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JAVIER PEÑALBA
Miércoles, 28 de noviembre 2018, 17:39
Ha sido la mejor captura de su vida y también la más deseada: una lubina de 8,100 kilos y 90 centímetros de longitud. Ahí es nada. El sueño que perseguía el donostiarra Guillermo Apalategui de cobrar un buen ejemplar de una ... de las especies más emblemáticas y codiciadas como es la lubina, se hizo realidad la noche del lunes. Ni los besugos, atunes y bonitos que hasta ahora había conseguido pescar le habían generado tanta satisfacción como esta última captura. «Siempre había soñado con una pieza de estas dimensiones, desde que era un niño y pescaba kabuxias», explica este donostiarra de 42 años. Su deseo se ha cumplido.
Guillermo ni siquiera tenía pensado ir a pescar esa noche. «Me dijo un amigo que me animara: 'no seas vago, venga, pásate', me comentó». No hubo que convencerle tampoco demasiado. «Estoy una hora y me marcho», se dijo. Echó mano a su caña, una Daiwa de 2,40 metros, y se dirigió a la desembocadura del Urumea, entre los puentes de Santa Catalina y Kursaal, en Ramón María Lilí, un escenario que conoce y donde en otras ocasiones había logrado capturas de cierta relevancia, «aunque ninguna como esta. Lo más que había sacado era alguna de dos kilos o dos kilos y medio», cuenta.
Apalategui es practicante de la modalidad de pesca a 'spinning'. Dice que es una disciplina que le encanta. «Estás siempre con la caña en la mano, lanzando y recogiendo. Y cuando notas la picada, la tensión sube y no te digo nada la adrenalina».
Con una puntera de fluorocarbono de 0,23 milímetros con capacidad para resistir doce kilos, Guillermo colocó un señuelo artificial en el extremo. Lanzó por primera vez, empezó a recoger y, sorpresa, una lubina mordió engaño. «No era la grande, era otra más pequeña, tenía 39 centímetros, pero no estaba nada mal, era el primer lance».
La captura le animó aun más. Lo bueno estaba por llegar. Diez minutos más tarde, la enorme boca del 'monstruo' engulló el anzuelo. La picada fue de esas que Guillermo siempre recordará. Era el inicio de una batalla que duraría casi dos horas. «Estaba muy nervioso porque era consciente de que llevaba hilos muy finos y pensaba que podrían romperse en cualquier momento porque el trenzado era para 18 kilos. Entre lo que el pez tiraba y la corriente, había muchas probabilidades de que se rompiera».
Guillermo aguantó como pudo, pero no sabía cómo sacar la pieza . «Estaba todo el rato pensado: 'por favor, que no se rompa'. Quería que mis hijas Diana y Carla vieran el ejemplar. Ellas me suelen acompañar muchas veces cuando voy de pescar».
Al final, la fortuna quiso que un amigo suyo, Eduardo Iglesias, buen pescador y que estaba dando un paseo, «vio que me estaba peleando con el pez. Se fue a su casa y regreso con un artilugio –nosotros lo llamamos cepo – que me permitió subirla a tierra. Si no hubiese traído el cepo, no la habría sacado». Ya solo falta saber el futuro que le aguarda a la captura. «Se la regalé a mi amigo Diego Sánchez Guardamino, que es quien me ha enseñado a pescar a 'spinning'».
La lubina pesó al salir del mar 9 kilos, si bien una vez extraída el agua que había tragado durante el lance se quedó en 8,1. «En su estómago escondía una nécora del tamaño de la palma de mi mano». Encima, con sorpresa.
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