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Cuando el covid, se acordarán de que durante un tiempo había toque de queda. Pero la autoridad gubernativa decía que mejor no se llamase así, ... que no era un toque de queda, que era una restricción de la movilidad en horario nocturno. Ejem. ¿Y qué viene a ser el toque de queda? Pues, según la RAE, una «medida gubernativa que, en circunstancias excepcionales, prohíbe el tránsito o permanencia en las calles de una ciudad durante determinadas horas, generalmente nocturnas». La chorrez no fue a más y todo el mundo siguió llamando toque de queda a la restricción aquella, como es lógico y normal.
Es que el lenguaje siempre ha sido una herramienta política poderosa porque tiene su aquel en la configuración de los estados de ánimo y de la realidad misma. A veces los avances civilizatorios obligan a demoler definiciones aberrantes, claro está. Por ejemplo, hace medio siglo se consideraba a un sector de la población como subnormal con total naturalidad. «Tengo un primo subnormal», se decía como si nada. No es que aquellas personas, quienes definían así al prójimo, fuesen bárbaros supremacistas. Pero ese lenguaje brutal desde hace mucho resulta insoportable y se ha reconducido por el lado de la discapacidad. A veces, como reflejo de la tendencia contemporánea conocida de no saber cuándo parar, hay quien se pasa de frenada y habla de personas con capacidades diferentes, apelativo condescendiente, paternalista y tontaina que a menudo enerva mucho a las personas susodichas, incómodas recibiendo clemencia.
Otras veces los cambios en las denominaciones de ciertas realidades parecen tener como fin único ocultar esas realidades detrás de farfolla densa. Lo de los menas. Ahora a las instituciones les parece mal que se utilice la palabra mena. Mena es el acrónimo de 'menor extranjero no acompañado', término funcionarial creado precisamente por las instituciones para definir una realidad muy concreta. Es decir, ellas, las instituciones, fueron quienes acuñaron el término mena y lo usaban hasta hace no mucho con total naturalidad. Incluso ha sido recogido en la RAE.
Pues ya no. No vale el acrónimo. Y preferiblemente se buscan fórmulas aún más exhaustivas como 'personas menores y jóvenes extranjeras sin referentes familiares'. ¿Por qué complejizarlo todo así? Es que el término mena se ha utilizado por cierto espectro ideológico con fines xenófobos y estigmatizantes. Como que los ultras han quemado la palabra. Esas mismas corrientes populistas expendedoras de bulos también dan mucho la matraca con la okupación, término que, una vez desprovisto de su barniz revolucionario, lo mismo también habría que cambiar por algo más digerible como 'acceso irregular a inmuebles ajenos por parte de personas en riesgo de exclusión residencial'.
Lo peor de todo es que con tanto pajeo lo que ocurre es que se pierde de vista lo realmente importante: la incapacidad (o las capacidades diferentes) de las administraciones para dar solución a una gente que necesita ayuda. Y que la puede ofrecer. Porque vamos a ver: no dejamos de quejarnos de que la sociedad envejece, de que no hay jóvenes, de que no hay perfiles para ciertos empleos, de que somos muy blanditos y comodones. Al mismo tiempo, llegan un montón de chavales que son supervivientes natos, que han pasado peripecias que ni imaginamos, que hablan idiomas, que son capaces de apreciar las bendiciones que nos arropan, que quieren una buena vida sin problemas, como todo el mundo. Gente resiliente, que gusta el término. Pero los poderes públicos no son capaces de darles una salida, de aprovechar su potencial, de hacerse un favor a sí mismas.
Ahí se les ve, por las calles, sin futuro. Excluidos. Y pasa lo de siempre, que algunos la lían. Luego se coge la parte por el todo, llegan quienes siempre tienen el tambor de guerra en la mano, y se despachan con que los menas roban y violan y todo lo demás. Pero el problema es que se les llame menas, que qué más les dará a ellos, que se quedan ahí en medio, entre la incapacidad y la mala fe, víctimas de unos y de otros.
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