta', cuando ya no podía salir de casa, esta persona le decía que no tenía ninguna célula cancerígena», recuerda, indignada, esta joven guipuzcoana.
Por eso, el dolor inicial por la muerte de su madre dejó pronto paso a la impotencia y a la rabia. Y por eso se decidieron a acudir a la comisaría de la Ertzaintza para interponer una denuncia por estafa contra Juan José G. Le responsabilizan directamente de que su madre decidiese abandonar el tratamiento de Osakidetza. La cantidad de dinero supuestamente estafada ascendería «a unos 15.000 euros» entre las «consultas» del naturista -que suponían unos 120 euros cada una- y los productos que le decía que comprase en la misma herboristería cada diez días.
Este individuo tiene, al menos, otra denuncia por estafa, aunque sus denunciantes afirman que «pasaba consulta» a enfermos de diversos territorios. Esta otra denuncia fue presentada por un hombre con una enfermedad degenerativa, también residente en Hondarribia, al que supuestamente recomendó dejar seis de los ocho medicamentos que estaba tomando en aquel momento. En este caso, fue Susi, su mujer, la que acudió a la Ertzaintza. Lo hizo poco después del fallecimiento de Cristina -que era amiga suya y que fue quien le aconsejó que acudiese al naturista- y cuando recordó que el estado de salud de su marido empeoró de forma notoria «siguiendo sus indicaciones». Este periódico trató el jueves de ponerse en contacto con el denunciado, pero no contestó a las llamadas ni a los mensajes. Por su parte, una responsable de la herboristería en la que supuestamente recomendaban sus servicios y que suministraba los productos que esta persona recetaba aseguró que la decisión de dejar la quimioterapia «fue de Cristina». También afirmó que ya no colabora con ellos.
Ambos casos están siendo investigados por un juzgado de instrucción. Elena, en todo caso, subraya que su decisión de denunciarle persigue, sobre todo, que «a nadie más le vuelva a pasar algo así». Esta joven también ha aportado a la Policía vasca un diario que su madre escribió durante su enfermedad. Aquí -dice- se puede comprobar hasta que punto estaba influenciada por el naturista. También les ha entregado las hojas en las que escribía el tratamiento que debía seguir y los productos que debía comprar. Escritos que se encuentran sin firmar.
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Elena acudió a muchas «consultas» con su madre. Afirma que Juan José G. le dijo que no podía decir «a nadie» -sobre todo a los doctores que la estaban tratando- que iba a iniciar un tratamiento con él ya que, según relata la joven guipuzcoana, sus métodos no estaban «bien vistos» por los médicos. En agosto de 2015, tres meses después de iniciar el tratamiento de quimioterapia, solicitó su suspensión. A partir de ahí -censura- sustituyó la sanidad pública por «costosas» sesiones de una hora de duración. Un espacio de tiempo en el que el denunciado dedicaba 10 minutos a palpar el cuerpo de Cristina y el resto a decirle que no tenía células cancerígenas, que todo estaba en su cabeza.
Susi Hernández era amiga de Cristina. De hecho, acudió al naturista aconsejada por ella para tratar de buscar soluciones a una enfermedad que a su marido le está dejando sin poder caminar. «Nos soltó que la medicación que le estaban dando era veneno. Y nos aseguró que si seguíamos sus instrucciones la próxima vez que nos viese mi marido vendría andando», relata. Su esposo volvió pronto a hacer caso a los médicos. «El problema es que a Cristina le convenció para que no hablase con nadie. Tenía fe ciega en él», lamenta Susi.
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Buena parte de las denuncias por estafa que se presentan contra curanderos tienden a archivarse. Según el abogado Fernando L. Frías, miembro del Círculo Escéptico y experto en seudo terapias, el problema reside en que los jueces tienden a considerar que los engaños que sufren estas personas son «tan burdos que sus víctimas son parcialmente responsables por haber caído en ellos». Y, por lo tanto, no se puede considerar estafa como tal. En otras ocasiones, sin embargo, el problema reside en poder probar que estos individuos recomendaron a los enfermos abandonar los tratamientos.
Frías explica que, según está configurado en la actualidad en la legislación, un requisito «básico» para que se pueda condenar a alguien por estafa es que la víctima haya sido «totalmente engañada». Por el contrario, en estos casos no se tiende a condenar cuando el engaño es «burdo o evidente» y la víctima ha «picado debido en parte a su propia credulidad». «Por ejemplo, si alguien me engaña para venderme un piso que realmente no es suyo sí que podríamos estar ante una estafa, pero si lo que pretende venderme es el Puente de Calatrava ya es otra cosa. Es evidente que el puente no es de ningún particular, así que si yo caigo en el engaño será en parte por mi culpa y los tribunales no considerarán que haya estafa», detalla Frías.
Este -dice- es el problema de las estafas que cometen los curanderos. «Los tribunales consideran que las actividades de este tipo de personas son engaños tan burdos que sus víctimas son parcialmente responsables por haber caído en ellos, y por lo tanto no se consideran como estafa», añade.
A su juicio, se trata de una doctrina «errónea y anticuada», ya que no se tiene en cuenta que las víctimas de este tipo de delitos «a menudo están tan desesperadas que su capacidad crítica disminuye mucho». También insiste en que, en la actualidad, «hay muchas formas de curanderismo». Algunas «tan sofisticadas que es difícil darse cuenta de que se trata de engaños». Frías considera que sin «cambios en el Código Penal» no se puede hacer mucho con los casos que llegan a los juzgados.
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