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El escudo episcopal de José Ignacio Munilla, muy devoto del Sagrado Corazón, es muy duro desde el punto de vista estético. Un corazón en llamas, ... abrazado por una corona de espinas, con un costado abierto por el que mana sangre. Desde la semiótica, sin embargo, sugiere martirio, resistencia e, incluso, combate. Diez años después de su llegada, el obispo de San Sebastián sigue en el ojo del huracán y el tornado no deja de girar. El último acto de disidencia en Arantzazu ha sido muy serio y muy fuerte. El número de participantes en la protesta (un millar), pero, sobre todo, el formato de la misma, una misa concelebrada en el pulmón espiritual de Gipuzkoa con el beneplácito de los franciscanos y la presencia de personas que han ocupado puestos relevantes en la curia, supone un salto cualitativo en el movimiento de oposición al prelado.
El concepto de comunión, de unidad, es muy importante en el funcionamiento de la Iglesia, que acostumbra a lavar los trapos sucios en casa. La eucaristía de Arantzazu evidencia que la comunión en la diócesis de San Sebastián está rota. Y el hecho de que se exprese de una manera tan pública refleja el hastío de una parte importante de la comunidad ante la forma de gobierno de su obispo, que muchos califican de «unilateral». El sector crítico se aglutinó primero en torno al colectivo Eutsi Berrituz, muy centrado en la capital, pero ahora ha surgido la plataforma Guipuzkoako kristauak, que recoge a la disidencia de toda la provincia. La oferta de Munilla para que se integren en los órganos representativos de la institución llega tarde.
Llega tarde porque cualquier iniciativa que impulse el obispo, da igual de la índole que sea, se enfrenta a un ambiente de deslegitimación por su pasado. Y eso no hay Sansón que lo levante. El movimiento de oposición le recuerda de manera permanente que fue él quien resquebrajó la comunión en la etapa de monseñor Setién promoviendo una pastoral paralela. El mismo hecho de oponerse a Setién fue considerado un mérito, pero también es el inconveniente. Cuando fue nombrado para el cargo, hace ahora diez años, casi el 80% del clero firmó un documento contra Munilla al considerar que no era la persona «idónea» para el puesto. Tres años antes, cuando fue designado obispo de Palencia para foguearse, el sector más informado de la Iglesia daba por hecho que se trataba de un viaje de ida y vuelta, y que regresaría a su tierra con el báculo episcopal.
Y así fue, pese a las presiones ante el Vaticano para que no se consumara esa decisión. La estrategia, sin embargo, se había diseñado con tiempo. Munilla estudió en el seminario de Toledo, donde se han formado eclesiásticos con una mentalidad conservadora. «Salían troquelados de fábrica», certifica un teólogo. En esa institución se han preparado obispos como Demetrio Fernández o José Rico Pavés, cabezas de lanza contra el libro 'Jesús. Aproximación histórica', de José Antonio Pagola, exvicario general de San Sebastián. Fernández fue profesor de Cristología de Munilla y enseguida le apadrinó. «Tú serás obispo de San Sebastián», le avanzó un día, al apreciar en el joven seminarista «talento, fortaleza y dotes de liderazgo». Además era vasco y hablaba euskera.
Fernández levantó la liebre y Rouco la cazó, me confirmó un clérigo en un paseo por el Vaticano. En un sector de la Iglesia española y también en Roma primaba el análisis de que el episcopado vasco había dedicado más energía a la cuestión nacional que a la pastoral evangélica. Había que frenar el proceso de descristianización, acelerado por la influencia de un abertzalismo radical al que se le había dado bola. Y era urgente dar un golpe de timón para despolitizarlo y centrar su misión en otras prioridades: reflotar los seminarios y taponar la sangría de fieles en los templos. Monseñor Munilla encajaba como un guante en aquella estrategia. En la reunión de la Congregación para los Obispos, en Roma, para cerrar su nombramiento hubo llenazo y salió adelante con unanimidad. El 'factor ETA' también influyó. Se buscaba templar al nacionalismo y atemperar el magisterio episcopal sobre el terrorismo porque, además, afectaba a la cuenta de resultados. Su nombramiento se interpretó como una desautorización de la línea anterior, cimentada en casi dos décadas, y una humillación para José María Setién y Juan María Uriarte. El clero guipuzcoano nunca lo perdonó.
Munilla, que nunca titubea y despliega una gran capacidad de comunicación, descolló como un obispo 'moderno' que utilizaba las nuevas tecnologías de la comunicación, pero que se mantenía en un discurso integrista, volcado en la defensa de la identidad católica. «Tiene un sistema de pensamiento cerrado. Aparece como muy dogmático, sin matices ni portezuelas abiertas. Sus palabras son más de condena que de salvación. Todo es pecado», subraya un profesor de un centro eclesiástico, más partidario de la imagen que proyecta el papa Francisco sobre la Iglesia como un hospital de campaña. Se le acusa de presentar las cosas de manera muy ideológica, y dogmática. Con poco humanismo: prevalece la norma sobre la persona. Y muchas veces es incendiario. Más que su discurso (ante la crisis religiosa Munilla tiene muy claro por dónde hay que ir), lo que le perjudica es que actúa en dirección contraria a la iglesia sinodal que se predica en Roma. Su pulsión autócrata no encaja en esa teología de fondo. Un obispo no puede ser manzana de discordia. Setién lo fue y tuvo que marcharse. ¿Va a pasar lo mismo con Munilla?
Para algunos, monseñor Munilla se siente como Henry Fonda en 'Fort Apache', la mítica película de John Ford que tanto gusta al Nobel de Literatura Peter Handke, en la que el protagonista está obsesionado con las ordenanzas. Resiste el acoso en territorio hostil. Pero la vieja guardia de la diócesis ha ido perdiendo fuelle entre un clero deprimido y desfondado. El reloj biológico no deja de avanzar y no hay banquillo para el relevo generacional. El 'fichaje' de extranjeros, algo común en la Iglesia vasca, reequilibra las fuerzas. El momento es especial, crítico. Preocupa la pérdida de reacción del clero cuando resulta más necesario que nunca recuperar la acción pastoral.
El movimiento de oposición a Munilla cobró fuerza al apreciar que el obispo rompía con la línea más abierta justo cuando ha cambiado el pontificado. Los aires que se respiran en Roma ya no son los mismos y quienes impulsaron la candidatura del prelado donostiarra han perdido influencia en el Vaticano. La llegada de Joseba Segura -obispo auxiliar de Bilbao desde abril- al episcopado vasco, en lo que supone un cierto reequilibrio y una rehabilitación de la línea anterior, les ha empujado a apretar el acelerador en sus demandas. Coincide con el nombramiento de Joan Planellas, figura del catalanismo eclesial, como arzobispo de Tarragona. Y con el aterrizaje de un nuevo nuncio en Madrid. Los planetas parecen alinearse.
¿Es la hora del relevo de Munilla? Las miradas están puestas ahora en el nuevo nuncio del Vaticano, el filipino Bernardito Auza, que acaba de estrenarse en Madrid. En los próximos dos años tiene que controlar más de una treintena de nombramientos en arzobispados y obispados, una oportunidad de oro para remover al obispo de San Sebastián sin que parezca una desautorización del prelado y sin visualizar que la Santa Sede cede a las presiones de la calle. En algunos círculos ya sitúan a Munilla en Burgos, donde Fidel Herraez hace seis meses que ha presentado la renuncia al cumplir los 75 años. Herraez aspira a mantenerse en el cargo hasta 2021, año en el que se celebra el octavo centenario de la catedral. Pero también es verdad que la jubilación de quien fuera el hombre fuerte del cardenal Rouco sería un mensaje claro del nuevo nuncio de por dónde van los nuevos tiempos.
¿Especulaciones? Munilla encajaría en la sociología de la archidiócesis, cabeza de la provincia eclesiástica a la que pertenecen Bilbao y Vitoria, por una decisión política que no tiene justificación pastoral. San Sebastián está integrada en Pamplona y ahí también hay un relevo en el horizonte puesto que Francisco Pérez cumple la edad reglamentaria en enero de 2022. Y está por ver qué pasa con Mario Iceta, obispo de Bilbao, a quién desde hace tiempo se le relaciona con un destino en Andalucía con nuevos galones. Su gran valedor es el arzobispo de Sevilla, Juan José Asenjo, desde la época en que coincidieron en Córdoba. En algunos medios se ha señalado que Asenjo, que presentará su renuncia en octubre de 2020 y se le ve débil, ha solicitado un coadjuctor (con derecho a sucesión) en la persona de monseñor Iceta, que lleva ya casi doce años en Bilbao, casi diez como titular de la diócesis vizcaína.
Su auxiliar, Joseba Segura, está ya en el circuito. Acaba de participar en la reunión de la provincia eclesiástica, ha asistido a la plenaria de la Conferencia Espiscopal Española y participado en Roma en el curso de nuevos obispos, donde ha podido comprobar que el papa Francisco tiene ya información de primera mano sobre su trayectoria. Está preparado para pastorear una diócesis. En la capital hispalense se asegura que no se ha cursado una petición oficial, aunque sí es cierto que Iceta, que visita de manera regular la ciudad para predicar en las influyentes hermandades, es el favorito para ocupar la sede de San Isidoro. Asenjo le promociona para que su figura sea algo familiar en Sevilla. El prelado de Gernika siempre contesta que se trata de elucubraciones.
Elucubraciones o no, la movida que viene en la Iglesia española es imparable. Y afectará al País Vasco. De momento, parece que la prioridad pasa por Zaragoza y Toledo, y que seguido viene todo lo demás. ¿Con qué ritmo? Hay cola y habrá tapón. El próximo mes de marzo los obispos celebran elecciones para elegir a su nuevo presidente, ahora el cardenal Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid y exobispo de Bilbao. Eso significa que hay que reequilibrar las fuerzas y ahí tiene mucho que decir el nuevo embajador de la Santa Sede. Y luego está el posible viaje del papa Francisco a España en 2021, con paradas en Galicia y en Euskadi. En Azpeitia, cuna de San Ignacio de Loyola, Munilla sería el anfitrión. ¿Interesa remodelar el episcopado vasco antes de ese viaje, todavía no descartado?
Se aglutinó primero en torno a la capital, pero la disidencia se ha ampliado ahora a toda Gipuzkoa
La oposición recuerda que resquebrajó la comunión en la era Setién al gestar una pastoral paralela
Cuando fue nombrado, hace 10 años, el 80% del clero firmó un documento en su contra
Formación. Estudió en el seminario de Toledo, donde se han formado eclesiásticos con una mentalidad consevadora.
Liderazgo. Su profesor de Cristología, Demetrio Fernanández, vaticinó que sería obispo por su «talento y dotes de liderazgo».
ETA. En la reunión en Roma para cerrar su nombramiento salió adelante por unanimidad. El 'factor ETA' también influyó.
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